Música: «El tiempo se estira y se deforma». Entrevista a Peluqui de Las cosas que pasan, por Isabel Lacatol

La banda se forma a fines del 2015 en Mendoza, después que desparece Lavanda Fulton porque uno de los chicos del grupo tomó la desición de irse, se tomó el palo. En el 2016 salió el disco y ahora preparan el segundo que estará listo a principios de marzo, se trata de un disco más convencional, dice, de unos treinta y cuatro minutos de duración.

El disco inspiró al productor musical Gonzalo Elizondo, amigo de Peluqui, a crear el sello Microdiscos (microdiscos.com) que solo graba discos de diez minutos.

Las cosas que pasan surge como un proyecto solista, con el tiempo han participado distintos músicos, hoy la banda está conformada.

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-El disco parece tener una influencia bastante ecléctica, por un lado se puede reconocer a Nirvana, una lírica cercana a Spinetta y algo de psicodelia.  Sin embargo, ¿podría decirse que es un disco punk?

Supongo que tiene algo de punk, lo que me marcó en la adolescencia fue Nirvana, después ya más de grande Tame Impala, esas son las dos grandes influencias que creo hay en el disco. Por otra parte, en relación a las letras siempre me gustó escribir, de chico me gustaban los temas vinculados a lo espiritual y ese flash, pienso que la lírica va un poco por ahí.

 -¿Qué música escuchás? ¿Cuál detestás? 

No detesto nada, me parece muy fuerte esa palabra, lo que no me gustan son las bandas de cover pero en general escucho de todo.

Como dije antes reconozco a Nirvana Tame Impala como las principales inlfuencias,  en este disco nuevo que va a salir la primer semana de marzo y que es un disco normal digamos, de once canciones, estuve muy influenciado por Grimes con el uso de las máquinas de ritmo. También escuché Kurt Vile, mucha electrónica como Nicolas Jaar, pop, en fin, cosas que no tienen nada que ver con lo que uno referenciaría a Las cosas que pasan que es más rock.  Está bueno prestar atención a estilos dísimiles porque se genera una mezcla interesante.

La música de Mendoza es la que más escucho a nivel nacional, Perras on the Beach, Usted señálemelo, Gonza Nehuén, Tito,  Las ex, Luca Bochi y Puar –me ha influenciado mucho con sus pianos y melodías-.

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-¿Cómo fue proceso de composición, dónde, en qué momento del día? ¿Hubo una idea previa o se fue dando sobre la marcha? 

El proceso de composición fue espontáneo, llegué un día recontra empepado y me salieron las dos primeras canciones del disco, se las pasé por chat a un amigo que no las pudo escuchar, después lo hizo. Esos fueron los primeros temas del disco, rápidamente salió el tercero, en algo así como dos semanas  hice las diez canciones. Igual algunas ya las tenía, solo las reformulé. A partir de ahí me concentré en la brevedad del disco.

Componer en una casa, solo, de noche o en el amanecer.

 -El disco tiene diez canciones, la más larga dura un minuto treinta nueve. ¿Por qué la brevedad en las canciones? ¿Se buscaba generar una sensación de incompletud? ¿O la corta extensión está más relacionada al enigma del haiku? 

No son canciones incompletas, son así, breves, después se fue creando el concepto que si lo escuchás de corrido, sin interrupciones, parece que pasa más tiempo, el tiempo se estira y se deforma, parece que dura media hora como un disco normal. Supongo que es por la situación que estaba viviendo que necesitaba vomitar esas canciones en pequeños haikus, aunque no sé bien qué es un haiku, me lo han repetido varias veces.

 -Aparecen varios elementos poéticos tomados del paisaje -la montaña, la luna, el mar- y otros más vinculados a los sujetos en la ciudad -la multa, el egoísmo-. ¿Dónde pasan Las cosas que pasan?  

Pasan en Mendoza y en mi cabeza, como las canciones de cualquier autor. El mar es por una ex novia que se fue a vivir al otro lado. La interpretación que pueda hacerse del disco es libre.

 Hacer música en Mendoza, tocar en Buenos Aires. ¿Está todo concentrado en capital o se diversificó?  

Componer música en Mendoza y tocar en buenos Aires, Córdoba, Santa fe,  San juan, Uruguay, Chile, como te decía antes no se da más la cuestión de “tengo que ir a Buenos aires”. Creo que se está mirando un montón hacia el interior, más teniendo en cuenta las comunicaciones que hay y los medios que tenemos para mostrar lo que hacemos, se ha equilibrado todo, no hace falta ir a exponerse a la ciudad para que lo que hacés se conozca. Hoy entrás a internet donde está todo al alcance de todos, eso nos ha facilitado el hecho de quedarnos acá e ir a tocar adonde queramos.

En Buenos aires lo que se concentra inevitablemente es la cantidad de gente, en cualquier ciudad grande podés tocar tres veces en un fin de semana que va a ir distinta gente. Acá en Mendoza no, pero hemos logrado armar la rueda, tocar un poco allá, un poco acá, en otras provincias, espero que este año se multiplique todo.

 -¿Podés contarme un poco sobre la movida musical en Mendoza -y un poco más allá- , qué está pasando y qué lugares de encuentro hay?  

Lo que está pasando es muy bueno, hacía tiempo que estaba todo estancado, se dio una simbiosis entre las generaciones nuevas y mi generación, que tenemos casi diez años de diferencia. Venía un poco por el trabajo que estaba haciendo Mi amigo invencible -que se fueron a vivir a buenos aires hace seis años-. Por otro lado, acá no hay apoyo de nada, el gobierno o cultura están ausentes, la municipalidad tiende a clausurar centros culturales, a clausurar fechas, lo que ha sido una motivación para querer hacer más y más de la manera que sea.

Tenemos relación con otros artistas, se podría decir que ahora lo que se arma es una escena que antes no había, estamos todos conectados, nos ayudamos, eso está bueno porque siempre se avanza mucho más en bloque que individualmente.

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-¿Cómo es el público de Las cosas que pasan y cómo les gustaría que sea? 

Nuestro público es divertido, agitador, le gusta el rock, le gusta todo. Ahora las fronteras musicales y los estilos se están borrando, por ejemplo se organizan festivales donde toca una banda de cumbia y una banda de electrónica o una de rock. Se está mezclando todo con todo, diferentes estratos sociales, diferentes palos, en la mayoría de las bandas está pasando eso. Antes tenías a los fanáticos de los Redondos y por otro lado los de Soda, ahora el mismo público de Las cosas que pasan, es el público de Usted señálemelo o Telescopios, hay menos prejuicios en el mundo en general.

Nos gustaría que fundan todo, que hagan mucho pogo.

-¿Podés hacer una balance del 2017 y contar que planes hay para este año? 

