«Apuntes sobre el territorio», selección de poemas de María Ragonese

Foto: Cecilia Basualdo

 

Distancias I

Pasa un tren
de azul a rojo lo escucho pasar
lo veo por la ventana
¿o es un montón de viento?
vos también lo escuchas
y pienso
¡qué cerquita vivimos!
pero es mentira vivimos lejos
ninguna circunvalación fue nunca construida
para nuestra cercanía
sí para bordearnos desde un terreno que es
la poesía la cama en el piso
una mano que acaricia y habla
y después no
porque las manos o no hablan o tienen
muchas bocas
a veces somos monumentos
y me gustaría que pase un tren
el más implacable
que destruya el centro del monumento que somos
o mejor que sea una brisa
como cuando apenas llega la primavera
y fantaseo que viene a reparar un hueco
y la brisa se mete en ese espacio
que es una herida o un hoyuelo en la cara
o la cara misma
cosas que pasan mientras crecen otras
y sus distancias no siempre se miden
por el camino más corto.

 

Vida de los pájaros

Una jaula para mi canario doméstico
otra para los pichones que caían del pino
antes de tiempo
todos los pájaros eran salvados
siempre volaban
un verano vi un manojo de plumas amarillas
un cuerpito que no parecía alado
la boca llena de tierra era la muerte
o una flor al revés.

 

Imperialismo interestelar

Están vendiendo parcelas lunares
algunos dólares y te envían un comprobante a tu casa

tengo frío.

 

Geografías

Si cavo un pozo en la arena llego al mar
no llego al mar
cavo un pozo en la arena y encuentro países
no sé cuál es el tuyo
no encuentro tu casa
para llegar a tu casa hay que atravesar el mar
la zona de la rompiente
y nadar muy bien
y también nada
no pedir algo al mar
a la casa
no esperarlos como lo que se nombra
cavar un pozo es y no es necesario
adentro están las manos
el bosque
como preámbulo de lo nunca dicho.

 

Godai

Un recuerdo que debe tener veinte años
un caserón con ventanales y muchos árboles alrededor
una figura pequeña que crece desde el claro
en bajada
ese fue un día hermoso la temperatura el sol
había una fantasía en observar cada árbol y elegir uno
el tuyo estaba en el medio del prado
y parecía algún tipo de sauce pero no un sauce llorón

el mío era frondoso y me gustaba no entender
si sus hojitas eran blancas o no
los destellos de sol hacían un truco y había que acercarse
para saber su semblante

eso hicimos

no supe si eran blancas o no
pero te abracé por la espalda
y el amor era viento que erizaba la piel
que sonaba como cuando refresca y veo las cosas desde tu casa

nada de esto aparece en la foto
que encontré ayer a la noche en la calle
cubierta de barro la guardé en mi bolso
más tarde la limpié como para entrever algo

y hasta la busqué en google para saber de dónde era
para localizar un recuerdo ajeno que nunca vino
me quedo tranquila google no lo sabe todo
yo tampoco

intuimos algo y después no
camino me envuelvo en capas geografías suspendidas
de tiempo y amor
de alguna manera me quedo tranquila.

 

La vida que insiste

Me alegro
como quien se abre el pellejo
para llenarse de viento
y de cantos azules.

 

 

María Ragonese (1985, Buenos Aires) Trabaja como editora, correctora y redactora. Estudió Artes en la Universidad de Buenos Aires, y realizó talleres de pintura y fotografía. Escribe sobre cine y literatura, saca fotos y colabora en la realización de proyectos creativos. Actualmente asiste al taller de poesía de Osvaldo Bossi.

«Poesía y memoria», por Omar Lobos

«Poesía” y “memoria” son términos solidarios entre sí. La poesía aparece como un recurso de la memoria, con sus metros, su ritmo, su rima, sus fórmulas, que ayudan a retener innúmera cantidad de versos. Y la memoria es necesaria a la poesía, cuando quiere arrancarse a la cultura del papel y emprender vuelo, en la voz, en la música, en la evocación. O cuando quiere, necesita, refugiarse, guardarse, esconderse. La poesía es un género más ligado a la voz que otros géneros, hay poetas que sienten el verso primero en la voz, y solo luego lo vuelcan en la letra. Ósip Mandelshtam era uno de ellos. Es más, según las memorias de su esposa Nadiežda, “se jactaba de no saber escribir y trabajar recitando”.[1] Ello antes incluso de que sus versos significaran un peligro para él.

“Yo no tengo manuscritos”, escribe Mandelshtam en La cuarta prosa, “ni libretas de apuntes, ni archivos. No tengo mi propia letra, porque nunca escribo. Yo solo en toda Rusia trabajo recitando, y alrededor toda la recalcitrante cabronada escribe. ¡Qué diablos voy a ser un escritor! ¡Lárguense, imbéciles!”.

Anna Ajmátova también tenía buena memoria: según Nadiežda, ella y Mandelshtam “dos veces no se decían sus versos, puesto que los recordaban con solo un recitado”. Mandelshtam, por otra parte, cuando alguna vez dictada a su esposa, rezongaba que no recordara de una sola vez todo el poema. Y agrega Nadiežda que Ajmátova solamente en su vejez llevaba cuadernos.

Ósip Mandelshtam es arrestado (por segunda vez) en mayo de 1938. Fue a parar a un campo de concentración en el Lejano Oriente ruso, Vladivostok, donde muere a fines de diciembre del mismo año. Su muerte es transmitida oficialmente a su familia en junio de 1940. Y aquí es donde adquiere tan tremenda relevancia la obra de su abnegada esposa: Nadiežda Iákovlevna Jázina-Mandelshtam.

