Llegó al taller mecánico pensando que si se trataba sólo de una limpieza de inyectores, la sacaba barata.
Observó a Ramón en el fondo, agachado, casi un santo que comenzaba a administrar milagros en un quirófano monumental. Una racha de luz se colaba por el techo de chapa y enmarcaba su cara gruesa, rematada por una barba mefistofélica, mientras calentaba en un anafe un jarrito con mate cocido.
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