El año que pasó fue increíble, el crecimiento de la banda se dio rápido, tenemos algo así como dos años y ya tocamos como cinco veces en Niceto, teloneamos para Diiv -que es una banda que me encanta- hicimos una gira por el sur de Argentina: tocamos en Bariloche y San Martín de los Andes, viajamos un montón.

Ahora, lo que se viene es el disco que está en proceso de mezcla, la idea es ir a Chile que no fuimos nunca, volver a Uruguay, hacer todo Argentina, ir a pueblos que ya fuimos y a otros, si todo sale bien México a fin de año.

El disco se puede escuchar acá: Disco Las cosas que pasan

 

«No expectations». Reseña de Diarios de la edad del pavo de Fabián Casas, por Isabel Lacatol

«No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios». (Trópico de Cáncer, Henry Miller) 

 

«Vivimos demasiado poco para escribir de otras cosas que no fuésemos nosotros mismos» (Beckett)  

 

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Me tengo que subir a un avión. No me gusta volar, la sensación de estar en el aire me da pánico.  Pienso en llevar un libro que me haga olvidar de las alturas.  Elijo Diarios de la edad del pavo de Fabián Casas. Ya en el avión consigo dominarme, no me tiemblan las manos ni me siento inquieta, todo parece ir bien. Miro la tapa, estoy segura, «Gracias Fabián», pienso.

Si bien la preocupación por volar se desvanece, aparece una nueva sobre el libro ¿Se trata de un diario de escritor o es un diario íntimo? ¿Se parece a los diarios de Alejandra Pizarnik o está más cerca de la autobiografía en seis tomos de Victoria Ocampo? ¿Es una autobiografía clásica? Me ordeno suspender el juicio. A veces para entender o para olvidarse de una fobia hay que suspender el juicio. Como en todo diario se relata lo cotidiano, por momentos resulta monótono. Como si no avanzáramos, tenemos la sensación de estar leyendo siempre la misma parte. Abundan las descripciones sobre el clima y los recorridos que hace el aprendiz de escritor «Hace frío y llueve desde hace tres días. Hace un rato salí a caminar y fui hasta una librería a comprarme un libro, pero no lo conseguí», en otra parte dice «Tengo que comprar 1) hojitas de afeitar 2) aceite 3) papel higiénico 4) detergente 5) desodorante 6) shampoo 7) té 8) copos de maíz…».

Digo aprendiz de escritor porque esa es la mirada de Casas sobre sí mismo en los noventa. La falta de trabajo, los teléfonos fijos y la escritura de cartas son elementos que nos sitúan en un escenario preciso, es en esos años que se descubre como artista. «Yo me identificaba con esa fuerza que había eclosionado muchísimos años atrás en París. Eso es un artista: una fuerza en el vacío que va a la derrota como único fin.» Hay informaciones que se hacen consientes una noche cualquiera, después de ver una película o leer a Henry Miller.

Esta lucidez tiene su contracara en el relato de lo velado, los síntomas que presenta el escritor en muchas de sus entradas en el diario. Se describe enfermo, con gripe o dolor de muela, en una lucha casi constante por restablecer el normal funcionamiento del organismo. «Tuve fiebre y me levanté varias veces para tomar un yogurt. Deliré con cosas que ahora se me escapan…hoy tengo algo de temperatura. Me duele todo el cuerpo como si hubiera hecho gimnasia», «Tengo tos y estoy un poco mareado…quiero caminar y hablar poco, porque me agito mucho, tengo una roldana oxidada en el pecho, que carga flema en las profundidades y la deposita en mi boca».  Es el relato de la somatización que nos hace plantearnos ciertas preguntas: ¿Es un chico débil? ¿Qué importancia tiene el dolor físico en su formación como escritor?

Se nos cuenta una imposibilidad, la del cuerpo que padece, se describe a la angustia en la metáfora del horla y al mismo tiempo detalla el día a día del encuentro consigo mismo, la construcción de su vocación.

Podemos pensar que lo que diferencia a un diario de cualquier otro género es la especificación de las fechas, se trata de un discurso seriado, con entradas en momentos específicos. Este tipo de literatura del yo, que puede entenderse como un relato autobiográfico responde a una estructura que se relaciona con lo privado. Lo que leemos en Diarios de la edad del pavo es la construcción de un tipo de yo, el “yo escritor” de Fabián Casas y en este punto está más cerca de la débil e incomprendida Pizarnik que de un Victoria Ocampo que apela a la memoria para narrar de forma clásica sus orígenes.

La entrada final del diario parece ser el punto de partida del otro yo, el que queda oculto al ser desplazado por el escritor, «parece que soy un ser detestable, megalómano y hostil».

Ya en tierra firme le pregunto a un amigo qué piensa sobre el libro, me responde que es “un choreo”, que los diarios de escritor son publicados una vez que mueren. Después me cuenta sobre su viaje a Asia, alguien le dijo que no hay que tener expectativas y no sé qué más. Mi opinión es esta: me gusta leerlo, resulta animador leer esas entradas y suspender el juicio; dejarse llevar por los pasos de Fabián, acompañarlo, en la salud y en la enfermedad. Suspender el juicio. Ser una cosa que duda.

Isabel Lacatol (1984, Santa Cruz) Es Profesora de Filosofía y Diplomada en Gestión Cultural. Trabaja como docente, prensa y comunicación.

Narrativa: «Y», por Gabriel Caputo

arte-Zdzislaw-Beksinski-12 Imagen: Zdzisław Beksínski 

Y si el camino hacia arriba y el camino hacia abajo eran lo mismo, él mismo no lo sabía, pero mejor para arriba, para Buenos Aires, donde sus hijitos y la Juana estaban, y mejor todavía para el Cielo en Dios para siempre pero siempre lejos de indios y ni pensar que Dios fuera indio, porque no habría tenido caso que lo mandaran, porque lo mandaron a que los caminos no fueran lo mismo sino uno a partir de él, precisamente, que saboreaba y ejecutaba la idea de que lo igual no diera ni fuera lo mismo sino uno igual y recto y largo como todo lo que blandía en la despreocupación de calcular a cuántos atravesaría su arma de metal y a cuántas atravesaría su arma natural a falta de su virago, aunque allí igual el pensamiento se trababa en el deleite igual, igual que su Remington se trababa ahora que llegaba otra tenuidad adecuada con el aullido justo, y mientras la tajada de yegua semipodrida salía quejándose en eructo, se rió de la futilidad actual y eterna del otro de venirse al humo y de la tierra que lo abrazó y abrasó y no lo soltó hasta serla. 

 

Gabriel Caputo (1980, Mar del Plata). Adscripto en la cátedra de Literatura italiana de la Universidad de Buenos Aires; integrante del grupo de investigación y traducción del tratado De miseria humanae conditionis (De la miseria de la condición humana) de Lotario de Segni (luego Inocencio III), dirigido por Antonio Tursi. Principales áreas de estudio y de interés: idealismo alemán y británico; literatura europea de los siglos XIX y XX.