Hay ante mí una tarea nueva, y no sé cómo emprenderla. Antes todo parecía claro: había que conservar los versos y contar lo que nos había sucedido […]

Para mí y para todos los aletargados, ya no había ni vida ni sentido de la vida, pero tanto a mí como a la mayoría de aquellos nos salvaba el “tú”. En lugar del sentido de la vida apareció un objetivo concreto: no dejar que se pisoteara la huella que dejó sobre la tierra esta persona, mi “tú”, salvar los versos. En esta obra yo tenía una aliada: Ajmátova. Dieciocho años, un lindo plazo de reclusión, vivimos sin ver una luz, sin ningún apoyo desde fuera, sin atrevernos a pronunciar ese nombre íntimo –solamente en un susurro, las dos solas–, y nos estremecíamos sobre un puñadito de versos.

Nadiežda Mandelshtam dejó también un invalorable testimonio de su época: tres libros de recuerdos –escritos en los años 60– centrados fundamentalmente en las figuras de su esposo y de su amiga Anna Ajmátova. La amistad de las dos mujeres fue la continuidad del profundo lazo artístico-fraterno que había unido a los dos poetas. No en vano en su gran “Poema sin héroe”, Anna Andréievna alude a Mandelshtam como “mi doble”:

Y tras el alambre de púas

en el seno de la taiga dormida

en cuál año no sé

vuelto terrón del polvo del gulag

vuelto ficción de un sucedido horrible

mi doble marcha al interrogatorio…

Ciertamente, el Samizdat hizo lo suyo en la preservación y difusión de la obra de los autores censurados y/o desaparecidos durante la era soviética. La traducción del término sería “autoediciones”. Se trataba de copias clandestinas de obras hechas con carbónicos por los autores o por los lectores. En tiempos soviéticos, era el modo en que se difundían autores prohibidos dentro y fuera de Rusia. Dice a propósito Nadiežda:

No fue enseguida que comprendí el significado de Samizdat y me afligía porque no iban ya a publicar a Mandelshtam. Ajmátova también para esto tenía respuesta: “Nosotros vivimos en una época pregutenberguiana” y “Osia no necesita una máquina de imprenta”… Y yo poco a poco me convencí de su justeza: los versos son algo que vuela, no pueden ser escondidos ni encerrados. […]

Ajmátova no dejaba de asombrarse de que resucitaran versos pisoteados y, como a veces parecía, aniquilados. Decía: “No sabíamos que los versos eran tan vitales” y “Los versos no son lo que nosotros creíamos en nuestra juventud”.[2] Puede que no supiéramos, pero con todo algo sospechábamos. Al salvar los versos de Mandelshtam no nos atrevíamos a tener esperanzas, pero no dejábamos de confiar en la resurrección de aquellos.

Los versos de Mandelshtam fueron salvados por la memoria, la de estas dos mujeres y la memoria popular, que es el capital más preciado para un poeta. Por otra parte, en la tradición rusa, la literatura siempre fue concebida para hacer algo. Si los debates en torno a la revolución –fundamentalmente– ocuparon las letras del siglo XIX, los escritores soviéticos se sentían llamados a dar testimonio. “¿Y usted todo esto lo puede contar?”, le susurra a Ajmátova una mujer en la cola de la cárcel para ver a sus hijos aun sin saber quién era Ajmátova, y ella le respondió: “Puedo”. Esta pequeña conversación, que está en la introducción a su poema “Réquiem”, expone el carácter misional que la literatura rusa tuvo siempre.

No sé si por todas partes [sigue Nadiežda Mandelshtam], pero aquí, en mi país, la poesía está entera y vivifica, y la gente no ha perdido el don de ser penetrada por su fuerza interior. Aquí se mata por los versos, signo de un inaudito respeto por ellos, porque aquí todavía somos capaces de vivir de versos. Si no me equivoco, si esto es así y si los versos que yo he conservado sirven en algo a la gente, significa que no he vivido en vano y que hice lo que debía hacer por aquel que fue mi “tú” y por la gente en la cual los versos despiertan lo humano, y en consecuencia, el principio humano.

A propósito de “Réquiem”, cuenta Lidia Chukóvskaia en sus extraordinarias Notas sobre Anna Ajmátova:

Anna Andréievna, de visita en casa, me recitaba susurrando versos de “Réquiem”, pero en su casa del Fontanka no se resolvía a ello ni siquiera susurrando; inopinadamente, en medio de la conversación, hizo silencio y, señalándome con los ojos al techo y las paredes, tomó un pedazo de papel y un lápiz; después pronunció en voz alta alguna cosa cotidiana: “¿quiere té?” o “cómo se ha tostado”, después llenó el papel con letra rápida y me lo extendió. Yo leí los versos y, reteniéndolos en la mente, se los devolví en silencio. “Ahora hace un otoño prematuro”, dijo fuerte Anna Andréievna y, frotando un fosforito, quemó el papel sobre el cenicero.

La tarea, y la obra, de estas celosas memoristas fue ciclópea. Y escribo “memoristas” en dos sentidos: primero por todo lo que salvaguardaron en su memoria y segundo por el precioso legado que significan sus apuntes sobre Mandelshtam y Ajmátova. Lidia Chukóvskaia registró a modo de diario durante treinta años sus encuentros con Anna Andréievna. Era hija del célebre crítico (y escritor infantil) del llamado Siglo de Plata ruso Kornéi Chukovski. Ella misma escritora, poeta y prosista, autora de un famoso relato sobre los años del terror: Sofia Petrovna, la historia de una ciudadana soviética a la que trágicamente se le va revelando qué hay detrás del benefactor estado comunista. No obstante, la gran obra de su vida fueron los tres tomos de memorias que mencionamos, que abarcan desde su primer trato con Ajmátova en 1937 hasta la muerte de esta en 1966. Escribe tres meses después de este acontecimiento:

Con cada día, cada mes, mis anotaciones fragmentarias se iban volviendo cada vez menos la reproducción de mi propia vida convirtiéndose en episodios de la vida de Anna Ajmátova. En medio del mundo fantasmal, fantástico, enturbiado que me rodeaba, solamente ella no me parecía un sueño, sino lo real, aun si ella en este tiempo también escribía solo sobre fantasmas. Ella era indudable, auténtica en medio de todas las vacilantes inautenticidades. En aquel estado de ánimo en el que me encontraba en esos años –ensordecido, muerto–[3], yo misma me parecía cada vez menos viva de verdad, y que mi vida incompleta mereciera descripción (“Y suerte que ya haya pasado”[4]). Hacia 1940 anotaciones sobre mi vida ya no hacía casi nunca, y sobre Anna Andréievna escribía con más y más frecuencia. Me llamaba escribir sobre ella, porque ella misma, sus palabras y acciones, su cabeza, sus hombros y el movimiento de las manos poseían ese acabamiento que habitualmente pertenece en este mundo solamente a las grandes obras de arte. El destino de Ajmátova –algo más grande que incluso su propia personalidad– moldeaba entonces ante mis ojos, a partir de esta mujer célebre y abandonada, fuerte y desamparada, la estatua de la aflicción, la orfandad, el orgullo, el coraje. Los versos anteriores de Ajmátova yo los sabía de memoria ya desde la infancia, y los nuevos, junto con los movimientos de las manos que quemaban el papel sobre el cenicero, junto con el perfil aguileño, nítidamente recortado por una sombra azul sobre la pared blanca de la cárcel para confinados, entraron ahora a mi vida con la irrevocable naturalidad con la que ya hace tiempo han entrado los puentes, San Isaac, el Jardín de Verano o el malecón.[5]

Este testimonio abnegado es, ciertamente, a la vez un colosal testimonio epocal. Como ha escrito Ajmátova en una dedicatoria suya a Nadiežda Mandelshtam: “A la amiga Nadia, para que una vez más recuerde lo que pasó con nosotros”. Lidia Chukóvskaia comprende desde el principio que no está solamente preservando ese monumento que es la personalidad de Ajmátova, sino, a través de ella, una memoria colectiva.

Entre las anécdotas interesantes que recoge sobre diversos poemas de Anna Andréievna reportamos esta, a propósito justamente del que se llama “El sótano de la memoria”: en la anotación correspondiente al 4 de noviembre de 1953 cuenta que tratan entre las dos de restablecer el poema en su totalidad. La propia Ajmátova lo recordaba todo excepto los dos primeros versos:

……………………………….

……………………………….

No con frecuencia visito a la memoria

y además ella siempre me confunde.

Cuando desciendo con un farol al sótano

creo sentir de nuevo un sordo alud

tronar detrás por la escalera angosta.

Humea el farol, y regresar no puedo

mas sé que voy a lo de mi enemigo

y pido por piedad… Pero allá está

oscuro y quieto. ¡Mi fiesta ha terminado!

Ya treinta años que acompañaba a damas,

de viejo ha fallecido aquel pilluelo…

Me he retrasado. ¡Qué desgracia, pues!

No puedo presentarme en ningún lado.

Pero toco en la pared los cuadros,

y me entibia el hogar. ¿Y este milagro?

¡Entre este moho, este tufo y corrupción

destellaron dos vivas esmeraldas!

Y maulló un gato. Bien, vamos a casa.

¿Mas mi casa y mi juicio dónde están?

Chukósvakaia no consigue recordar el comienzo, y la reacción de Ajmátova es: –¡Se acuerda usted de cada tontería y no puede recordar los dos primeros versos! Dígame al menos de qué trataban.

Las memorias prodigiosas y entrenadas también juegan malas pasadas. Los versos no aparecen a pesar de los intensos devaneos. Recién el 21 de enero de 1955 Lidia Kornéievna anota:

De repente, en medio de la conversación, ella [Ajmátova] con un rápido movimiento abrió la valijita, sacó de allí una hojita y la puso ante mí sobre la mesa. Yo leí:

Pero que yo vivo triste es un absurdo

Y también que el recuerdo a mí me aguce…

–¿Los reconoce? –preguntó Anna Andréievna, mirándome fijamente.

Los reconocí: ¡las primeras líneas de “El sótano de la memoria”! Ahora estaba restablecido por completo.

Yo no sé si Anna Andréievna recordó estos versos o los encontró en su anotación primigenia.

Me fui feliz.

 Salvo Mandelshtam, tanto su esposa Nadia como Ajmátova y Lidia Chukóvskaia sobrevivieron al “reino de mil años” de lo que se conoce como período estalinista. Mandelshtam fue rehabilitado oficialmente en 1956. Ajmátova desde los años 50 fue readmitida en la Unión de Escritores Soviéticos. Pero ello no significaba que pudieran ser publicados libremente. Nadiežda Mandelshtam ya en los años 70 envió todo el archivo documental de su esposo para ser preservado a la Universidad de Princeton (EE.UU.). Las ediciones de Ajmátova durante todo el período soviético fueron siempre “propuestas” por las editoriales estatales. La mayor parte de la poesía de ambos fue salvada, preservada, venerada, por la memoria de quienes amaban esos versos como algo propio, íntimo, indiscernible de uno mismo.

La cultura se define por la memoria, por la lucha contra el olvido, y sobre todo el olvido como desaparición forzada. El olvido como acto deliberado de borramiento, como agente de disgregación. Así, en el destino de estos dos poetas (y, lateralmente, de sus amigos memoristas) quisimos graficar someramente la enorme tarea que desempeñó la memoria en el resguardo de esa cifra de los siglos y la vida de los pueblos que encarna siempre la poesía.

[1] En ruso el verbo chitat’ significa “leer”, pero también significa “recitar”: chitat’ stijí es, antes que “leer versos”, “recitar versos”. Como si los versos pudieran solamente sonar.

