«Mōbilitās mortis», por Virginia Cano

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Tengo un cadáver lesbiano en mi placard y no sé qué hacer con él. Lleva muchos años metido ahí y cada vez ocupa más lugar. Ya ni si quiera me entran las bombachas ni los boxers. No importa cuánto lo desmiembre, o con cuanta meticulosidad separe los tejidos putrefactos de los huesos, o cuan prolija sea a la hora de apilar las tripas y los pulloveres, no consigo hacer que ocupe menos espacio. A esta altura me cuesta calcular la cantidad de masa ósea y de tejido en constante des/composición que ha inundado por completo los cajones de abajo. Las piernas, que ya son más de diez, están colgadas entre mis camisas o plegadas a mis pantalones. El cerebro se resiste a quedarse quieto y viene yirando por el placard sin un patrón aparente. Temo que en cualquier momento comience a auto-reproducirse como lo hicieron los miembros inferiores y las bolas de pelo. El resto de los órganos mutantes se distribuyeron entre los recintos superiores de la cajonera y el estante de abajo donde guardo los zapatos.

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