Poesía: «Debo decir», «La novedad», por Adrián Quinteros

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Imagen: Olivia Busse

 

Debo decir 

 

El viento mueve las cortinas.

Una legión de mariposas negras,

copulan ciegas con la luz.

 

Es duro el aprendizaje de observar como la mente inventa

a su antojo y deriva.

 

II

Dar en el blanco no es embriagar al mundo de sí

dar en el blanco es quizá, evaporarse

ausentarse ante la insistencia del músculo que mana impasible

dar en el blanco

dejarse henchir

dejarse henchir

por el suave aliento del hogar común.

 

III

Quizá, el camino difícil

el más pesado de los pesos

sea simplemente esto que es,

tan solo un rasgo del gesto

cuando entregamos la flor que no arrancamos.

 

 

La novedad

 

Ahí donde no hay trance,

el candor y la cuerda divina del pájaro

se detienen.

La perversión crece

en un cuerpo que ya no celebra,

solo hace lobby.

 

Ahí donde no hay trance,

somos tristes cajeros, abrumados por la inercia,

o sensuales demonios de una revolución infecunda.

 

Allí donde la mirada no se transporta a las arenas de la nada

solo queda el nervio absoluto de la depredación,

ninguna  luz puede surgir ante esa laberíntica arrogancia.

 

Allí donde estaqueamos la forma conquistada

la bandera nos amordaza

arrojándonos al vicio

nos deja de rodillas a la industria pesticida.

Con la cara de póker

aturdidos en la muda canción de la estrategia.

 

 

Solo después de la sed, el hambre, la intemperie

el hombre, sí, el hombre,

eso que evadimos anestesiados

se hace justo en su forma arcana,

abandona la competición.

 

Solo después de verse arrasado por la intempestiva ecuación de lo inefable

se rompe, estalla, se abre al camino

comprende que hay una tierra prístina que cultivar,

dentro de cada repliegue

detrás de cada máscara.

 

 

Adrián Quinteros (1984, Pcia de Buenos Aires). De padres y abuelos entrerrianos, todos los veranos de mi infancia los pasó en Diamante, sobre la costa del Paraná. Forma parte de una generación que nació en el advenimiento de la democracia y transitó la primer parte de su adolescencia a fines de la década del ’90. Creció en una atmósfera de gran descontento y apatía pero también bajo el influjo de la curiosidad y el entusiasmo creativo, que poco a poco fue ejerciendo en una trayectoria liminar entre el rock, la poesía, el teatro, estudios de psicología social y antropologías del cuerpo, complementadas a otras incursiones en el cine y acciones artivistas.

Actualmente sigue profundizando en este cruce de lenguajes que nacen de una relación directa entre experiencia y escritura.

Adrián Quinteros web

Narrativa: «La estrategia», por Melina Mendoza

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Imagen: Él mató a un policía motorizado

Nunca hubo una Bridget Jones para mí. Sí, algo había mío en esa gordita cagona y vergonzosa, con algo de ansiedad social y mil maneras para esconder inseguridades. Pero ella no se trataba de mí. Quizás si le hubiese prestado mejor atención cuando la enganchaba esas tardes en Telefé,  las cosas hubieran sido menos complicadas… o distintas. Pero sin dudas no hubiera llegado a aquella instancia.

Dejarla nunca iba a ser fácil. El último intento no fue el único, me cuesta confesar. La idea ya se me había cruzado por la cabeza, pero nunca había atravesado la barrera de los labios.

Tuve que pensar una estrategia.

Tres años juntas, ninguna pavada. Además de todo lo que el tiempo no sabe describir por sí sólo, claro está.

La veía en aquel colchón polvoriento, en aquel monoambiente en constitución; la veía a través de unas pequeñas líneas de luz que le ganaban a la persiana y casi que aborté la misión. Suspiré. Parecía otra mañana en la que nos despertábamos, cogíamos y desayunábamos algo.

Mi estrategia era disimular.

Parecía otra mañana en la que contentísima, preparaba su clase. Carolina enseña filosofía en uno de esos colegios que son sólo para mujeres. De forma clandestina, en vez de hablarles de Aristóteles, les habla de Beauvoir, en un intento de empoderarlas. Tendrían que verla para comprender. Sentada frente mío como indio, comiendo una pizza fría de la noche anterior, rodeada de libros y hojas arrancadas de cuadernos. Hablaba con la boca llena y yo me derretía. Me hacía preguntas y no le contestaba, sólo la miraba. “¿Qué te pasa?”, me decía con una sonrisa y se le llenaba de aceite la camiseta que usa para dormir.

Aunque aquel día no iba a ser como los otros. Eso era algo que ella ya sabía. Detrás del colchón estaban nuestros bolsos: Después de su clase, yo la pasaría a buscar y rajaríamos en tren sin avisarle a nadie.

Mi estrategia era convencerme de que hacía lo correcto.

Una noche, por un bardo, nos sacaron de un bar durante un reci. Estábamos con unos amigos de ella, un par de chabones de treinta, como ella, bastante drogados, como ella. Hicieron quilombo y nos patearon. Ella se acercó para putear al patova y antes de poder decir algo, el tipo le gruñó “rajá de acá, torta, porque te vamos a hacer cajeta” y fue como un baldazo de agua fría que la trajo de nuevo a la tierra. Así me lo contó. No me olvido más, me agarró fuerte y me dijo: “Vayámonos a la mierda. No quiero saber más nada con esta ciudad”. Los idiotas de sus amigos se mofaron, le dijeron algo como que era una careta y que qué hacía conmigo, la “pendeja de veinte años”. Y finalmente pudo ver a los idiotas de sus amigos como los idiotas de sus amigos, pero nunca más los curtió.

No, no soy una buena estratega.

Lo que apenas parecía una fantasía aquella noche en Villa Crespo, pasó a tener una fecha concreta, impresa sobre dos pasajes que había sacado en Retiro. Quizás si lo hubiésemos hablado bien, con tiempo. Ojalá le tuviera miedo, como Bridget, a morir sola y gorda, con una botella de vino. Pero esa no era yo. Entonces, entre medio de las teorías queer, se cruzaban exclamaciones y que no sabíamos qué nos esperaba, que íbamos a aprender muchísimo, que íbamos a conectar con nosotras mismas y alguna que otra jiponeada. Yo seguía mirándola. “Estoy un poco dormida”, soltaba a veces como excusa a la emoción por viajar no correspondida.

No podía decirle que tenía miedo. No podía decirle a toda esa mujer que yo tenía miedo. “¿Qué perdés?”, me iba a saber decir con una soltura preciosa y una espontaneidad casi hollywoodense, pero con un egoísmo que notaría en medio de la Quiaca y del que no podría huir. Y sí, iba a tener razón. No tenía nada qué perder, pero justamente por eso quería quedarme. Para ella era fácil. Mucho le había pasado y mucho se había dejado atravesar. A mí me queda tanto por vivir todavía… Me queda cansarme de la Capital, todavía. Me queda rechazar algunos viajes o al menos, me merezco poder estar confundida. Pero no hubiera entendido así no más, tenía que pensarla bien. Me costaba tanto imaginarla confundida. Siempre supo mostrarse fuerte. Hasta me la imaginé a los veinte, deseando que alguna minita con la que salía, le propusiese al menos un viaje.