[2] Agrega Nadiežda: “Las tiradas de Samizdat en que se difundían los versos de Mandeshtam y muchas otras cosas no se pueden calcular, pero creo que sobrepasan incomparablemente las tiradas de cualquier libro de versos de nuestra juventud”.

[3] Su segundo esposo es encarcelado en 1937 y fusilado al año siguiente.

[4] Verso de un poema de Chukóvskaia.

[5] Sitios de Petersburgo.

Omar Lobos (1964, La Pampa) Actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciado en Letras en la Universidad de La Pampa y Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Integra el equipo docente de la cátedra de Literaturas Eslavas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y ha  realizado las primeras traducciones argentinas directamente del ruso de “Crimen y castigo y “Los hermanos Karamázov”, de Fiódor Dostoievski, así como de los romances populares de Alexandr Pushkin y el teatro completo de Antón Chéjov (todas ellas editadas por Colihue), entre otras. Es miembro fundador de la Sociedad Argentina Dostoievski, que integra la Sociedad Internacional Dostoievski. También es docente de Lengua Española en la Universidad Nacional de Lanús.

«Vaniloquio» y «Enamorado y Oblivion», por Jonathan Amador

Vaniloquio

 

Supongamos, por un momento supongamos,

que sos perenne

y que los avatares de la vida te resbalan,

que la existencia es armónica y perfecta

y los placeres al alcance de la mano,

sinestesia, en tu cabeza

y los ausentes nunca se fueron

y tus amigos jamás partieron,

porque sé que no vas a estar afligido,

tiro a la mierda

tu droga abyecta,

y miro, pienso, tu futuro, casi eterno,

casi impoluto, casi perfecto.

Sigue leyendo «Vaniloquio» y «Enamorado y Oblivion», por Jonathan Amador

“Hacer nada” en la niñez. Un acto filosófico en el taller de filosofía, por Javier Fernández Mouján

-¡Está perdiendo el tiempo!

-¡Que le corten la cabeza!

(Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll)

 

 

-Bueno, les voy a dar una “no tarea” para las vacaciones de invierno.

-¡Uh, no, tarea no… Vacaciones son vacaciones!

El murmullo dura unos instantes y alguno –o alguna-, desde el fondo –que pueden ser la primera fila o una del medio también, ya que se trata de otro “fondo”- pregunta:

-¿Pero cómo “no tarea”?

-¿Qué es una “no tarea”?

-¿Puede existir una tarea que sea “no tarea”?

Se van despertando otros filosofares y otros interrogantes y cuestionamientos surgen, desde esa simple consigna, enunciada en voz alta y –a estas alturas- escrita en el pizarrón: “No hacer nada”.

“Llegué a estar aproximadamente 20 o 25 minutos. Con mis pensamientos pasó que no sabía qué pensar y con mi imaginación pasó que siempre se me ocurrían todas las cosas que podía imaginar pero no sabía qué imaginar. Descubrí que soy capaz de estar –para mí- mucho tiempo sin hacer nada.”

(Inés)

Nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas, viven –generalmente- colmados de actividades. El tiempo así llamado “libre” deja de ser tal para dar paso a todo tipo de clases, cursos, recreaciones organizadas.

No es una cuestión de poder adquisitivo, aunque claro está que la “infancia destituida” adopta diferentes formas en relación al tema del “tiempo libre”, en las que no están ausentes el trabajo ni el afán –de los adultos y del marketing- de consumo y producción, aunque sea bellamente enmascarado.

“Mientras no hacía nada no me aburrí ni me divertí. Estaba pensando, imaginando una historia, uniendo las canciones; o sea, inventaba un personaje que, según lo que decían las canciones, le pasaban diferentes cosas. Además, hubo dos días en los que estaba viajando, entonces como no tenía hada que hacer, hice el ejercicio más tiempo del necesario. La última vez que lo hice fue cuando más duró (una hora y quince minutos); me aburrí un poco pero lo soporté. Mientras no hacía nada me molestó no poder saltar ni correr ni bailar, etcétera.”

(Clara)

Están las famosas agendas sobrecargadas: Fútbol, inglés, taller de arte, circo, música, natación, cocina, reciclado, kung fu, danza, origami, taller literario, historieta, periodismo, patín…

Todo después y además de la escuela. Todo además de las “tareas”. El tiempo libre bien ocupado, todo menos libre.

María Zysman lo describe así en Ciberbullying: “Niños apurados, llenos de actividades, sin tiempo para ‘no hacer nada’. Desde que nacen, los llenamos de sonajeros, gimnasios y luces; movimiento, sillitas mecedoras, trapitos y colores. Luego, celebramos sus cumpleaños con animaciones hiperkinéticas en lugares cerrados y oscuros. Los aceleramos, estimulamos y motivamos con los festejos de los ingresos y egresos (¿desde cuándo se les tira harina a los egresaditos de preescolar?), los vestimos de teenagers a los 6 años y creemos que nuestra pequeña hija de 8 ‘tiene novio’. ¿Cuál es el apuro?”

Y todo sin mencionar a los profesionales (médicxs, odontólogxs, psicólogxs, fonoaudiólogxs, psicopedagogxs, maestrxs particulares, ¡cursos de ingreso!…).

Sin mencionar.

“Lo que me pasó fue que se me pasó muy lento, entonces llegué a los 45 minutos con música o sin. No sentí nada, lo único que sentí fueron las letras de las canciones que no podía cantar. Mis sentimientos y pensamientos no aparecieron porque mi técnica era tildarme, pero en lugares en que estuviera calmo y solo para que nadie me destildara. Descubrí que es aburrido estar quieto, pero está bueno, porque hace que te olvides de cosas que te joden y te querés olvidar… Sirve pero te aburre. Recomiendo hacerlo después de comer o antes de irte a dormir.”

(Francisco)

¿Y los adultos?

¿Sujetos a la misma realidad de las agendas llenas?

¿Trabajando –en el mejor de los casos- doce horas por día?

