¿Está en Netflix?

Ensayo sobre las pantallas y los policías

por María Crista Galli

Si un policía no puede usar su arma,
estamos en el peor de los mundos.
Patricia Bullrich
 
Por decreto pretendemos garantizar la posesión de armas de fuego para el ciudadano sin antecedentes criminales, así como su registro definitivo. 
Jair Bolsonaro
 
Podría disparar a todos en medio de la Quinta Avenida y no perdería ningún voto
Donald Trump

Pantalla grande vs. pantalla chica

No es de sorprender que Netflix estrene películas al mismo tiempo que se estrenan en el cine o que ya ni se estrenan en el cine, y las vuelva viral, como fue el caso de Roma, de Cuarón.  “Viral” es un nuevo término que se podría aplicar a una vieja costumbre (de un día para el otro, todxs hablan de eso) y a casi todo, desde un producto a cualquier formato artístico. Pero el individualismo solitario del neoliberal viene hoy en día sin antibiótico, servido en bandeja, y podríamos decir que las empresas (y productoras)  de streaming  vinieron a configurar el imaginario de las muchedumbres solitarias que ya ni siquiera salen al cine, sino que se quedan en casa, piden comida y eligen una película del manipulado y prefigurado menú. Lo dijo bien claro Lucrecia Martel “Netflix salvó muchas parejas”. Es cierto que la macrisis no nos permite a todxs acceder a la entrada de un cine VIP edificado en un shopping mall. Pero también es cierto que muchos cines tienen entradas accesibles, como es el Cosmos, el Malba o el Gaumont (el BAMA lamentablemente ya cerró sus puertas). El virus que alimenta y proliferan compañías como Netflix reside más bien  en el hecho de que hoy, más que nunca, volvió a estar de moda hacer zapping, con sus consecuencias bien sabidas: el medio es el mensaje. El cine de autor, o de culto, implica cierta investigación o actitud por parte del espectador. Necesita de su deseo a acceder a los estratos más profundos del arte para que el arte pueda acceder a los estratos más profundos de su alma, como cualquier relación humana. El artista crea su público de un modo bien distinto al que lo hace el capitalismo: hace coincidir el deseo y la voluntad de ambas partes.  Las empresas de streaming, como ocurría hace unos años con la televisión, anulan esa voluntad.  En Marshall McLuhan, Understanding Me: Lectures and Interviews (2003), el filósofo canadiense explica mejor el sentido del título de su obra maestra y dice “cierta innovación crea un ambiente oculto de servicios, y es ese ambiente oculto de servicios lo que cambia realmente a la gente, no la tecnología en sí”. 

El cine, hoy día, también dejó de ser un rito social, salvo en pocas excepciones donde (y no es casualidad) la película se vuelve viral. Las predictivas palabras de John Berger en su ensayo Cada vez que decimos adiós (Expressen, Estocolmo, 3/11/1990) ilustran perfectamente este hecho “La pantalla (de cine), cuando las luces se apagan, se convierte en un espacio. No es una pared como las paredes de la Capilla Scrovegni, sino más bien un cielo. Un cielo repleto de sucesos y personas. ¿En qué otro lugar podrían aparecer las estrellas de cine sino en ese cielo? La escala y el grano de la pantalla intensifican ese efecto. Es por eso que las películas pierden su sentido de destino en la pantalla chica de un televisor”.

La versión largometraje de Black Mirror (Black Mirror: Bandersnatch) demostró que el cine ya no tiene lugar como obra artística sino como videojuego que, a falta de buenas ideas por parte de los creadores, se intenta vender como una “forma genial de interacción con el espectador mediante realidad virtual”,  a modo de “elige tu propia aventura”. En El loro de Flaubert, Julian Barnes propuso, irónicamente, una novela con muchos finales, donde cada uno satisface a un tipo de lector distinto, una ilusión de democracia literaria. He aquí realizada la pesadilla posmoderna.

Tres películas para el cínefilo disidente

La  primera es de Paul Schrader (Michigan, 1946).   First reformed (2018, traducida al español como El reverendo)  demuestra una vez más que el director y guionista, además de problemas alcohólicos, sigue teniendo una visión muy lúcida de la sociedad capitalista y yanqui y es uno de los mejores directores de culto de EEUU.  Schrader alcanzó  la fama con el guión de Taxi driver (Scorsese, 1976) y se lanzó como director con Blue collar (1978).

