Imagen de Yōshū Chikanobu
A pesar del invierno
Detrás de tu bufanda
hay un gesto
que no puedo terminar de descifrar:
ayer fue el día más corto del año
y nosotros no estábamos preparados
para la extensión de esa noche.
Vistos así,
como falsos esquimales
que cruzan una avenida sin hablar,
nadie tendría nada para sospechar.
Sin embargo, un crujido imperceptible
acaba de sonar entre nosotros dos
y es solo una cuestión de tiempo
para que las luces de tu orilla
tengan el mismo tamaño
que esas luces de navidad
brillando intermitentemente en un balcón
a pesar del invierno.
Solo el hospital está abierto a esta hora
Las hojas de los árboles
se mueven con más determinación
que cualquier cosa que haga
y repito una especie de plegaria
sin ningún tipo de credo ni esperanza
para matar el aburrimiento.
(¿A dónde podríamos ir?
Solo el hospital está abierto a esta hora)
Pensar que hubo un tiempo
donde los problemas nos afectaban
menos que un cartel publicitario
y la felicidad era un recurso tan renovable
como la heladera llena durante nuestra infancia.
Al menos, me gustaría tener
la determinación necesaria
para cargar en el bolsillo
la medida exacta de cianuro
que me permita una victoria final.
Lo que uso y no recomiendo
Estos modales heredados,
una relación disfuncional con mis deseos,
la falta total de fe,
el cuestionamiento intuitivo,
excesos perimetrados
y el optimismo de una vela
que tiene toda una noche por delante
y un final asegurado.
Una consecuencia estadística
Bueno, cruzarnos después de diez años
es casi una consecuencia estadística.
Supimos ser muchas cosas,
pero ninguna que funcione
con esa naturalidad e inocencia
que tienen los chicos
mientras juegan en el jardín de un hospital.
Me parece un buen final
que la última vez que estuvimos cerca
hayamos hecho lo que mejor nos sale:
fingir ser dos personas distraídas
que miran en direcciones opuestas.
El turno vence en quince minutos
Una persona cercana
me cuenta que a su relación
parece haberle llegado esa llamada
que avisa quince minutos antes
de que termine el turno en el hotel.
Le pregunto qué piensa hacer,
pero responde lo obvio:
“Nada, esperar”.
Aprovecho a mirar mis zapatos despegados,
los electrodomésticos obsoletos de mi casa
y los techos hinchados por la humedad:
yo tampoco sé tomar decisiones
hasta que algo no se rompe del todo.
Gustavo Yuste (1992, Buenos Aires). Es Lic. en Cs. de la Comunicación (UBA), periodista y escritor. Dirige la sección de Letras de La Primera Piedra y forma parte de la editorial mágicas naranjas. Publicó los libros de poesía Obsolescencia programada (Eloísa Cartonera, 2015) Tendido eléctrico (Objeto editorial, 2016), Las canciones de los boliches (Santos Locos, 2017) y Lo que uso y no recomiendo (Modesto Rimba, 2018).