¿Ocupando todo nuestro tiempo ocioso en “algo”… huyendo de la ”nada”… del “vacío”…?

“¿Qué me pasó? En los 5 minutos me sentí bien porque era muy poco, después pasé a los 25 minutos y ahí ya no me gustó, porque era mucho tiempo, pero igual lo terminé; después, los 30 minutos no me costaron porque estaba en el auto yendo a Luján, los 40 tampoco porque estaba yendo a Temaikén, los 55 minutos me costaron muuuuuucho porque me dormí… Y cuando terminé estaba muy feliz.

¿Cuánto tiempo llegué a estar sin hacer nada? Llegué a los 55 minutos pero me salteé algunos días, porque lo hacía cuando me acordaba.

¿Qué pasó con mis pensamientos, mi imaginación, etcétera, durante esos ejercicios de ‘no hacer nada’? Yo no estaba pensando en nada pero me imaginaba muchas cosas, también quería moverme porque no podía estar más quieto.

¿Qué descubrí? Descubrí que puedo estar sin moverme mucho tiempo y también que puedo estar tranquilo.”

(Matías)

En el medio –o por encima- la educación a cargo de los medios y de Internet. El poder subjetivador del marketing. Y también, o como parte de lo mismo: La ilusión del no aburrimiento como situación ideal e idealizada.

-Me aburro.

-¿No te aburrís?

-¿Estás aburrido?

-¡No seas aburrido!

-Esto es aburrido.

El prototipo de esto, o tal vez su “colmo”, son los lugares de veraneo –o en términos más amplios, los “destinos turísticos-.

“El primer día lo pude hacer, pero era muy difícil porque estamos acostumbrados a estar en movimiento todo el tiempo y cuando escuchaba la música era muy difícil no bailar ni cantar. El segundo día se me hizo más difícil. NO podía aguantar no reírme ni cantar, pero lo pude hacer. El tercer día ya no podía aguantar más la risa y me rendí.

Llegué a estar sin hacer nada 15 minutos.

Lo único que pensaba era que quería no reírme ni cantar ni bailar para poder hacer la tarea.

Descubrí que puedo estar 15 minutos escuchando música sin cantar ni bailar.”

(Malena)

Yo todavía recuerdo un mundo en el que las vacaciones nos servían para disfrutar del tiempo libre, con todos los beneficios que el tiempo libre traía –y sospecho que trae- consigo. Emparentado al famoso “dolce fare niente”.

Tumbarse bajo un árbol, en una hamaca paraguaya, tomar sol en la playa, hacer la plancha, caminar entre los médanos –viviendo miles de aventuras, con variados grados de realismo-, pasear por el bosque, recorrer callecitas, dormir la siesta, mirar el mar, treparse a los árboles, disfrutar de la puesta de sol o de la inmensidad del cielo nocturno, desayunar, leer porque sí, zambullirse en el lago o en el centro de una ola, sentir el viento en la cara, hacer un castillo de arena con todo el tiempo del mundo, hacer un fogón, tomar un trago, cabalgar, patear una pelota, jugar a la paleta, escuchar música o simplemente los sonidos de la naturaleza… olvidarse del tiempo.

¿Cuál es la diferencia entre esta lista y las interminables ofertas de entretenimientos de los lugares en donde la gente habitualmente pasa sus vacaciones?

Tentado de responder a esta pregunta, descubro que la mejor forma de responderla es no hacerlo. Que el lector o la lectora haga su intento. Y la filosofía habrá brotado… “de la nada”.

“Lo que me pasó fue algo que me cuesta mucho: Tranquilidad. Yo hice en todos los minutos lo mismo: Mirar al techo y relajarme. Fue algo que me gustó.

Llegué a estar 55 minutos sin hacer nada, lo que para mí es mucho, y tengo que admitir que me recontra aburrí. Pero en un omento no respeté la regla: Dejé de ‘hacer nada’ para ir a ver a River.

Sinceramente en mi imaginación no me pasó nada, pero me facilitó pensar, porque por ejemplo, al hacer una tarea me siento presionado en pensar y en ese momento sin hacer nada pude pensar todo con tranquilidad y tiempo.

Lo que descubrí principalmente fue la TRANQUILIDAD…”

(Rafael)

El temor al aburrimiento –propio o de nuestros hijos e hijas- es potente. Nosotros mismos estamos huyendo del aburrimiento, días y noches. De lunes a viernes y los fines de semana también. Doce meses al año.

Y nuestra cultura, tan perversa, espera agazapada para ofrecernos todas sus soluciones mágicas para que no nos pase eso tan terrible que es aburrirnos: mejor adictos de tanto consumo –de lo que sea- que aburridos.

Mejor el estrés y sus síntomas que aburrirse.

Mejor las cabezas embotadas de tanto estímulo que estar aburridos.

Mejor los slogans y las chicanas que los argumentos.

Mejor el pensamiento dicotómico (todo o nada, blanco o negro) que la empatía, la capacidad de integrar, de relacionar, de relativizar, de reflexionar, de dar lugar a las diferencias y a los matices…

“Me pasó que me sentía incómodo y nervioso.

Llegué a estar 40 minutos de desesperación y nerviosismo.

Pensaba en muchísimas cosas a la vez porque como no estaba haciendo ‘nada’, ninguna actividad, me concentraba en mis pensamientos y pensaba en muchas, muchísimas cosas…

Descubrí que puedo estar aburrido durante mucho tiempo y que puedo usar mi mente para pensar demasiado en poco tiempo. También descubrí que puedo estar pensando en muchas cosas a la vez.”

(Nicolás)

-¡Estoy aburrido!

-Buenísimo. Es un estado muy enriquecedor, estimula tu creatividad, tu sensibilidad, tu conocimiento de vos mismo y del mundo…

Éste es un diálogo posible con mis hijos y, casi con certeza, con mis alumnos y alumnas del taller de filosofía.