Mi estrategia era establecer la distancia, antes de que se materializara.

Me habló de una de sus alumnas y bajé la guardia. Comencé a escucharla. Me volví a enganchar, hasta le devolví una risita y le acaricié la mano. Pero fue después de un silencio, de ella mordiéndose el labio inferior, de una mirada contenida de algo que ya no me traspasaba, que recibí mi propio baldazo.

–  Esto que vamos a hacer… es un sueño. Sos un sueño.

–  No vamos a viajar juntas, Caro.

Me miró extrañada, pero luego carcajeó.

– No me jodas, Lau.

Volví a mi silencio. No quise mirarla, porque ya no sabía mirarla.

– ¿Por qué me hacés esto ahora? Dale, pelotuda. Si no perdés nada… – me obligó a volver a verla, pero ahora con los ojos llorosos.

– Capaz que no quiero rajar. Capaz que hay algo todavía acá para mí.

Mi estrategia. ¡¿Dónde estaba mi estrategia?!

– ¿Ahora me vas a venir con esa boludez? ¿Desde cuándo, Lau? Seguro me salís con el futuro no sé qué, el futuro no sé cuál – se rió, de nuevo, con ese egoísmo.

Entonces, reconocí mi estrategia:

– Capaz me quiero casar con un tipo.

No sé si ya no sabía mirarla, pero en definitiva, esa mirada antes no la conocía.

– Capaz que hasta quiero tener un hijo. Tenerlo acá – me hice la fuerte, la firme, la de las convicciones, la Carolina y me señalé la panza-. Tenerlo y parirlo y llevarlo a la casa y darle la teta en el living.

La Carolina desilusionada que no conocía dejo de verme y de pronto sentí que miró el colchón sucio, el departamento pequeñísimo, la pizza fría y su camiseta asquerosa, sin la magia que habíamos sabido darle. No pasó eso conmigo, porque yo no tenía nada que perder.

Tenía que seguir jugándola de mujer maravilla para poder bancarme ese silencio funerario y no querer interrumpirlo arrepintiéndome. Sin embargo, como buena pendeja, me jodía que ella no dijera más nada. Cómo me jodía juntar mis cosas y que no me retuviera…

– No soy lo que pensabas, ¿no? – solté, llorando en la puerta, con la mochila en el hombro–. Por eso no me insististe más.

–  No, me gustas muchísimo… tal y como eres.

Mentira. Eso le dijo Mark Darcy a Bridget. Carolina me dijo, sin mirarme, prendiendo un pucho:

– No puedo insistirte más porque mi estrategia es parar cuando tus sueños son caprichos que yo no puedo satisfacer.

 

 

Melina Mendoza (1996, Zarate) Poeta crota y re feminista. Siempre quiso ser escritora, por lo que se inscribió en la carrera de Letras donde se volvió una lectora. Periodista en Revista Spoiler y Revista Palta. Editora en el proyecto autogestionado La Furia fanzines.

Crónica: «Barcelona», por Javier Cuberos Xubero

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Barcelona, España, aún

 

//Advertencia// Las que siguen aquí, son un cúmulo de impresiones de lo vivido junto a un grupo de amigos en Barcelona durante el referéndum catalán en Octubre del año pasado. Nacieron de notas que tomé durante el viaje, junto a dibujos, fotografías y collages que fui realizando en acorde. Formarán parte de un libro más amplio y en proceso, que reunirá mi viaje a través de Barcelona y otras ciudades de la península ibérica.

 

I

 

Llegamos a Barcelona, el primero de Octubre. Era el domingo del referéndum, aquel que tuvo la intención de plantear una base de legitimidad para la escisión de Cataluña, para arrancarse de la España toda.

01-Calle BCN

Nos habían avisado ya, que sería un día difícil, incierto.

Decían que había barcos que respondían al poder central español que custodiaban las costas mediterráneas y podían invadir el territorio desde la playa de Barceloneta. Se llegó a contar, incluso, que uno de aquellos tenía al pájaro tweety en uno de sus lados, quizás para desorientar o para dar algún mensaje críptico y extraño.

En la ciudad se respiraba un aire pesado. Las paredes, estaban cubiertas por carteles en español y catalán que saludaban al referéndum o lo criticaban. Podía generarse un diálogo imaginario entre todas las consignas.

Comencé a fotografiar todo lo que veía y acumular papeles, folletos, cualquier elemento que me ayudara a comprender ese cosmos.  Cada mensaje, cada imagen parecía articularse de manera difusa.

Recorrimos las calles, por la tarde hasta que la noche nació. Los catalanes hacían guardia en las escuelas designadas para votar. Cada tanto, se escuchaban aplausos y alguna vociferación en catalán que no podíamos entender. El clima era de encuentro y compañía. No se sentía entonces una atmósfera de victoria o celebración, pero tampoco de derrota. Como esos partidos en los que se empata, pero se pierde al hacerlo. Como una partida de ajedrez en tablas, que deja exhausto.

02-Collage BCN Referendum

Nos contaron que la Guardia Civil había reprimido en algunas escuelas en las que se votó durante el referéndum. Que había gente muy herida. Que era una afrenta imperdonable por parte de España y por eso ahora custodiaban las escuelas. Que la votación había podido realizarse, a pesar de todo. Que estaban procesando los números finales y que se sabría pronto el resultado. Que iban a ganar.

 

03- Boleta de votación y votación

 

Esa noche, volvimos al departamento que nos habían prestado en el Barrio Gótico, sin entender demasiado la situación general. En una de las calles cercanas a nuestra casa, encontré una papeleta de votación. Era pequeña y discreta. Estaba escrita en tres idiomas: catalán, español y francés. Tenía dos casilleros para votar. Había que marcar la opción que se deseaba.

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Esa misma noche, luego de observar largamente los materiales que había reunido durante el día, comencé a hacer collages con todos ellos, como una forma de apropiarme de todo ello, de sentirme menos perdido.

 

II

 

Dos días después, luego de la represión por parte del gobierno español hubo un paro general en Barcelona, anunciado por la Generalitat, la institución de decisión y gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña.

04-Marcha catalana

 

En la calle, había mucha gente y banderas catalanas.  Sentíamos una inevitable seducción por la manifestación, por el deseo de revuelta. Por la historia en movimiento.

Durante la marcha, un grupo numeroso de chicas sostenía una gigantesca bandera catalana e iba avanzando por la Vía Laietana. Al llegar al boulevard cercano a la Catedral de Barcelona, el grupo se detuvo sobre una enorme reja metálica que estaba sobre el piso y emitía el aire de la refrigeración del metro.

