«El río sin orillas», por Ignacio Bosero

 

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Después de unos días casi sin interrupción, había terminado de leer el libro de Juan José Saer, El río sin orillas. Creo que el hecho de haber leído hacía poco tiempo una de sus novelas, hizo que pudiera continuar con buen ritmo la lectura, de que estuviera mejor entrenado en su lenguaje y en su universo. Este aspecto no es menor, la escritura del autor santafesino requiere un estado particular, que no me animo a decir de concentración, prefiero pensarlo como un abandono, un descompromiso con el mundo instrumental que a uno lo rodea. Este tiempo puede ser de minutos o de horas, lo que sea, pero el flujo de su desbordante mundo tiene que poder abrirse. Puede decirse sin equivocación que el universo de Saer es abierto, exterior. Seguir leyendo ««El río sin orillas», por Ignacio Bosero»

«Helena de Lobos», por Gabriela Clara Pignataro

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Cada tanto algún sepulturero lava las flores de plástico de quienes fueron cremados y las reparte a su gusto. Los falsos gladiolos atados a los crisantemos, las rosas con las nomeolvides, las margaritas solas. No hay flor que pueda juntarse con la margarita. Hay que tener un resentimiento muy grande para regalar margaritas de plástico, habiendo tantas flores teñidas que soportan mejor el abandono de los parientes, pensaba la Difunta. Ser un muerto es un mal negocio. Para el finado, claro. Para los que siguen del lado de los vivos, un cajón que se cierra es un puñado de billetes que se reparte.

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«Tundra» selección de poemas (Años Luz), por Gabriela Clara Pignataro

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Gabriela Clara Pignataro (1985, Buenos Aires) escribe, es actriz y fotógrafa. En 2013 estrenó su ópera prima de experimentación teatral biodramática en C.C.Matienzo “Archivo Emocional Desclasificado”. Publicó La última oleada se llevó todo menos esto (Editorial Subpoesía 2013), Eso que no se parte es una respuesta (Difusión A/terna 2014), Muta (Nulu Bonsai 2014), Floresta (LFS 2015), Esto pasa: Poesía en Buenos Aires. Antología (Llanto de Mudo 2015), “Formas de lo invisible. El espectro como cuestión estético-política”(Karmacorp Ediciones, 2017), Tundra (Añosluz Editora, 2018), Tranço cabelo cai um raio(Benfazeja Editorial 2018). Lleva adelante con la directora de teatro Daniela Tuvo, el proyecto documental-audiovisual BORDER/IN, sobre procesos de migración forzada.

Se encuentra trabajando en Proyecto «La belleza random de los días» de investigación fotográfica analógica y en su primera novela. Su poesía fue traducida al francés y al portugués.

Se forma en la Lic. En Artes Combinadas en FFyL y en la Tecnicatura en Pedagogía y Educación Social en ISTLyR. Integrante del grupo de investigación Figuras de lo invisible (PRIG, FFyL, UBA) en torno a visualidades contemporáneas y representaciones estético-políticas.

Fue colaboradora en www.artezeta.com.ar, mironaartistica.blogspot.com.

En 2017, fue seleccionada en la convocatoria de Escritores de Bienal Arte Joven Buenos Aires con su poema El lapacho es la imagen de la furia. Participó del Encuentro Iberoamericano de Jóvenes Escritores en La Feria del Libro de La Habana 2018.

«Solo el ruido», por Gustavo Monsalve

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Rubén se sienta a tomar un mate amargo y la silla de madera cruje. La bombilla está sucia en el extremo de donde toma y la pava abollada reposa sobre una valerina ennegrecida que la separa de la mesa que renguea. Su departamento está debajo de la terraza y el ruido de las cañerías se escucha con fuerza. El sonido, a esta altura, es un gruñido de un perro viejo y enojado. No lo molesta para nada. Le recuerda a su abuelo, a sus noventa y dos y el ruido que hacía al tragar. «Es el mismo», piensa. Su abuelo lo había convencido de que tenía poderes. Le mostraba cómo podía llevar su pulgar hacia atrás, hasta tocarse la muñeca en una flexión imposible. «A todos les cuento que es una lesión de cuando era arquero en River, lo inventé para no asustarlos, no soy de este planeta. Solo funciona de noche». Rubén era chico y lo escuchaba asombrado. Ahora, apoya el mate en la mesa, se concentra e intenta empujar su pulgar hacia atrás, se le va formando una sonrisa mientras fuerza la articulación. Eso funcionaba para su abuelo, además no era de noche.