“La verdad es que ‘hacer nada’ me inquietó, porque siempre tengo que hacer algo o tengo que moverme o cantar. Se me pasó muy largo…

Llegué a estar una hora y diez minutos.

Pensé en cosas diferentes de las que pienso todos los días.

Creo que descubrí que está bueno a veces no hacer nada porque es como que te desconectás de todo y sólo te importa no hacer nada.”

(Elena)

“A mí me pasó que me aburrí mucho; al principio no estaba tan mal pero después me empecé a incomodar y a aburrir. Se me pasaban muchas cosas al mismo tiempo y no pensaba en nada en especial. Descubrí que no puedo estar mucho tiempo sin hacer nada y que no puedo estar literalmente sin hacer nada.”

(Martina)

 

«Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado, ni a la Iglesia, que tiene otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraria a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene éste uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas.
(…) Denunciar en la mistificación esa mezcla de bajeza y de estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y sus autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hacer hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la Moral o la Religión. Combatir el resentimiento y la mala conciencia que ocupan el lugar del pensamiento. ¿Quién a excepción de la filosofía se interesa por ello? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa desmitificadora. Y, a éste respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían mucho mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impidiera ir todo lo lejos que querrían. Le prohíbe respectivamente, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe?».

Esto dice Deleuze, pensando en y desde Nietzsche, en Nietzsche y la Filosofía.

La filosofía sería un porque sí que lleva más allá del porque sí. En su ejercicio mismo nos lleva a cuestionar lo establecido, ¿más poderoso hoy que en otras épocas de la humanidad?… Probablemente. Sobre todo si, a los poderes que Deleuze enuncia (Estado, Moral, Religión)  le agregamos –dicho esto con todo respeto- el Mercado.

«Lo que me pasó fue que se me pasó muy lento, entonces llegué a los 45 minutos con música o sin. No sentí nada, lo único que sentí fueron las letras de las canciones que no podía cantar. Mis sentimientos y pensamientos no aparecieron porque mi técnica era tildarme, pero en lugares en que estuviera calmo y solo para que nadie me destildara. Descubrí que es aburrido estar quieto, pero está bueno, porque hace que te olvides de cosas que te joden y te querés olvidar… Sirve pero te aburre. Recomiendo hacerlo después de comer o antes de irte a dormir.”

(Francisco)

“Lo que me pasó es que me sentí un poco relajado pero con mezcla de rareza, ya que nunca lo había hecho. También los pensamientos me invadían, sobre todo lo que tenía que hacer y todo lo que podría estar haciendo.

Llegué a estar veinte minutos sin hacer nada.

En esos veinte minutos pensaba cosas que no quería hacer, como hacer toda la tarea que me dan para entrar al Buenos Aires. Por mi imaginación pasaba mi perro, ya que siempre estuvo al lado mío.

Descubrí que la música no me ayuda a no hacer nada, salvo que sea una canción que no me gusta.”

(Ian)

En todo esto pensaba -o tal vez en nada, tal vez simplemente disfrutaba de mi aburrimiento- hace unos años, cuando se me ocurrió “inventar” este ejercicio que llamé “no hacer nada” y al que, para enfatizar su efecto “filosófico” de ir contra la corriente, un poco con humor, un poco sin temor al riesgo, se me ocurrió que sería bueno como “no tarea” para las vacaciones de invierno. De hecho se me apareció todo junto.

“El sábado hice tres minutos, no llegué a los cinco; lo intenté con música pero no pude. El domingo lo volví a intentar y pude estar los cinco minutos -¡¡sin música!!-. El lunes intenté los diez minutos y me cansé a los seis. Desde ese lunes me rendí y no lo hice más. Sentía que nunca iba a poder estar diez minutos sin hacer nada; entonces no lo seguí. Sentía que no iba a poder porque me conozco y conozco mi personalidad. En los cinco minutos pensé en lo que iba a hacer en las dos semanas de las vacaciones de invierno y con quién… ¡Descubrí que sólo puedo aguantar cinco minutos!”

(Fiamma)

“A mí me pasó que llegaba un momento en el que no sabía en qué posición ponerme y casi me quedaba dormida.

Llegué a estar una hora y diez minutos.

Me concentraba en las letras de las canciones que estaba escuchando… Hasta que pasó una canción de Calle 13 que me hizo pensar en lo que pasaba en el mundo con la violencia.

Descubrí que tengo un montón de canciones en el celular que no me gustan.”

(Miranda)

Seguramente también aportó lo suyo el libro de Roger Pol-Droit y Jean-Philippe Tennac, “Tan locos como sabios”, al que tenía muy presente, en el que los autores se dedican a narrar pequeñas –o no tan pequeñas- anécdotas de filósofos de la antigüedad, en las que se evidencia que no sólo se hace filosofía con palabras sino también con actos. En sus actos estaba implícita su filosofía o directamente eran la filosofía misma.

Buscando en internet –ya que no tengo el libro a mano en este momento- me encontré con esta breve y curiosa reseña del mismo, en la que me sorprende la mención al aburrimiento: “Este libro rescata y recrea algunas escenas perturbadoras de la filosofía antigua, como la muerte de Heráclito, las tentaciones de Diógenes, la tacañería de Platón, la busca del dolor de Aristóteles o la convicción suicida de Séneca. Los autores demuestran que la filosofía, nacida de la sorpresa y el desquicio, jamás ha sido aburrida.”

“Llegué a estar 30 minutos sin hacer nada. Cuando no hacemos nada, nuestros pensamientos y nuestra imaginación pasan a ser lo más importante: Al no hacer nada, inevitablemente pensamos, es nuestra única acción en ese momento. Buscamos y entramos dentro de nuestra mente y memoria, nuestro palacio de recuerdos e ideas, ahí tenemos todo lo que forma nuestra personalidad. Buscamos, encontramos y estudiamos atentamente cada detalle y pensamiento, cada momento que recordamos, cada uno de los elementos que nos hacen ser quienes somos.”