Entonces, una de las chicas, jugó a flamear la gigante tela durante varias decenas de minutos. Luego, se acercó a la más alta del grupo y subió a sus hombros. Tomó la bandera con sus manos y la orientó hacia el cielo, replicando -en mi cabeza- la icónica efigie del Mayo francés (que replicaba a su vez a La Libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix). Las imágenes, que hacen imágenes, que hacen más imágenes.

05Via Laietana las chicas

 

Y, dos bomberos que pasaban por en medio de la avenida y levantaban las manos. La gente toda los aplaudía, como si fueran rockstars.

Y, un pakistaní pasaba por entremedio de los manifestantes, vendiendo banderas catalanas.

Y, un patrullero de la policía autonómica catalana –los Mossos d´ Esquadra– se acercaba a la marcha y la gente los saludaba con cariño.

 

06- Ella hablaba

 

El promedio de edad durante la marcha haya sido quizás de entre veinte y veinticinco años. A diferencia de las marchas a las que estamos acostumbrados en Argentina, el código de vestimenta era muy cuidado. Podríamos habernos ido, todos, a bailar a alguna fiesta luego de la marcha.

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Y, nos contaban que había enfrentamientos entre la Guardia Civil y los Mossos.

Y, recibíamos mensajes de nuestra gente en Argentina, que nos preguntaban si estábamos en medio de una guerra civil.

Luego de toda una tarde de caminata, al atardecer del día, nos sentamos a tomar un café. Se comenzaban a escuchar los cacerolazos cuando nos traían las tazas.

 

III

Unos días luego, llegó a nuestro balcón los cantos de la marcha hispanista. Como latinoamericanos, era difícil escucharlos. La piel se ponía de punta. El estómago se retorcía. Una línea del tiempo se conectaba con el pasado de nuestra tierra.

07-Hispanista

 

-¡Viva el Rey! , ¡Viva la Guardia Civil!-

La marcha tenía la intención de mostrar a la Cataluña que quería mantenerse dentro de España.

La bandera que colmaba e inundaba las calles esta vez era la  Real, la española. El símbolo del país y el mismo signo que se impuso alguna vez en la tierra americana. Y, de alguna manera inexplicable, se anudaba nuestra historia sudamericana con lo que sucedía en las calles de Barcelona, aunque fuera un caso y un escenario muy distante al nuestro.

Con el paso de los días, fuimos entendiendo que en las calles no se manifestaba por la búsqueda o la consolidación de un nuevo orden de las cosas o por un cambio en la redistribución de la riqueza en general, o tal vez por la creación de nuevos derechos, sino que se habría de mantener el mismo statu quo en general. Y, lo que estaba en disputa en verdad era el correlato de un juego de espejos confuso, en el que las historias española y catalana se anudaban con rudeza y en la que los nacionalismos contemporáneos chocaban con acidez. Al fin y al cabo, las mismas elites seguirían en el poder. Un chico catalán nos dijo claramente, que su enemigo no eran los trabajadores madrileños sino la injusticia que sostenía a los barrios más ricos de Barcelona.

 

IV

 

Y, luego de aquella primera semana convulsionada, el clima político se aminoró y pude conocer la rutina de Barcelona. En verdad, fue el día de la marcha catalana el único que estuve cerca de los catalanes. Durante los días cotidianos, el centro de la ciudad era potestad de las enormes masas turísticas. Me habían hablado anteriormente del “problema del turismo” de Barcelona, aunque pensé entonces que era una exageración.

Una mañana calurosa, cerca del Paseo del Ángel – un famoso paseo comercial-,  me detuve en medio de la acera peatonal. Observé de lejos, entonces, una enorme masa que se movía lenta y sin pausa. Como una mancha de aceite. Como una plastilina que modificaba su forma con la temperatura en ascenso del sol. Era el movimiento perpetuo de las manadas turísticas que llenaban las calles.

Un amigo sevillano, luego me referiría que el crecimiento del negocio turístico en las grandes capitales del país va volviendo imposible el poder vivir en los centros. Es un fenómeno que se replica en varias ciudades y obliga a que los españoles dejen los centrales cascos históricos al turismo y deban vivir mucho más lejos. Los centros urbanos se van convirtiendo en espacios guiri: muchos españoles hablan peyorativamente de lo guiri, refiriéndose a los lugares o experiencias que se tornan meramente turísticas y vacías, con los cuales dejan de tener afinidad, sintiéndolos ajenos, lejanos, manoseados.

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V

 

En Barcelona, y luego en otras ciudades durante el viaje, fui entendiendo que en Europa se ve quizás más claramente en lo que pueden llegar a convertirse varias dimensiones contemporáneas de las grandes urbes.

 

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Muchas ciudades europeas van siendo convertidas en parques turísticos de diversión para adultos, en las que se  ofrece al turismo global una cantidad somera de experiencias de ocio.

Y, las tiendas de ropa se van convirtiendo en templos del consumo. Nuevos edificios megalómanos y enormes viejos palacetes son convertidos en los palacios de las marcas.

Y, las Iglesias se van transformando lentamente en museos silenciosos, en los que una entrada se cobra (o, se sugiere) para ver las obras que están a su dentro.

Y, los gift-shops, los negocios de venta de recuerdos de las ciudades, son atendidos en general por pakistaníes e hindués que venden baratijas seguramente confeccionadas en China.

 

VI

 

Hubo muchas cosas que no comprendí en Barcelona, como si hubiera intentado leer un manuscrito en otro idioma y que fui traduciendo con el tiempo. Uno de los últimos días allí, hice mi autorretrato. Me sentía anonadado, pleno de información y sin entender demasiado.

10-Autorretrato en Barcelona

Sin embargo, también me sentía atraído por Barcelona. Por su arquitectura y sus calles. Por la playa de la Barceloneta. Por su movimiento y su potencia. Por su pasado críptico y su presente confuso.

Como una chica a la que acababa de conocer, que me gustaba y me daba la espalda al despedirse sin aviso.

 

 

Javier Cuberos Xubero (1984, Buenos Aires)

Comenzó a escribir en la extinta escena de los blogs creando en el 2007 “El Blog que Nadie Lee” (#BQNL). En el 2011, se recibió de Sociólogo en la UBA. A partir del 2015, el BQNL cierra su ciclo y comienza a aunar su escritura con su obra visual. Participó de los talleres de Silvia Gurfein, Rosana Schoijett y Daniel Joglar. Fue seleccionado por La Paternal Espacio Proyecto para el proyecto PAPO/Arte y Política durante el 2014, por la Bienal de Arte Joven en el 2015, por la Beca InQubarte de la Fundación ACE en el 2016 y por el Fondo Nacional de las Artes para una Beca grupal de Formación durante el 2017 junto al colectivo de artistas La Ala Accionista.  A través del collage y la escritura, ha elaborado varios libros de artista. Da clases de collage y ha viajado por el país, brindando el taller en diferentes lugares de la Argentina.

javiercuberos.blogspot.com.ar/

Fb/javierxubero

@javierxubero

Poesía: «Premiere», «Lo nuevo», por Magalí Díaz Moreno

 

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Imagen: Sammy Slabbinck

 

Premiere

Flota por ese líquido dulce y sin nombre.

