El juez y la nada

Novedades Editoriales: El juez y la nada de Gonzalo Santos, Editorial Aquilina (2029)

por Nicolás Pose

El protagonista de El juez y la nada sufre de ataques de pánico, está a punto de ser abandonado por su joven esposa, consume alcohol para abandonar el hastío que lo invade y, además, está harto de la vida. Así conoce el lector al protagonista, el juez Warschawsky. Hastío y cansancio que se confirma en una prosa lacónica, dura, sin emociones.

La novela de Santos, caracterizada por la senda del ciberpunk de Gibson —según Ricardo Romero— podría ser una historia que ocurre en el presente, pero Santos la ambienta en un futuro distópico, no por lo que sucede en el exterior ni tampoco por el uso de novedosas máquinas tecnológicas que se insertan dentro del paisaje de una Buenos Aires futurista. Al contrario, lo tecnológico es la enorme cantidad de data que manejan las personas, y en lo que genera semejante información, haciendo que el juez Warschaswsky no pueda diferenciar lo real de lo ilusorio. En ese futuro dominan la nanotecnología, las pantallas, los hologramas, los smartphones, los softwares inteligentes que dictaminan el resultado de causas judiciales, además de los nanorobots -robots microscópicos que pueden interactuar con las neuronas biológicas, o incluso mejorar o reemplazar sus funciones-. Cuerpos monitoreados, cuerpos con información. Junto a todo eso aparecen locales de Farmacity, Starbucks, autos eléctricos y referencias a la geografía de la ciudad como el Parque Centenario.

Lo que sí está claro, es que el relato se concentra en lo que ocurre en la mente de Warschawsky, ya que el exterior no importa tanto, al menos, desde el principio. De esta manera uno de los pocos interlocutores del juez es una máquina de café, y es así como lo conocemos en la escena inicial de la novela. También están los llamados constantes al servicio de salud por los problemas que padece Warchawsky. Hasta que después de investigar un caso, el juez se entera del funcionamiento de servicios que ofrecen determinadas empresas como Biosidus, una empresa ligada al negocio de la salud que ha logrado establecer una regla: las personas de elevada posición, no sólo tienen derecho a la medicina más sofisticada sino la obligación de utilizarla. El juez descubre que ha sufrido un colapso y en algún momento le han implantado unos chips para monitorear permanentemente su salud. Si el aparato detecta alguna anomalía, una ambulancia aparece al instante en el lugar donde se encuentra. También el juez descubre que no vive en el estado que pensaba, sino que se sitúa en uno más allá de lo que era su verdadera existencia, al igual que otros que han sufrido colapsos similares. Por eso, en ese nuevo “lugar”, o “no lugar”, pierde progresivamente el lenguaje original al ser invadido por el lenguaje de la tecnología, por la lingua franca, el inglés del capitalismo, mientras su paranoia aumenta al darse cuenta que es perseguido por espías orientales o, al menos, eso es lo que la percepción le dice antes de aventurarse junto con Osvaldo, otro de su misma condición, hacia Epecuén, donde parece que se está organizando una posible revolución. Esa es la trama de la novela. Pero al mismo tiempo hay otra línea que juega con el funcionamiento del quehacer literario, que se pregunta cómo se podría escribir ahora. Así la novela reflexiona sobre la importancia del lenguaje como instrumento para poder tratar de asir la realidad, para tratar de aproximarse a una descripción, sabiendo de antemano que es una tarea imposible. Es por eso que El juez y la nada está llena de digresiones, demoras necesarias para repensar los condicionamientos de la literatura actual y el uso del lenguaje. Así, el protagonista comienza a inventar neologismos y, por ende, un nuevo lenguaje que demuestra e ilustra el proceso de su progresiva pérdida, la carencia de memoria a largo plazo; en definitiva, la modificación definitiva de sus facultades cognitivas actuales. “Warschawsky estaba seguro de que la tecnología, como había hecho el cine, cambiaba el modo de soñar y de recordar y que si la ciencia ya podía copiar un cerebro, como decían, no era tanto por los avances de la ciencia como por los retrocesos del cerebro”, leemos en un capítulo.

El juez y la nada es una novela mental, un relato que, por su estructura, va a contrapelo de lo que se viene escribiendo en nuestro presente literario, porque es una historia que sería imposible ser filmada, como sí podría ocurrir con la mayoría de narraciones del presente, acreedoras, por lo general, de formas y estructuras extraídas de las series de streaming o de la última filmografía de Hollywood o del cine europeo.

La novela de Santos reflexiona sobre el lenguaje, sus cambios y su pérdida: “Porque lo barroco siempre les molestó. Toda experiencia debe caber en un puñado sobrio de palabras: los cien o doscientos caracteres de la red social con la que se crio toda una generación toda su generación de ágrafos. Cualquier mensaje que excediese esa limitación les entraba por un oído y les salía después por el ano”. Al mismo tiempo cuestiona cómo se piensa el sujeto actual, la identidad y la pérdida del ser, o cómo lo que nos caracteriza como humanos sufre modificaciones cuando también cambia nuestra percepción y por ende el propio lenguaje. Lenguaje y cuerpo parecen corresponderse, porque la tecnología los atraviesa y construye nuevos cuerpos, recipientes monitoreados con brutalidad, al menos en el nivel de la sobrecarga informativa que recibe el cerebro y las consecuencias que esto genera al deconstruir los hábitos emocionales y afectivos del ser humano.

Gonzalo Santos ha publicado otras novelas como El nudo celta de la calle Bioy Casares (2014) y Yo fui un hacker gordo y un poco eunuco (2017); también ha estudiado y descripto el funcionamiento y el sufrimiento de un docente en las escuelas públicas En las escuelas: una excursión a los colegios públicos del GBA (2013), libro a mitad de camino entre memorias y narración de experiencias docentes, donde ya anticipaba su veta de ciencia ficción en un pequeño relato titulado “La máquina retórica”, haciendo hincapié en las modificaciones del lenguaje de las personas mediante dispositivos y analizando las jergas y las palabras que utilizan los adolescentes en la actualidad.

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