(Ana)

 

El ejercicio, tal como lo describo en Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, es así:

Les digo a los chicos que les voy a dar una tarea –generalmente en la última clase antes de las vacaciones de invierno-, luego aclaro que se trata de una tarea “mental”, y empiezo a dictar las consignas: “El título es No hacer nada…”; ya ahí empiezan las preguntas inquietas, divertidas, desafiantes, que no paran hasta que se hace la hora de irse. La “no tarea”[1] consiste en “no hacer nada” en algún momento durante cinco minutos el primer día de vacaciones, diez minutos el segundo, y así ir aumentando sucesivamente hasta donde lleguen. La única “actividad” que pueden llegar a hacer en simultáneo con este “no hacer nada” es escuchar música –pero no bailar ni cantar ni otra actividad relacionada con el escuchar música-.[2]

Muchas veces, por no decir siempre –pero no en todos los casos-, estas experiencias ya nos ponen en contacto con las preguntas -¡si hasta se dispararon un montón sólo al dar la consigna!-… Y éstas, por supuesto, son bienvenidas.

“Yo en realidad hice la no tarea pero no tal cual, porque no me sentaba todos los días a no hacer nada, sino que fui a la quinta de mis tíos que está en el río (una especie de orilla) y no había internet, así que estuve bastante tiempo sin hacer nada.

Mientras estuve sin hacer nada reflexioné de todo un poco. Aunque debo aclarar que a veces escuchaba música y sólo la tarareaba. Reflexioné básicamente acerca de mí y de mi vida, mis amigos y amigas, mi familia, mi futuro colegio, cómo soy yo, qué tengo que cambiar de mí, entre otras cosas…

Reflexiones:

¬ A veces siento que hago las cosas mal y no sé si es sólo que lo siento o que en serio tengo que cambiar.

¬ ??????????????, estuve organizándome un poco; cuándo y dónde hacer las tareas, cómo, cuándo y dónde estudiar, entre otras cosas.

¬ Estuve medio preocupada porque rendí un parcial para el Pellegrini con fiebre y faringitis, no creo que me haya ido muy bien. Y después soñé que me sacaba un 68. Pensé acerca de las consecuencias.

¬ Creo que soy bastante celosa con algunas cosas u tengo que cambiarlo.

¬ Reflexioné acerca de QUÉ VOY A HACER EL AÑO QUE VIENE SIN 7º… Si tanto los extraño en las vacaciones, el año que viene no voy a saber qué hacer, sí o sí nos vamos a tener que juntar.

¬ Reflexioné acerca de que no vale la pena pelear por pavadas.

¬ Reflexioné sobre otras cosas que no quiero escribir o no me acuerdo.

Descubrí muchas respuestas acerca de dudas sobre mí o sobre mi vida.”

(Mora)

La tarea no hacer nada también fue adaptada al formato primer grado, y su principal diferencia fue hacerla en clase –con lo que además se transformó en un “no hacer nada grupal”– y sólo unos pocos minutos. Lo más llamativo fue “lo que generó el no hacer nada, en silencio, durante un rato… hubo una imperiosa necesidad de ruido apenas terminó el momento de silencio, y después comentaron lo que habían pensado y sentido durante ese rato”.

(Javier Fernández Mouján: Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, Capítulo 8: El futuro llegó, Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013)

“Duró 1 hora y 30 minutos.

Al principio me costó, pero me acostumbré y estuve unas tres canciones ‘haciendo nada’, hasta que empecé a sentir una presión en todos los músculos, sobre todo en las pestañas. Pasado un rato me olvidé de la presión y me quedé dormido por unos cinco minutos y después me desperté. Escuché una playlist de 19 canciones de 4 minutos cada una. Pensé muchas cosas, todas inútiles. Reflexioné sobre varias cosas que juegan pequeños papeles en la vida. Cuando terminé el ejercicio corrí un poco para liberar presiones…”

(Ramiro)

“Me quedé sentado en un cómodo sillón de cuero y reflexioné sobre las cosas que me pasan a mí en la vida. Llegué a estar aproximadamente setenta y cinco minutos sin hacer nada. Descubrí que con este ejercicio la filosofía es como un cuarto de papel al que lo llenan de dibujos y pensamientos.”

(Joaquín)

[1] Así la llamamos cariñosa y humorísticamente la última vez.

[2] La preguntas y comentarios que brotan espontánea y entusiastamente son como éstas: “¿pero cómo no hacer nada?, no se puede, siempre estamos haciendo algo”, “¿se puede respirar?”, “¿cómo te vas a enterar si la hicimos, si es una tarea mental?”, “¿puedo ver televisión?”, “¿con los ojos abiertos o cerrados?”, etcétera.

Citas bibliográficas:

  • Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas.
  • María Zysman: Ciberbullying, Paidós, Buenos Aires, 2017.
  • Gilles Deleuze: Nietzsche y la Filosofía, Editorial Anagrama, Barcelona, 2006.
  • Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac: Tan locos como sabios. Vivir como filósofos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004.
  • https://www.libro-e.org/2016/10/descarga-libro-tan-locos-como-sabios-pdf-de-droit-roger-pol-y-de-tonnac-jean-philippe/
  • Javier Fernández Mouján: Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013.

Javier Fernández Mouján Es psicólogo con intereses y mirada amplia y docente con una nutrida y variada experiencia –en cuanto a edades (de preescolares hasta adultos), instituciones (Escuela Del Sol, Universidad de Belgrano, Universidad Maimónides, etcétera) y temas (de psicología, filosofía, taller literario)-, es también poeta, amante de la música, de la literatura, del cine, del buen vino, de la comida, del fútbol, de los amigos, de la vida. Ha escrito y publicado numerosos artículos sobre psicología, poesías, y un libro sobre sus clases de filosofía con niños y adolescentes, llamado «Hacer filosofía con filósofos en edad escolar Compartiendo una experiencia y sus huellas» (Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013).