Nada, se despereza.

Abre los ojos y los vuelve a cerrar.

Pone su mano en la boca y la saborea.

Todo es intenso.

Siente una luz suave y unas palabras dulces que hacen eco sobre sí mismo.

Sueña todos los días con cosas que no comprende pero que tampoco le importan demasiado.

La fascinación de lo que pasa en cada momento es el motor de su felicidad.

El alimento con el que se nutre a veces le agrada, a veces no.

Se pone inquieto. Se duerme.

Al cabo de un tiempo, se da cuenta que es momento de dejar ese lugar.

Es momento de conocer otros y a otros también.

Es ahí cuando se posiciona.

Va girando sobre sí mismo cual caracol.

Sigue en espiral por un tiempo.

Como un nadador listo para saltar del trampolín o bajar de un tobogán, desciende.

Se desliza.

El camino es oscuro pero no le teme.

Sigue.

Tarda lo que siente es una eternidad.

En el fondo ve una luz.

Como si fuera disparado como un cohete sale.

Toma instintivamente una gran bocanada de aire.

Llora de la emoción.

Viendo así que todos los que están a su alrededor hacen lo mismo.

Está lleno de vida.

Un ser en estreno ha salido a la superficie.

 

 

Lo  nuevo

La palabra sola me lleva a recordar a Dante y su vita nova. La renovación del amor que aunque platónica e ingenua, tiene esa cosa novedosa: dulce y estilosa.

Los corazones se llenan de esperanza ante la novedad del Año por nacer.

Tontas promesas falsas: de cambiar de actitud como de calendario o ropa interior.

Pero a veces, lo cotidiano sorprende y se da el milagro.

¿Si no es acaso que Los astros se alinean y una vez por mes, la luna cambia y se renueva?

Si ella cambia… ¿Por qué no cambiar yo?

Voy pelando mis capas una tras una, dejándolas caer y metamorfoseándome en la mariposa que

Siempre quise ser….en un ser inédito cuya historia es un canvas en blanco, listo para ser llenado

De palabras nóveles, de trazos puros.

Escribiendo así la saga de una vida en estreno, de un espíritu blanco de inicios sin final en vista.

 

Magali Díaz Moreno (1985, Buenos AiresDesde muy temprana edad, tuvo avidez y fascinación por la lectura. A los seis años descubrió el animé japonés, a Queen, las predicciones de Horangel y a la mitología griega. Escribió desde que aprendió a hacerlo, desde diarios a cuentos y hasta novelas. Estudió algo de Publicidad para darse cuenta que ser creativo es un arte y no un comercio. Recitó poesía en diferentes eventos y escribió para diferentes medios de comunicación digital. Se recibió un buen día de Letras y actualmente se encuentra dando sus primeros talleres literarios y astrológicos. 

Sobre las flores y las pinturas de Pierre Bonnard

Ensayo breve sobre la pintura de Pierre Bonnard

por María Crista Galli

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Cuando brotan las primeras flores en el campo, brota también, dentro de la flor, un instinto sideral. Las angiospermas crecen desde las yemas que revientan y despliegan fuera todo su aroma. La alquimia de los pigmentos acumulados en las células pixeladísimas de los antófilos visten de a poco a las plantas. Nuevos vástagos carnosos se extienden desde las axilas de las ramas, decusadamente o formando escaleras de caracol. Del griego  angeion  que significa “vaso”, es decir, receptáculo que oculta algo en su interior, ello es una flor. Y éste término deriva a su vez de la raíz indoeuropea ank, que se usa tanto en el griego para “doblar”, como para  “necesidad” y “angustia” (griego anagke).  Es interesante la  fuerte interrelación entre estos significados. La flor sería un recipiente insidioso, que encierra y oculta su intención, es decir, a la espora, luego a la semilla, es decir, protege su necesidad de esparcirse en la continuidad del tiempo con  un atavío de su propia voluntad. Pero ese camuflaje también le sirve de carnaza.  Y es ante esta necesidad vital que se curva su normalidad, su aspecto, su comportamiento. Se embellece hasta la angustia de saber que luego de fecundarse, muere. En cambio, la mujer desnuda de los cuadros de Bonnard, como la gimnosperma  (literalmente, semilla desnuda, o sea, plantas primitivas con la semilla desnuda, expuesta, sin flor) no puede esconderse;  mantiene una fuerza distinta, interna, invisible; es a su vez tan susceptible que corre el riesgo de que, al exponer demasiado su ser, se la quiera ocultar, o hasta aniquilar.

Sin embargo, Bonnard es lo suficientemente cuidadoso de no violar el tiempo sagrado de estas mujeres, de no meterse en el angios o recipiente que pasa a ser el baño, el dormitorio y el vestidor, también la piel desnuda porque la casa es nuestra tercera piel decía Hundertwasser, y mirar de afuera como un buen voyeur. Respetar ese momento  sagrado es ir contra el sistema capitalista que se evidencia letal en el instante presente e íntimo. Mostrar ese instante intacto y pío es  recuperar la belleza en plenitud, en camuflaje, en flor, un disfraz irreal,  en total descanso, sin pintar ninguna pose  ni objeto que deje en evidencia que tal vez, con seguridad, haya otra realidad después y detrás de ese momento de paz.

 

María Crista Galli (1985, Buenos Aires) no se define experta en ningún área específica salvo la inquietud. Todo se mueve menos el cambio es el lema taoísta que mejor define su forma de aprendizaje y de vida. Su pasión se extiende desde la traducción, que estudió formalmente, hacia distintas áreas artísticas y culturales, como la danza, la poesía y las artes plásticas. Actualmente cursa estudios de floricultura en la Universidad de Buenos Aires.  Su objetivo es lograr un ensamble de todas las áreas que la apasionan, principalmente de la escritura y la botánica.

Teoría: «Miguel Cantilo: contracultura y alienación en los primeros setenta», por Marcelo Mendéz

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Cuando Pedro y Pablo, dúo que conformaban Miguel Cantilo y Jorge Durietz, da a conocer Yo vivo en una ciudad, en 1970, hacía ya unos años que Cantilo afinaba su particular forma crítica de ver el mundo. Una visión, a la que no le va mal el rótulo de contracultural, tras la que latían las formas de vida propugnadas por el hippismo, las voces antisistema moldeadas en el mayo francés y un modo tan alejado de la política partidaria como porfiado a la hora de oponerse al totalitarismo, puesto en práctica durante la dictadura de Onganía. El cuestionamiento al trabajo alienado tiene en esta visión que desarrolla Cantilo un lugar de peso. Varias de sus primeras canciones hacen foco en ese tópico.

