Conversación con Hebe Uhart

Fragmento de una entrevista (2015)

por Isabel Lacatol

La cuarentena nos pone en estado de alarma. Es una caja de pandora. Estando adentro podés encontrar cualquier cosa.

En el 2014 quería saber cómo hace la gente para escribir. Me puse en contacto con una revista que buscaba contenido y me ofrecí a entrevistar escritores. Muchos de ellos fueron muy amables, me abrieron las puertas de su casa y respondieron las preguntas que les hice. Ese fue el caso de Hebe Uhart quien acababa de publicar El gato tuvo la culpa, en Blatt&Ríos.

Hablamos de cualquier cosa. Su departamento quedaba en un piso alto del barrio de Almagro, cerca de las florerías y la iglesia universal. Tenía plantas, no sé si me sirvió un té o un café, pero sí recuerdo el cenicero, sus manos y su forma de fumar tan elegante.

Me gustaría compartir una selección de esta conversación en la que hablamos sobre viajes, conocer a otros y conocerse a uno mismo.

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Hebe se apasiona cuando habla de sus viajes. Dice que empezó a escribir poesía como cualquier adolescente: cosas malas. Hoy es reconocida como una de las grandes escritoras argentinas. Su próximo libro de viajes saldrá para la feria del libro de Guadalajara, en marzo del 2015.

-¿Estás viajando mucho?

Todo el año voy a estar viajando, voy al Filba y después a la Feria del Libro de Guadalajara, ahí quieren que escriba. En el verano voy a estar cansada de viajar, igual tendría que irme para pasar el calor.

Me llama la atención la cantidad de gente joven que viaja por el mundo sin un peso, con una confianza extrema en el ser humano. En Tucumán hablé con unas chicas de Mar del Plata, contentísimas, les pregunté “¿Dónde van?”, “A Perú -dijeron- estamos aprendiendo a tejer”. Es raro llevar tejidos a Perú, son tejedores desde hace cinco mil años, la verdad no sé cómo se sustentan, pero ellos van. También había una chica en Bariloche con una piel perfecta, esas pieles de persona bien alimentada, un pelo divino, una mochila comprada ayer, le pregunté “¿De dónde sos?” “Soy de Bariloche -dijo- trabajaba en turismo pero me cansé de la hipocresía ambiente”. La cosa es que se hizo amiga de un chico en un refugio que también estaba cansado de la hipocresía ambiente y se iban para Haití, también estaba aprendiendo a tejer. Miles de esos tenés, van y vienen.

-¿Hay un lugar que visitás a menudo?

Paraguay. Paraguay atrajo un montón de gente, atrae, produce atracción ¿Por qué? Porque es como una cosa rara, una isla. Sus habitantes son gentiles, mucho más gentiles que nosotros, muy agradables, cálidos, eso hizo que muchos se enamoraran de Paraguay. Por ejemplo Artigas fue a morir allá, los naturalistas iban a ver la fauna, Bonpland llegó y Francia lo consideró un espía porteño, pero era un naturalista. Josefina Pla, una escritora española se quedó a vivir y más recientemente en el dos mil, un norteamericano fue y escribió unos versos en guaraní. ¿Es raro, no? Produce seducción. La gente es cordial, te lleva, te acompaña, y el hecho que sea un lugar raro también seduce. Roa Bastos lo llamaba “La isla rodeada de selva”, es exótico y al mismo tiempo están fregados. Tienen una historia de expoliación, de desorden, con malos gobiernos, sin embargo la población es muy perseverante, activa y trabajadora.

Recuerdo que en una de mis visitas estaba en un bar fumando y tomando café porque estaba escribiendo una nota, y una persona muy bien caracterizada de indio, con una corona de plumas, se me sentó al lado. Comió lo que había pedido, después me miró y dijo “ahora me voy a trabajar un poco” y se fue a vender carteras. Otra vez fui a la biblioteca nacional, era la única lectora, habían dos bibliotecarios, el director y dos operarios que cambiaban foquitos. Serían diez mesas en total, en eso viene un señor con cara de investigador y se sienta enfrente mío. Quieren charlar ¿o no?

Eso son los paraguayos, tienen algo cálido que no es la cortesía norteamericana, porque la cortesía norteamericana es aprendida. Acá es al revés, tenés la obligación de ser maleducado. Es una calidez que no viene de la educación, te miran como si fueras un ser humano, un semejante, eso debe ser lo que ha atraído a los viajantes.

-¿Qué te interesa de visitar lugares?

Me gusta conversar con la gente de campo porque tienen un saber que uno no tiene, saben cosas de los animales, además les ponen nombres modernos «La Jazmín». Me acuerdo de un pueblo chiquito, en Entre Ríos, Irazusta. Mil habitantes, fui un verano que no tenía plata para salir y hacía calor, mirando la televisión ví Irazusta y sentí atracción. Pensé “ahí gasto menos que en mi casa, me mando”. El pueblo era una hilera de casas viejas, escuchaba un chancho a los lejos, en la plaza había una estatuita de San Martín y al lado un caballo que comía pasto. Me hospedé en lo de una señora, a la tarde charlaba con un criollo, le preguntaba todo de los animales. Entré en todas las casas, me quedé unos días porque me encantó. Después hice un cuento sobre ese pueblo. En estos lugares la dinámica de las grandes ciudades donde impera la ley, el horario, no existe, no tienen esos códigos.

Recuerdo que en Amaicha pregunté con estilo porteño“¿Está abierto el puesto de diarios?, ¿Cuándo viene el muchacho?”, “Está queriendo venir”, me respondieron. “¿Y cuándo abre?”, insistí, “Abre cuando viene”. Es así, te volvés loco, da ansiedad. Nuestro lenguaje, el del Río de la Plata, es imperativo, estamos todo el tiempo dando órdenes: venga, lleve, traiga. Ellos no, hay matices, constelaciones.

Me han enseñado muchas cosas lo viajes, sobre mi propia persona. Una vez me dieron una gran lección, fue en Río. Estaba en un lugar de novias, la madrina tenía de esas polleras para nenas con flores y mariposas, entré en complicidad con una empleada y pregunté «¿no es un vestido un poco de hada, demasiado fantasioso? respondió «¿y acaso el matrimonio no es una ilusión?». Tenía razón, si no tenés ilusión no te casas. Viajar te enseña muchas cosas, aprendés como sos, de dónde venís.

Isabel Lacatol (1984, Santa Cruz) Es Profesora de Filosofía y Diplomada en Gestión Cultural. Trabaja como docente, prensa y comunicación.

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