Y si el camino hacia arriba y el camino hacia abajo eran lo mismo, él mismo no lo sabía, pero mejor para arriba, para Buenos Aires, donde sus hijitos y la Juana estaban, y mejor todavía para el Cielo en Dios para siempre pero siempre lejos de indios y ni pensar que Dios fuera indio, porque no habría tenido caso que lo mandaran, porque lo mandaron a que los caminos no fueran lo mismo sino uno a partir de él, precisamente, que saboreaba y ejecutaba la idea de que lo igual no diera ni fuera lo mismo sino uno igual y recto y largo como todo lo que blandía en la despreocupación de calcular a cuántos atravesaría su arma de metal y a cuántas atravesaría su arma natural a falta de su virago, aunque allí igual el pensamiento se trababa en el deleite igual, igual que su Remington se trababa ahora que llegaba otra tenuidad adecuada con el aullido justo, y mientras la tajada de yegua semipodrida salía quejándose en eructo, se rió de la futilidad actual y eterna del otro de venirse al humo y de la tierra que lo abrazó y abrasó y no lo soltó hasta serla.