Poesía: «Debo decir», «La novedad», por Adrián Quinteros

Imagen: Olivia Busse

 

Debo decir 

 

El viento mueve las cortinas.

Una legión de mariposas negras,

copulan ciegas con la luz.

 

Es duro el aprendizaje de observar como la mente inventa

a su antojo y deriva.

 

II

Dar en el blanco no es embriagar al mundo de sí

dar en el blanco es quizá, evaporarse

ausentarse ante la insistencia del músculo que mana impasible

dar en el blanco

dejarse henchir

dejarse henchir

por el suave aliento del hogar común.

 

III

Quizá, el camino difícil

el más pesado de los pesos

sea simplemente esto que es,

tan solo un rasgo del gesto

cuando entregamos la flor que no arrancamos.

 

 

La novedad

 

Ahí donde no hay trance,

el candor y la cuerda divina del pájaro

se detienen.

La perversión crece

en un cuerpo que ya no celebra,

solo hace lobby.

 

Ahí donde no hay trance,

somos tristes cajeros, abrumados por la inercia,

o sensuales demonios de una revolución infecunda.

 

Allí donde la mirada no se transporta a las arenas de la nada

solo queda el nervio absoluto de la depredación,

ninguna  luz puede surgir ante esa laberíntica arrogancia.

 

Allí donde estaqueamos la forma conquistada

la bandera nos amordaza

arrojándonos al vicio

nos deja de rodillas a la industria pesticida.

Con la cara de póker

aturdidos en la muda canción de la estrategia.

 

 

Solo después de la sed, el hambre, la intemperie

el hombre, sí, el hombre,

eso que evadimos anestesiados

se hace justo en su forma arcana,

abandona la competición.

 

Solo después de verse arrasado por la intempestiva ecuación de lo inefable

se rompe, estalla, se abre al camino

comprende que hay una tierra prístina que cultivar,

dentro de cada repliegue

detrás de cada máscara.

 

 

Adrián Quinteros (1984, Pcia de Buenos Aires). De padres y abuelos entrerrianos, todos los veranos de mi infancia los pasó en Diamante, sobre la costa del Paraná. Forma parte de una generación que nació en el advenimiento de la democracia y transitó la primer parte de su adolescencia a fines de la década del ’90. Creció en una atmósfera de gran descontento y apatía pero también bajo el influjo de la curiosidad y el entusiasmo creativo, que poco a poco fue ejerciendo en una trayectoria liminar entre el rock, la poesía, el teatro, estudios de psicología social y antropologías del cuerpo, complementadas a otras incursiones en el cine y acciones artivistas.

Actualmente sigue profundizando en este cruce de lenguajes que nacen de una relación directa entre experiencia y escritura.

Adrián Quinteros web

Poesía: «Premiere», «Lo nuevo», por Magalí Díaz Moreno

 

Imagen: Sammy Slabbinck

 

Premiere

Flota por ese líquido dulce y sin nombre.

Nada, se despereza.

Abre los ojos y los vuelve a cerrar.

Pone su mano en la boca y la saborea.

Todo es intenso.

Siente una luz suave y unas palabras dulces que hacen eco sobre sí mismo.

Sueña todos los días con cosas que no comprende pero que tampoco le importan demasiado.

La fascinación de lo que pasa en cada momento es el motor de su felicidad.

El alimento con el que se nutre a veces le agrada, a veces no.

Se pone inquieto. Se duerme.

Al cabo de un tiempo, se da cuenta que es momento de dejar ese lugar.

Es momento de conocer otros y a otros también.

Es ahí cuando se posiciona.

Va girando sobre sí mismo cual caracol.

Sigue en espiral por un tiempo.

Como un nadador listo para saltar del trampolín o bajar de un tobogán, desciende.

Se desliza.

El camino es oscuro pero no le teme.

Sigue.

Tarda lo que siente es una eternidad.

En el fondo ve una luz.

Como si fuera disparado como un cohete sale.

Toma instintivamente una gran bocanada de aire.

Llora de la emoción.

Viendo así que todos los que están a su alrededor hacen lo mismo.

Está lleno de vida.

Un ser en estreno ha salido a la superficie.

 

 

Lo  nuevo

La palabra sola me lleva a recordar a Dante y su vita nova. La renovación del amor que aunque platónica e ingenua, tiene esa cosa novedosa: dulce y estilosa.

Los corazones se llenan de esperanza ante la novedad del Año por nacer.

Tontas promesas falsas: de cambiar de actitud como de calendario o ropa interior.

Pero a veces, lo cotidiano sorprende y se da el milagro.

¿Si no es acaso que Los astros se alinean y una vez por mes, la luna cambia y se renueva?

Si ella cambia… ¿Por qué no cambiar yo?

Voy pelando mis capas una tras una, dejándolas caer y metamorfoseándome en la mariposa que

Siempre quise ser….en un ser inédito cuya historia es un canvas en blanco, listo para ser llenado

De palabras nóveles, de trazos puros.

Escribiendo así la saga de una vida en estreno, de un espíritu blanco de inicios sin final en vista.

 

Magali Díaz Moreno (1985, Buenos AiresDesde muy temprana edad, tuvo avidez y fascinación por la lectura. A los seis años descubrió el animé japonés, a Queen, las predicciones de Horangel y a la mitología griega. Escribió desde que aprendió a hacerlo, desde diarios a cuentos y hasta novelas. Estudió algo de Publicidad para darse cuenta que ser creativo es un arte y no un comercio. Recitó poesía en diferentes eventos y escribió para diferentes medios de comunicación digital. Se recibió un buen día de Letras y actualmente se encuentra dando sus primeros talleres literarios y astrológicos.