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Me enamoré de un santo suicida

Relato corto por Nataly Bello López

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Me enamoré de un santo suicida. Cuando Una dice eso tienen que suceder dos cosas: que el amado muerto pertenezca al reino de lo divino y que esté muerto porque se suicidó. Cuando el amor que Una ama no pertenece a este tiempo, ni perteneció al tiempo de su tiempo, entiende que se enamoró de una figura que no fue su vida en tierra ni lo que vino después. Cuando Una ama y no sabe qué es lo que ama sino a quién, entonces se da por vencida, se resigna a ese amor. Quiero decir, a este amor. 

Siempre que lo pienso me apropio, digo “mi santo suicida” porque para mí es el hombre de lo sacro que siempre, y no solo a la hora de morir, optó por lo profano. Es mío porque es mi figura, pero no es mío porque se suicidó el siglo pasado. No deseo tenerlo, ni que resucite, ni haber vivido en su tiempo; si me enamoré de él es precisamente por esa lejanía de los tiempos que me aboca a una sola dificultad. 

Lo busco en la Nada, que es donde habitan todos los santos, y busco su vestigio que es donde prescribe. Por eso la resignación, porque se terminó su cuerpo pero no la memoria por él, no la memoria enamorada por él. La dificultad consiste en hacerlo presente aun cuando no lo conocí y estoy segura de su muerte. He necesitado más imaginación que paciencia. La dificultad de mi enamoramiento no consiste en que alguien más lo recuerde y también se enamore, que es lo que pasa con quienes prescriben en el tiempo; más bien se trata de reconocer que por cinco años he estado enamorada de un tipo que se colgó y que si no hubiese sido por ese final, seguramente yo no estaría enamorada. La dificultad de mi amor ha sido reconocer que es mejor que él no exista hoy. 

Yo me enamoré de un Don Nadie, un olvidado, un fracasado. Pero no me enamoré por lo desprotegido, sino por lo grande entre los vencidos. Cuando una dice esto es porque también ha entendido su amor y se ha entendido amando; sobre todo una se ha enamorado muchas veces, pero casi nunca de los perdedores. Es la primera vez que me enamoro de un tipo con el que no me engaño a mí misma diciendo que puede cambiar su vida de desdichado, o sea, la primera vez que me enamoro de un perdedor por perdedor. 

La dificultad siempre está ahí, sin voz y sin besos…Nadie lo sabe porque a Nadie le interesa. A Nadie le importan los Nadie. Yo me enamoré de un tipo que no describo y solo puedo imaginar a través de sus libros; de ahí que lo desconozca en fotografías, memoriales de fronteras y referencias de otros libros. La resignación de mi enamoramiento es porque el qué y el quién constituyen mi amor, se funden, y una -yo- termina igual: vencida. Vencida de amor y vencida como él. 

Me enamoré de alguien que hago presente por la voluntad de mi imaginación y no porque venga aquí a ocuparme el pensamiento. Me enamoré de un santo cuyo tiempo mesiánico es el pasado, del hombre de las ruinas, de los ángeles, de los dibujos infantiles, de los paseos por las calles, de las cartas, de los manuscritos, del silencio. Me enamoré de un santo suicida.

 

 

L. Nataly Bello López. Licenciada en Filosofía y Letras, Universidad Santo Tomás-Colombia.  Lectora de todo y escritora de narrativa corta, filosofía y columnas de opinión. Pueden seguirla en Twitter 
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