Un manojo de cartas en una caja de zapatos

Cuento

por Manu Kápilan

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Elisa tomó nota de un pensamiento en un mensaje de voz. Luego bajó el parasol para ver su reflejo en el espejo que estaba al dorso.  Entre sus manos el pintalabios rojo se asomó de su capuchón plástico y los pensamientos de la maestra se diluyeron.

Alrededor del auto, padres y niños corrían y miraban la hora en sus teléfonos. El timbre de ingreso sonaba como una amenaza gastada.

Después de pintar sus labios, Elisa se delineo los ojos y engroso sus pestañas. Sobre la guantera quedó una taza de café a medio tomar, el sol la mantendría tibia por horas.

La bandera ya estaba izada cuando Elisa atravesó el patio y guió a sus alumnos al aula.

Durante el primer recreo  evitó la sala de maestros y se sentó bajo la sombra de un ceibo. Con la punta de un tacón aplastó flores hasta convertirlas en una pasta oscura. Los niños corrían y generaban un bullicio uniforme de risas, peleas y lamentos.

Al otro lado del patio, Noelia dobló un papel perfumado, haciendo tantos pliegues como pudo. Después miró a la maestra de sociales y respiro hondo, la excitación viajaba indisoluble por su sangre.  La pequeña caminó hasta el ceibo a espaldas de su maestra. Le tocó el hombro y sin decir palabra le extendió una carta. Eliza miró alrededor, tomó el papel y lo guardó en el bolsillo de su delantal azul. Acarició el cabello rizado de la niña y dijo: es un secreto. Noelia asintió ruborizada y se alejó.

La mujer se apuró a ir a la secretaría, desdobló el papel perfumado y  lo acomodó sobre el cristal de la fotocopiadora.  Luego dobló la copia y la guardó.  Entonces entró un maestro, la saludó con beso en la mejilla y apretó el botón del timbre.

Durante la siguiente hora, Elisa leyó con voz tenue, el primer capítulo de un libro llamado Código Civil Para Niños.  Tomás, recostado sobre su pupitre, dibujaba dos gatos con forma de ochos mirando una bandada de pájaros con forma de letras V.

-Tomás.

-Sí, seño.

-No estás prestando la más mínima atención.

-Sí seño.

-Vas a venir conmigo a dirección. Los demás en su lugar, vuelvo en un minuto.

El chico caminó en silencio junto a la maestra. Eliza lo detuvo y puso en su mano la carta de papel perfumado.

-¿Le vas a contestar?

-No .

Pasado el mediodía sonó el último timbre de la jornada.

Eliza atravesó el playón de estacionamiento tanteando las hojas sueltas de su carpeta. Una mosca había logrado entrar al auto y se acicalaba las patas en el borde de la taza de café. La mujer frunció el ceño, bajó el parasol para ver su reflejo y lo volvió a fruncir. Después agarró la taza y tiró el contenido por la ventanilla. Desdobló la fotocopia y leyó la carta de Noelia.

Tomi: espero que te guste esta carta perfumada. Un perfume nuevo, no el de la otra vez de uva que no te gustó.  Además mi mamá me quitó el celu. Hasta que pasen las pruebas no tengo. Ayer le dije a Sofí que te diga que nos juntemos en el recreo. Te dijo? No sé por qué es mentirosa y además la Sabri me dijo que gusta de vos. Etcétera.

El auto de la maestra salió de la ciudad y anduvo por la ruta una media hora. Al llegar a casa se encontró con otro auto obstruyendo la entrada del garaje.

-!Ignacio! !No puedo entrar!

-Primero hola ¿no?

El hombre se acerco y besó lo que quedaba del pintalabios.

-El auto, insistió ella.

La sala olía bien. El estofado burbujeaba y el vapor hacia bailar la tapa de la cacerola.

Mientras almorzaban, hablaron de la batería del auto y de los costos del hospital veterinario donde estaba internada Pina, una gata mestiza con cálculos renales. Al terminar se dirigieron al cuarto.

Elisa se sacó el pantalón y tiró sobre la cama la fotocopia.

-Otra pieza para el correo del amor, dijo alegre.

Ignacio se apresuró a desdoblarla y la leyó en voz alta, dramatizándola.

Hicieron el amor con los ojos cerrados y luego se durmieron.

Por la tarde Ignacio se sentó en su escritorio, tomó una hoja Rivadavia y dibujando letras retorcidas escribió.

Noe: este perfume tampoco me gusta pero por lo menos la carta es más corta que la otra. No te preocupes, guardo las cartas en una caja de zapatos que escondí bien. Otra cosa, capaz que la seño Eli las puede leer si quiere, ¿pensaste eso?  Esto me da un poco de vergüenza. Etcétera.

Después dobló el papel sobre sí mismo hasta dejarlo del tamaño de una galleta y se fue a pie a la clínica veterinaria.

Elisa limpió la casa y acomodó un almohadón grande junto a la cama matrimonial con algunos juguetes alrededor, un recipiente de porcelana con agua y otro con alimento balanceado. Pina volvió en brazos de Ignacio y fue recibida con ademanes exagerados.

Al día siguiente, la mujer salió de casa antes de que el sol se asomara. Manejó con una mano mientras con la otra sostuvo una taza de café a la que dio pequeños sorbos. Después del peaje, sacó de la guantera una botella de enjuague bucal. También se peinó.

Al llegar al estacionamiento abrió su neceser y tanteó los productos de maquillaje. Noelia pasó junto al auto de la mano de su padre, que la tironeaba para que apresure el paso.  La niña miró a la maestra esparciendo rubor en polvo sobre sus mejillas pálidas. La mujer le sonrío y le guiñó un ojo haciendo un gesto afirmativo con la cabeza. Noelia sonrió y apresuró el paso por delante de su padre mientras sus mejillas se coloreaban involuntariamente.

La mosca del café, que había pasado la noche rebotando contra los cristales, caminó por el asiento, se posó en la nuca de Elisa y comenzó a mover sus patas traseras depositando huevos microscópicos en la grasa de la piel. Allí depositaba, con una fe automática, los embriones destinados a precederla en su incierta misión. Luego el estallido de la palma de la mano humana, la derribó.

En el patio de la escuela, la directora tomó el micrófono para dar aviso de que las clases se suspendían por falta de agua. Minutos después Noelia salía por la puerta principal, su padre caminaba delante hablando por teléfono. Hacían cuarenta y un grados de temperatura. La nena buscaba a Elisa con la vista. Apenas pudo ver, mientras se alejaba, la silueta de la maestra. Ella engrosaba sus pestañas.

Manu Kápilan (1984, Córdoba). Artista visual y escritor. Publicó fanzines desde el 2001. Su primer libro de poesía, «Por las barbas», salió por la editorial Llanto de Mudo en el año 2007, el libro de dibujos «Contame un cuento y te toco un ojo» por Borde Perdido en 2016 y el poemario «Inquilinos» por editorial Caleta Olivia en 2017.  Coordinó talleres de fotografía y escritura en la cárcel de Bower. Desde hace cuatro años dicta talleres de dibujo.

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