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«El sueño reaparece», por Ignacio Bosero

 

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Me sucedió que hace unos días pensara en que no soñaba. El indicio más claro es que a nadie le contaba mis sueños, ni siquiera al psicoanalista, a quien antes sí le contaba y hasta leía alguno de mis sueños. De hecho tengo una parva de sueños anotados por ahí, en diferentes cuadernos, en libretas y hasta tengo algunos sueños que considero clásicos, que recuerdo siempre. Algo así le debe pasar a todo el mundo, tiene dos o tres sueños que lo definen bastante bien. Uno, por ejemplo, corresponde a mi infancia. ¡Ay, cómo no recordar la casa de mi infancia! Divino tesoro. Es cierto que hoy la tengo a pocas cuadras y aunque todavía, cuando suelo pasar de curioso, hay un halo de vida que en cierto modo me da nostalgia, también me llena de entuertos felices la memoria. Los vecinos, muchos de los cuales se han ido muriendo, representan un conjunto de personajes únicos; algún día, estoy seguro, hablaré de esto; ahora quisiera referirme al sueño infantil. Intentaré no desviarme. Los lugares o la atmósfera, suelen ser muy importantes para el soñador, lo familiar en general es la casa, pero no sólo la casa, también puede serlo un poste de luz pintado, unas flores, es decir, algo que reconozca y que por alguna razón han motivado mi atención consciente, y activado mis sentidos. ¿Qué me pasó en el sueño? Me desorienté. Fui al quiosco a comprar golosinas y perdí de vista mi casa. La desesperación empezó a recorrerme. Entonces me metí en otro barrio (justamente un barrio que se estaba levantando en un baldío, un barrio enorme, con casas tipo hongo). De pronto todo fue muy Xul Solar. Por supuesto que yo no sabía quién era Xul Solar, pero las calles empezaron a levantarse, a volverse como toboganes, las casas tipo hongo a llenarse de escaleras donde yo corría y corría… Y atrás mío, en profundo negro, comenzó a perseguirme la bruja Cachavacha. No sé cómo pero logré huir por una especie de tablones de madera que comenzaron a desprenderse como andamios. Despertar fue un alivio total. Este es uno de los sueños clásicos, como decía, hay otros, muy recordables, por ejemplo cuando estuve charlando con Oscar Wilde. Ni qué decirlo, fue exquisito. También, como todos, maté mucha gente, viajé por lugares muy exóticos, volé con perros, me tiré en paracaídas; y no hace falta hablar de los sueños eróticos, muchos de ellos tan fascinantes que superan ampliamente el goce que se puede sentir en vida. Así y todo, no se trata en estos casos de una frustración, pienso que es el despertar de la aventura.

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«Desencanto», por Magalí Díaz Moreno

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Veo a las estrellas, les susurro un deseo.

Me quedo dormida.

Despierto con olor a mar.

La sal me emborracha.

Siento algo pesado en la pera.

Me la toco, Sonrío. Es barba.

Veo a mi alrededor a muchos,

Que como yo, se levantaron con otra forma.

¿Adónde vamos?

Neptuno es el único que sabe.

Mientras el viento toca mi pelo, intento adecuarme a este nuevo envase.

Me asomo a ver el agua.

En el reflejo, aparece una silueta con cuerpo de pez.

Pasa rápidamente.

Se esconde entre las algas.

Cae la noche.

Veo el majestuoso mantel estrellado.

Trato de pensar cuántas hay: sin cuenta.

Como no puedo descansar, me intriga saber el color que toma el mar en lo profundo de la noche.

Vuelvo a ver la figura.

Me acerco un poco.

Bajo la cabeza.

Escucho una canción que viene de lejos.

Es ¨Love will tear us apart¨, de Joy Division.

Mientras la tarareo, un chorro de agua emerge de las profundidades.

El estruendo es igual a la erupción de un volcán.

La lava marina contiene una sirena.

Al verla, me doy cuenta que tiene mi rostro femenino.

Sonríe cómplice.

Me saca a bailar.

Imitamos las formas de Ian Curtis, ya que, después de todo, nacimos el mismo día

Y sufrimos del mismo mal.

¡Qué bueno que mi otra mitad me entienda!

Pero al poco tiempo, ella pierde el control.

Se me abalanza.

Tiene hambre. Intento detenerla pero no cede.

Su cara se transforma.

Se hace diabólica.

Vuelvo a mi forma original.

Mi ser brilla con luz divina.

La agarro del cuello.

Se lo exprimo hasta dejarla muda.

Sin su único instrumento de supervivencia, decide suicidarse en el único lugar

Que conoce, su hogar y su tumba.

Luego de tirarse, vuelvo a ver el agua.

Veo mi rostro luminoso, pleno,

Desencantado, dual.

Se cumplió mi deseo: volver a estar entera.

Magali Díaz Moreno (1985, Buenos Aires) Desde muy temprana edad, tuvo avidez y fascinación por la lectura. A los seis años descubrió el animé japonés, el humor inglés, las predicciones de Horangel y la mitología griega. Escribió todo tipo de textos desde que aprendió a hacerlo. Estudió algo de Publicidad para darse cuenta que ser creativo es un arte y no un comercio.  Se recibió un buen día de Letras y actualmente se encuentra haciendo la carrera de astrología y perfeccionándose en el Tarot y otras terapias holísticas. Recita poesía en diferentes ciclos y escribe sobre astrología, moda y mitología nórdica para diferentes medios de comunicación digital. Hace poco empezó a coordinar Cabaret del Deseo, sesiones de arte y poesía erótica en la casa Cultural Avalon, por Villa Crespo.