Como se sabe, entre los distintos movimientos que impugnaban el status quo en aquellos años fue el hippismo el que más fuertemente impactó en Cantilo quien tomó parte de experiencias comunitarias que tuvieron lugar en Buenos Aires, en una casona de la calle Conesa que da nombre a uno de sus discos y en la por entonces pequeña localidad rionegrina de El Bolsón.

De todos modos, era evidente que una poética que aunaba belleza y combatividad, no iba a limitarse a los mandatos de una única arista de la subcultura de esos años. Así, en su imperdible libro Chau, loco, Cantilo menciona la atención con la que supo seguir las alternativas del mayo francés. Esto ya se consignó, pero importa considerar que si esos acontecimientos tienen en común con el hippismo su juvenilismo a toda prueba, mayo del 68 es también la presentación en sociedad a los ojos del mundo, de la nueva izquierda, como se llamó por entonces a los grupos trotskistas y maoístas que estaban revitalizando el marxismo, contra el burocratizado PC soviético. La Argentina experimentará esa irrupción un año más tarde durante el Cordobazo.

Asimismo, conviene no perder de vista que las letras de Cantilo tienden puentes con el graffiti político, ingenioso y estetizado, que esa contracultura del 68 supo producir. Algunos de sus versos, tales como “Es mejor tener el pelo libre/que la libertad con fijador” o “con el as de espadas nos domina/ y con el de bastos entra dar y dar y dar”, ambos de “La marcha de la bronca”, o mejor, “nos han sintetizado la forma de existir” de “Vivimos, paremos” trabajan sobre una estructura similar a la que utilizaron los estudiantes franceses, focalizándose aquí en denunciar las obsesiones y el modo de funcionamiento del onganiato. Son letras extrapolables de su contexto artístico y que pueden reproducirse en cualquier pared.

La crítica al trabajo alienado es un problema sobre el que todas estas vertientes que conforman la poética de Miguel Cantilo convergen. Tal como lo planteó Marx en sus manuscritos económico-políticos es a causa del trabajo alienado que “el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño” (Marx, 1995: 106). Está en la base de esta problemática que “cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo, extraño, objetivo, que crea frente a sí, y tanto más pobres son el mismo y su mundo interior” (Marx, 1995: 106). De un modo más intuitivo, Cantilo comprende la gravedad de este problema, lo toma y lo vuelca en sus canciones.

“Yo vivo en una ciudad”, una  canción emblemática que delimita y caracteriza el espacio por excelencia del yo lírico de Cantilo, la ciudad de Buenos Aires[1], lo presenta con claridad:

Yo vivo en una ciudad/donde la gente aún usa gomina/donde la gente se va a la oficina/sin un minuto de más. Nótese que este texto fundacional, funda más una ciudad alienada que una ciudad sin más. La gomina, ya residual en 1970 -ese aún que anota Cantilo lo delata- todavía adecuaba el cabello de los varones a las rígidas, “engominadas” exigencias del mercado laboral y de la sociabilidad predominante de entonces. Engominado, el pelo pasaba por lo que no era[2], bajaba el copete, estrictamente, se alienaba, en las cabezas de estos muchachos de antes que sí usaban gomina.

Esa oficina a la que la gente se dirigía sin un minuto de más (mi subrayado) es un espacio bastante requerido por los roqueros argentinos. Entre las pocas excepciones se cuenta el Pato de Moris que como es sabido, “trabaja en una carnicería”[3]. Tal vez porque sus músicos provenían mayoritariamente de entre las capas medias, el rock nacional se ocupa más de la oficina que de la fábrica[4]. Pero ciertamente le confiere a la oficina dinámicas propias de lo fabril: el trabajo en serie, rutinario, repetitivo -amigo/cuidate de la rutina/que es como una carabina/que tira a repetición- dicen otros versos de Cantilo. La oficina es percibida como un dispositivo de alienación, dispositivo que incluye un exigente manejo del tiempo, tópico encapsulado en ese “sin un minuto de más” que cierra la estrofa, pero que reaparece en los versos que inmediatamente siguen: “Yo vivo en una ciudad/donde la prisa del diario trajín/ parece un film de Carlitos Chaplin/aunque sin comicidad”. Es duro trajinar, que duda cabe –la lucha es cruel y es mucha, dice Discepolo, y resulta oportuno mencionar entonces que “Yo vivo en una ciudad” luce definidos aires tangueros-, pero los relojes de la patronal le sobreimprimen al trajín una prisa excesiva. El trabajo en el capitalismo se vuelve chaplinesco por la absurda velocidad que deben alcanzar los trabajadores en la producción y también lo es, en un doble movimiento de afiliación y desplazamiento que pone en juego Cantilo, porque “Tiempos Modernos” es la más específica crítica hecha desde el arte cinematográfico a esa “prisa del diario trajín”, a la alienación del trabajo en el siglo veinte.

Finalmente, se comprende que el yo lírico no se excluye del conjunto y opone como política un andar ralentado a esta rapidez que busca generar más plusvalía: “porque no soy más que alguno de ellos/ sin la gomina/sin la oficina/con ganas de renovar”.

Otro tema de los primeros tiempos de Miguel Cantilo que resulta insoslayable para esta ponencia es “Vivimos, paremos”, título que inmediatamente propone una necesidad de corregir el rumbo o aún de recomenzar de cero toda actividad humana. La dimensión temporal, reducida a mero apuro organizado, ocupa de nuevo un lugar central: “Vivimos en un tiempo, sin tiempo que perder”. El primer verso pone de relieve esa reducción: la época corre tras los mandatos del reloj, que sobrecargan la vida humana. Esta exigencia pronto reaparece: “luchamos como bestias tratando de frenar/los días los relojes automáticos y la natalidad”. En el presente en el que irrumpe la música de Cantilo no se trabaja, se lucha de modo bestial, excediendo incluso el dictum discepoliano de “Uno” citado más arriba. En ese exceso está la alienación. La lucha es contra el reloj automático –novedad de aquellos años-, que por un lado trae a colación aquellas palabras de Julio Cortázar en sus Historias de Cronopios y de Famas: “No te regalan un reloj. Tu eres el regalado. A ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj” (Cortázar, 1962: 28), pero también, en un plano más macro se lucha contra el inexorable paso de los días y contra la natalidad, objeto de una creciente planificación que Cantilo parece ver como otra forma de intervención del Estado sobre los sujetos.

