«Del grito al llamado», por Victoria Campos

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Wheatfield with Crows, 1890. Van Gogh 

 

“Iba caminando con dos amigos por el paseo el sol se ponía – el cielo se volvió de pronto rojo – yo me paré – cansado me apoyé en una baranda – sobre la ciudad y el fiordo oscuro azul no veía sino sangre y lenguas de fuego – mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo – y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”

Eduard Munch, sobre “El grito”

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«El río sin orillas», por Ignacio Bosero

 

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Después de unos días casi sin interrupción, había terminado de leer el libro de Juan José Saer, El río sin orillas. Creo que el hecho de haber leído hacía poco tiempo una de sus novelas, hizo que pudiera continuar con buen ritmo la lectura, de que estuviera mejor entrenado en su lenguaje y en su universo. Este aspecto no es menor, la escritura del autor santafesino requiere un estado particular, que no me animo a decir de concentración, prefiero pensarlo como un abandono, un descompromiso con el mundo instrumental que a uno lo rodea. Este tiempo puede ser de minutos o de horas, lo que sea, pero el flujo de su desbordante mundo tiene que poder abrirse. Puede decirse sin equivocación que el universo de Saer es abierto, exterior. Seguir leyendo ««El río sin orillas», por Ignacio Bosero»

«El sueño reaparece», por Ignacio Bosero

 

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I

Me sucedió que hace unos días pensara en que no soñaba. El indicio más claro es que a nadie le contaba mis sueños, ni siquiera al psicoanalista, a quien antes sí le contaba y hasta leía alguno de mis sueños. De hecho tengo una parva de sueños anotados por ahí, en diferentes cuadernos, en libretas y hasta tengo algunos sueños que considero clásicos, que recuerdo siempre. Algo así le debe pasar a todo el mundo, tiene dos o tres sueños que lo definen bastante bien. Uno, por ejemplo, corresponde a mi infancia. ¡Ay, cómo no recordar la casa de mi infancia! Divino tesoro. Es cierto que hoy la tengo a pocas cuadras y aunque todavía, cuando suelo pasar de curioso, hay un halo de vida que en cierto modo me da nostalgia, también me llena de entuertos felices la memoria. Los vecinos, muchos de los cuales se han ido muriendo, representan un conjunto de personajes únicos; algún día, estoy seguro, hablaré de esto; ahora quisiera referirme al sueño infantil. Intentaré no desviarme. Los lugares o la atmósfera, suelen ser muy importantes para el soñador, lo familiar en general es la casa, pero no sólo la casa, también puede serlo un poste de luz pintado, unas flores, es decir, algo que reconozca y que por alguna razón han motivado mi atención consciente, y activado mis sentidos. ¿Qué me pasó en el sueño? Me desorienté. Fui al quiosco a comprar golosinas y perdí de vista mi casa. La desesperación empezó a recorrerme. Entonces me metí en otro barrio (justamente un barrio que se estaba levantando en un baldío, un barrio enorme, con casas tipo hongo). De pronto todo fue muy Xul Solar. Por supuesto que yo no sabía quién era Xul Solar, pero las calles empezaron a levantarse, a volverse como toboganes, las casas tipo hongo a llenarse de escaleras donde yo corría y corría… Y atrás mío, en profundo negro, comenzó a perseguirme la bruja Cachavacha. No sé cómo pero logré huir por una especie de tablones de madera que comenzaron a desprenderse como andamios. Despertar fue un alivio total. Este es uno de los sueños clásicos, como decía, hay otros, muy recordables, por ejemplo cuando estuve charlando con Oscar Wilde. Ni qué decirlo, fue exquisito. También, como todos, maté mucha gente, viajé por lugares muy exóticos, volé con perros, me tiré en paracaídas; y no hace falta hablar de los sueños eróticos, muchos de ellos tan fascinantes que superan ampliamente el goce que se puede sentir en vida. Así y todo, no se trata en estos casos de una frustración, pienso que es el despertar de la aventura.

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La ficción y sus peligros

por Karina Boiola

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El diccionario de la RAE define al peligro como: 1) “Riesgo o contingencia inminente de que suceda algún mal” y 2) “Lugar, paso, obstáculo y situación en que aumenta la inminencia de un daño”. En sus dos acepciones, la definición del diccionario me parece interesante para pensar las formas en que el significante peligro engloba una serie de sentidos que han sido muy productivos para la ficción. Es decir, me voy a abocar, en lo que sigue, a discurrir sobre el peligro como el motor –o uno de los motores– de discursividades heterogéneas.

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Metafísica del interior, sobre «Juan Florido, padre e hijo minervistas», por Isabel Lacatol

 «Juan Florido, padre e hijo minervistas», Ezequiel Martínez Estrada.

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El espacio físico es un elemento fundamental en Juan Florido, padre e hijo minervistas, da cuenta de las distintas jerarquías sociales y las relaciones de poder que operan en una comunidad. En lo que pasa adentro y fuera del palacio es posible rastrear una visión de mundo: el adentro representa lo asfixiante, mientras que el afuera remite a las amenazas y los peligros de la sociedad moderna. Martínez Estrada parece decirnos que no hay lugar seguro, según Jorge Panesi “toma el campo de lo literario como el terreno más propicio para dirimir cuestiones que no se podrían resolver ni siquiera dentro de la teoría sociológica o política”.