First reformed cuenta la historia de una chica (Amanda Seyfried) que recurre al pastor calvinista (interpretado por Ethan Hawke) para que ayude a su esposo a superar sus ideas suicidas  y apocalípticas. A su vez, el pastor, que vive en un estado constante de apatía y crisis depresiva desde la muerte de su hijo en la guerra en Iraq, se pregunta cómo ayudar a ese joven, cuando todo lo que él le plantea (conspiraciones corporativas, delitos ecológicos, entre otros)  parece cierto.  Además de mostrar la complejidad del cerebro de los religiosos y las neurosis que conlleva el mandato eclesiástico, la película de Schrader plantea la crisis actual de una juventud ya muy distinta a la que escuchaba grunge en los 90; una juventud consciente de que lo que ocurre a su alrededor ya no tiene solución. El film también presenta la  típica dialéctica cartesiana  mente-cuerpo y la forma en que, a pesar de su anacronismo, la espiritualidad y la austeridad pueden actuar como bálsamos contra el mundo capitalista.  Pero, sobre todo, la película de Schrader  intenta explorar, como en Taxi driver, la cuestión de la soledad y cómo ésta se conjuga en una sociedad tan desquiciada e hipócrita: la locura, la ira o  el alcoholismo como armas de suicidio y la soledad como arma de defensa contra todo erotismo. Hacia el final, un maravilloso funeral estilo happening denuncia los crímenes ambientales con una canción del músico y activista canadiense Neil Young (Who´s gonna stand up, del disco Storystone), que trata, justamente, de la estafa petrolera.

La segunda película es Nelyubov (2017, traducida al español como Sin amor), del director ruso Andrey Zvyagintsev (Novosibirsk, 1964). Cuenta la historia de una pareja que, en medio de un tenso divorcio, pierde a un hijo, literalmente. El chico de ocho años desaparece de la noche a la mañana. El drama del film, sin embargo, impacta por su sórdido e impecable tratamiento de la sociedad adulta más que adolescente (el cual sería más bien su resultado antes que su víctima): la frustración ante la inútil burocracia, el sexo sin sentido, el consumo y la superficialidad de las relaciones. De a poco, el director va indagando en el sistema y nos muestra que la ideología es, sin embargo,  una serie de muñecas rusas: los adultos también son resultado: la monotonía desesperante del trabajo en la oficina, el celular como anzuelo esclavizante,  la actividad física como signo de inseguridad, la obsesión por aniquilar el tiempo, la frialdad de las tecnologías, en fin, la pérdida de interés por todo y la incapacidad de amar al otro.

La tercera película es Tránsito (2018), de Christian Petzold.  Dejando de lado el complicado enredo de la trama amorosa, que mezcla ciencia ficción con un final demasiado abierto, podríamos decir que una película que intenta adaptar un drama de la Segunda Guerra Mundial a la actualidad es de por sí brillante. Al igual que en Sin amor, de nuevo vemos a las autoridades gubernamentales como personajes inútiles y a la policía  en todos lados, actuando como punta de lanza del sistema, jodiendo a los parias de la sociedad.   Lo más interesante es que no se ven soldados, ni bombas, ni cañones, ni stukas, no se ve nada y esa es la lucidez de Petzold. En el sistema actual, podríamos hablar de una guerra (¿o dictadura?) casi invisible, vista por pocos: los que sufren y los que se informan, los que entienden que la Doctrina Chocobar es más peligrosa y efectiva que nunca. Los restaurantes están siempre llenos, las calles también, la gente consume, compra cosas, habla por celular, etc. Por último, resulta muy original encarar el tema amoroso desde la memoria. En varias ocasiones, los amantes se preguntan quién olvida primero, si el que abandona o el abandonado. Más que apuntar a una sensibilidad hollywoodense, el director parecería apuntar a desafiar una realidad que va más allá del amor: el sistema neoliberal y su descarada misión de borrar toda historia, toda memoria, todo rastro de cultura como artificio de batalla.

En una escena brillante, una extraña le pide al personaje principal (interpretado por Franz Rogowski) que la acompañe a almorzar a un restaurante bastante sofisticado. En la mesa, él intenta sacar conversación, pero ella le dice:

-No quiero hablar, solo no quería comer sola.

María Crista Galli (1985, Buenos Aires) no se define experta en ningún área específica salvo la inquietud. Todo se mueve menos el cambio es el lema taoísta que mejor define su forma de aprendizaje y de vida. Su pasión se extiende desde la traducción, que estudió formalmente, hacia distintas áreas artísticas y culturales, como la danza, la poesía y las artes plásticas. Actualmente cursa estudios de floricultura en la Universidad de Buenos Aires.  Su objetivo es lograr un ensamble de todas las áreas que la apasionan, principalmente de la escritura y la botánica.

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