Lo que sigue, en esta canción de notable actualidad –Cantilo siempre logra ser actual y algunas veces profético- como cuando con “Telefonito, holá” se burló de los primeros celulares, que hoy se burlan de todos nosotros, son versos que demuestran que los medios hegemónicos de hoy no han inventado gran cosa: “y cuando nos libramos/ del yugo laboral/ la vida está dictada/ ya por televisión/usted comprará aquello y hará esto/debe hacerlo/ porque refresca mejor”. Se denuncia de nuevo que el trabajo alienado impera, porque si el trabajo es un yugo del que hay que librarse, entonces la alienación es tangible. Completa y profundiza esa degradación del trabajo su articulación con los mass media: la vida en el tiempo libre está dictada por la televisión, que dirige los consumos de los televidentes. En la impugnación de una publicidad que se expresa dando ordenes, Cantilo parodia la propaganda de Coca Cola,  paradigma de la sociedad de consumo y marca de la influencia norteamericana en ella.

“Nos han sintetizado la forma de existir”, sintetiza, justamente, Cantilo, que no olvida mencionar que el hippismo buscó una salida diferente que fue mal vista por el decoro burgués: “La luna transmitida/doblada al español/y por toda poesía/alguien habló de amor/  Habló de amor y paz y le dijeron/que tenía el pelo sucio/ de malvón. La denegación de valores universales con la excusa de alguna cabeza poco afecta al shampoo impacta: y sin embargo esa lógica rige hasta hoy para cualquier asunto público.

Para terminar, la última estrofa refrenda todo lo dicho y enclava esas formas de la alienación en el corazón de la Argentina contemporánea, pero alude a la libertad, mediante un uso de la intertextualidad que resuena con fuerza en nuestro suelo: “Mañana cuando fiches/tu vida un poco más/recuerda que a tu espalda/revienta un sol de paz/ “Debemos rescatar lo que nos queda de ese grito sagrado/ Libertad” “Libertad/libertad, libertad”.  No es casual este juego intertextual con el himno. Cantilo habla de un problema que aqueja a toda la sociedad occidental, y se nutre con reflexiones surgidas en los países centrales, pero el eje de su reflexión es siempre nacional.

La preocupación de Cantilo por cómo se trabaja y se vive regresa con “Tiempo de Guitarra” que en una pirueta notable promueve la inversión de un conocido verso de “Mi noche triste”, de Pascual Contursi -“La guitarra en el ropero todavía está colgada”, que vira a “La guitarra en el ropero ya no está colgada/ya no está colgada” como si se opusiera la rebeldía de la cultura rock a la postura presuntamente más contemplativa del tango. Enseguida la canción disloca en pocas líneas la conocida fábula de la cigarra y la hormiga: “esa maldición de las hormigas/que van caminando a la oficina/oh no/pero que pálida vida/esas hormigas en fila/y por detrás la cigarra/que va tocando guitarra. La canción crea una versión cuestionadora de la fábula y rechaza frontalmente a la canónica, cuando dice: fábula maldita la que narra/que murió de frío la cigarra.

Un último acercamiento a estos modos deprimidos del trabajo humano es el que se presenta, de manera más oblicua, en “Che ciruja”, donde Cantilo levanta cierta libertad implícita en la economía de recolección de los cirujas frente a las trampas en las que ha encallado el trabajo contemporáneo.  Su tema se integra a la virtuosa línea que conforman el poema de Baldomero Fernández Moreno  dedicado “A un montón de basuras”, en 1917, y “Basuras al amanecer”, que Joaquín Giannuzzi publicara en 1977. Los tres dotados con una familiaridad humana y estética en el trato con lo “bajo”.

“Sin despertar al sol que está de espaldas/y duerme siempre con un rayo abierto/viene el ciruja lento como un muerto/por la basura buscando esmeraldas”.

El texto abre con una estrofa notable: el ciruja se desenvuelve a espaldas del sol que es –con su rayo abierto- el guardián ante la ley del yugo diurno. Además, contra la velocidad alienante de los verdaderos muertos, el ciruja es lento “como un muerto” y en vez de un sueldo, esa paga confabulada con la alienación, busca, todavía, esmeraldas.

Sólo el ciruja tiene la facultad de buscar y creer –y es sumamente móvil- en la estelar quietud que plantea la siguiente estrofa.

“Entre la luna, lágrima de mármol/ y el viejo elenco de astros parpadeantes/mete la mano en tachos repugnantes/ para sacar estrellas bajo un árbol”. Solo la estrella merece ser buscada y esa persecución tiene lugar en la noche del ciruja. A todo el que no es ciruja –vale como hipótesis- sólo le queda integrar viejos elencos que apenas parpadean. La estrella se saca de tachos repugnantes para la voz que narra. Contra el panorama que presentaba Marx, esa ajenidad del trabajador frente a lo que ha producido, el ciruja hace propio todo lo que encuentra.

La canción llega a su climax: “Che ciruja, te regalo/ el vaciadero de mi yo/investigame a fondo las entrañas y el corazón que cría telarañas/ arrancame tu dolor. Detrás del ingenioso juego de los pronombres (“arrancame tu dolor”) hay un juego de subjetividades.  El que narra, un observador ligado a las formas alienadas de la vida, se rinde ante el ciruja (te regalo, el vaciadero de mi yo). Su yo como otro tacho repugnante cualquiera, en el que lleva el dolor del ciruja, una epifanía de lo social y quizá alguna estrella que el no sabe buscar. Una clara metáfora del alienado.

Tal vez sea la lejanía de todo anclaje territorial o político en sentido estricto la que permite que las letras de Miguel Cantilo desemboquen con tanta agudeza y frecuencia en estos temas capitales. Como si Cantilo (al mismo tiempo un cantautor culturalmente tan argentino y tan porteño) solo hiciera pie, sólo tuviera su íntima nación, si se deja pasar el adjetivo borgeano, en ciertas formas de vida que se oponen a las que señala la lógica dominante. Algo de eso, sin duda, lo circunda. Esta misma noche, para una muchedumbre o para diez personas, Miguel Cantilo levanta desde algún escenario, su voz rebelde y contracultural ¿cuánto más que eso puede ser el rock and roll?

 

 

[1] Las canciones campestres de Cantilo, que acompañan o evocan su experiencia hippie, no proponen un espacio hegemónico sino un escape de la ciudad que vuelve a ponerla de relieve por la negativa.

[2] Por esos años, surgían productos que operaban en contra de la proverbial gomina: peinado achatado/peinado con Alerta, proclamaba la publicidad televisiva del fijador Alerta.

[3] Habrá que esperar muchos años hasta que el “Homero” de Pity Álvarez, presente un acabado proletario en el rock argentino.

[4] Es también un tópico visitado por la literatura: Roberto Mariani, Ezequiel Martínez Estrada, Abelardo Castillo y Luis Gusmán, entre otros, han abordado el tema.

 

Marcelo Méndez es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, en cuya Facultad de Filosofía y Letras es docente de Literatura Argentina del siglo XX. Ha publicado diversos textos críticos en revistas especializadas así como el libro Literatura argentina y otros combates.