Retomemos la trama del cuento. Florido padre viene de España, junto con su mujer, el hijo muerto conservado en un frasco y su otro hijo llamado Juan Florido. Apenas llega es recibido por el general Mitre, quien le ofrece un puesto como minervista para la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco. Este empleo le sirve para poder alquilar una habitación en el Palacio Bisiesto, a poco tiempo de su llegada Florido puede acceder a un lugar de cierto privilegio social, “En seguida, alquiló la habitación número ochenta y seis del Palacio Bisiesto, en el tercer cuerpo de la planta baja o platea”. El dato sobre la localización de la habitación no es menor ya que el palacio tiene la misma disposición que un teatro tradicional, “A la planta baja la denominaban los inquilinos la platea, al primer piso la tertulia al segundo la cazuela y al tercero el paraíso. El paraíso era el verdadero infierno porque era preciso subir por escaleras hasta él, bajar y subir las mujeres para lavar la ropa y cualquier diligencia, todo lo cual los ponía de mal humor, enconándolos contra los habitantes de otros pisos y entre sí.”

La familia Florido es considerada por los vecinos como aristocrática, la forma de vida que llevan genera antipatía; cuentan con una entrada doble de dinero dado que padre e hijo trabajan en el mismo lugar. A los ojos de los demás tienen costumbres lujosas: los sábados van al teatro y toman chocolate con churros. Ese día la madre hace la compra especial de pescado, aceitunas y otros alimentos. Los domingos hacen un concierto con el laúd, la herencia familiar.

Otro rasgo que les da cierta particularidad son los frecuentes dolores de cabeza del padre y del hijo, “Horas y horas permanecían así, y nadie podría decir si conservaban aún el don de la palabra.” Con el dolor de cabeza Martínez Estrada muestra las estrecheces de los espacios donde estos personajes se mueven. Por otro lado, la idea del encierro también se puede apreciar en el procedimiento, como si fuera una caja china, dentro del relato principal se introduce la historia de Dámaso Quegetta sobre la mujer que conoce en la calle, a su vez la mujer narra un episodio de su vida. Esas historias no tienen espacio para tener un desarrollo propio.

La posición de la familia Florido también se ve reflejada en la descripción de la habitación, “los otros dos cuadros que adornaban las paredes eran los del hermano torero muerto y de Krishnamurti, pues el minervista estaba muy al tanto de la literatura teosófica”, y “la biblioteca del hogar se componía de media docena de libros, entre ellos, El apoyo mutuo de Kropotkin, Fuerza y materia de Buchner y Así hablaba Zaratrusta de Nietzsche.”

El vecino que va a pedir la ropa del padre y que finalmente se queda a comer,  pone en juego las relaciones de poder, se niega a reconocer a la familia Florido como diferente.

“Qué pescado fino, agregó señalando con los ojos el plato. Debe ser corvina.

– Lenguado.

-¿No les dije? Ustedes son el Bisiesto la aristocracia. Nosotros somos en comparación unos miserables. Pescado…yo lo como una vez por año, cuando me invitan. ”

(Martínez Estrada, 1975, p.308)

“¿Me permite otra presa? Está lindo el bacalao”.

(Martínez Estrada, 1975, p.309)

“¿Siempre tiene la guitarra?”

-No es una guitarra; es un laúd- corrigió Juan Florido.

-Bueno, la guitarra esa.”

(Martínez Estrada, 1975p.308)

Weinberg afirma que en la ficción, que se da en paralelo a la producción ensayística de Martínez Estrada, se puede leer el desencanto que produce la modernidad, hay una preocupación por el tiempo y el espacio. En Juan Florido, padre e hijo minervista, encontramos descripciones de lugares laberinticos y asfixiantes, con multitudes agrupadas viviendo “en estado de guerra”, por otro lado el tiempo de enunciación es el pasado, no hay presente, “Juan Florido, el padre, moría tres días antes de cumplirse cuarenta años de su llegada al país, a los sesenta y dos de edad.”

El cuerpo en descomposición del padre expulsa a su familia, tienen que salir a dar vueltas por el palacio. Sin embargo la amenaza del encierro nunca desaparece, Juan Florido es llevado al cementerio en un coche fúnebre para niños.

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Imagen: Giorgio de Chirico.

 

Isabel Lacatol (1984, Santa Cruz) Es Profesora de Filosofía y Diplomada en Gestión Cultural. Estudia Letras en la UBA. Trabaja como docente, prensa y comunicación de eventos. Editora en Revista Le Folie.

«Todo está archivado en la memoria», Ensayo por Gustavo Leguizamon

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Una pregunta compleja: ¿Qué es la memoria? O mejor dicho, ¿Qué representa?

Podría decir – sin recurrir a diccionarios ni a nuestra querida y gratuita amiga Wikipedia – que la memoria es un cúmulo de certezas, de dudas perdidas y encontradas, un abanico de colores que se va formando a medida que almacenamos recuerdos propios, ajenos, de aquí y allá.

Nuestra memoria se activa y comienza a funcionar cada vez que observamos, olemos, tocamos, hablamos. Es nuestra pequeña computadora, recopila los datos que ingresan y, por supuesto, una vez dentro, los ordena de acuerdo a las características de la información. Elige o selecciona aquellos datos que debemos recordar porque, de alguna manera, tienen un orden de prioridad en nuestra carpeta.

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