«Solo el ruido», por Gustavo Monsalve

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Rubén se sienta a tomar un mate amargo y la silla de madera cruje. La bombilla está sucia en el extremo de donde toma y la pava abollada reposa sobre una valerina ennegrecida que la separa de la mesa que renguea. Su departamento está debajo de la terraza y el ruido de las cañerías se escucha con fuerza. El sonido, a esta altura, es un gruñido de un perro viejo y enojado. No lo molesta para nada. Le recuerda a su abuelo, a sus noventa y dos y el ruido que hacía al tragar. «Es el mismo», piensa. Su abuelo lo había convencido de que tenía poderes. Le mostraba cómo podía llevar su pulgar hacia atrás, hasta tocarse la muñeca en una flexión imposible. «A todos les cuento que es una lesión de cuando era arquero en River, lo inventé para no asustarlos, no soy de este planeta. Solo funciona de noche». Rubén era chico y lo escuchaba asombrado. Ahora, apoya el mate en la mesa, se concentra e intenta empujar su pulgar hacia atrás, se le va formando una sonrisa mientras fuerza la articulación. Eso funcionaba para su abuelo, además no era de noche.

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«El sueño reaparece», por Ignacio Bosero

 

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I

Me sucedió que hace unos días pensara en que no soñaba. El indicio más claro es que a nadie le contaba mis sueños, ni siquiera al psicoanalista, a quien antes sí le contaba y hasta leía alguno de mis sueños. De hecho tengo una parva de sueños anotados por ahí, en diferentes cuadernos, en libretas y hasta tengo algunos sueños que considero clásicos, que recuerdo siempre. Algo así le debe pasar a todo el mundo, tiene dos o tres sueños que lo definen bastante bien. Uno, por ejemplo, corresponde a mi infancia. ¡Ay, cómo no recordar la casa de mi infancia! Divino tesoro. Es cierto que hoy la tengo a pocas cuadras y aunque todavía, cuando suelo pasar de curioso, hay un halo de vida que en cierto modo me da nostalgia, también me llena de entuertos felices la memoria. Los vecinos, muchos de los cuales se han ido muriendo, representan un conjunto de personajes únicos; algún día, estoy seguro, hablaré de esto; ahora quisiera referirme al sueño infantil. Intentaré no desviarme. Los lugares o la atmósfera, suelen ser muy importantes para el soñador, lo familiar en general es la casa, pero no sólo la casa, también puede serlo un poste de luz pintado, unas flores, es decir, algo que reconozca y que por alguna razón han motivado mi atención consciente, y activado mis sentidos. ¿Qué me pasó en el sueño? Me desorienté. Fui al quiosco a comprar golosinas y perdí de vista mi casa. La desesperación empezó a recorrerme. Entonces me metí en otro barrio (justamente un barrio que se estaba levantando en un baldío, un barrio enorme, con casas tipo hongo). De pronto todo fue muy Xul Solar. Por supuesto que yo no sabía quién era Xul Solar, pero las calles empezaron a levantarse, a volverse como toboganes, las casas tipo hongo a llenarse de escaleras donde yo corría y corría… Y atrás mío, en profundo negro, comenzó a perseguirme la bruja Cachavacha. No sé cómo pero logré huir por una especie de tablones de madera que comenzaron a desprenderse como andamios. Despertar fue un alivio total. Este es uno de los sueños clásicos, como decía, hay otros, muy recordables, por ejemplo cuando estuve charlando con Oscar Wilde. Ni qué decirlo, fue exquisito. También, como todos, maté mucha gente, viajé por lugares muy exóticos, volé con perros, me tiré en paracaídas; y no hace falta hablar de los sueños eróticos, muchos de ellos tan fascinantes que superan ampliamente el goce que se puede sentir en vida. Así y todo, no se trata en estos casos de una frustración, pienso que es el despertar de la aventura.

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