Sobre el trabajo de las abejas

Ensayo breve + Fotografía

por María Crista Galli

 

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Sobre las abejas: me cuesta entender cómo bichos tan inteligentes como las abejas mueren después de aparearse, en realidad solo el macho, el zángano, muere. ¿Cómo no han evolucionado jamás a escindir su sexo de sus entrañas?  También llama la atención que las obreras no copulan en absoluto, o más aún,  cómo la reina es elegida por todas y su única función es copular un día y nunca más, para volverse luego mera máquina de poner huevos.  ¿Es probable que nosotros, los humanos, ocupemos también un lugar tan frágil y a la vez tan potente en el universo y que, por creernos piolas, seamos aún más patéticos y débiles?  Lo importante es llenar la espermateca de la Reina.  ¿Lo importante es proteger la genética y continuar la especie? Ni siquiera son las Reinas masas  informes pero masas armadas,  armaduras, para proteger espermatozoides. Espantoso o hermoso, no lo sé. La idea hedonista de los sentidos no existe para las abejas, o al menos, no lo sabemos. Parecen moverse por una fuerza existencial que no da cabida al descanso ni a la contemplación, menos aún, al placer sexual. Sáquense ya la idea de goce en los insectos. ¿Tal vez experimenten un goce distinto, oculto?

Sin embargo, debo mi máximo respeto y admiración a la Apis mellifera. El conjunto funciona a la perfección, las kamikazes no lloran, el grupo no se lamenta,  y los machos saben bien qué tienen que hacer y para qué vinieron al mundo. Es un mundo totalmente socialista.  Nadie dirige a nadie porque alguien que dirige no puede depender de aquél a quien dirige, no hay jerarquía en el mundo de los insectos. Sería contradictorio al espíritu de su voluntad,  y, a pesar de llamarse casta a cada diferenciación morfogenética, cada grupo etario, cada  individuo cumple su función pero depende del otro para sobrevivir. Y encontré una analogía brillante en la descripción que hace Saer de la tribu Colastiné en su libro El entenado con la Apis mellifera «todos cumplían con rapidez y eficacia, sin equivocarse ni ocupar un lugar ajeno, el papel requerido en el momento preciso sin que nadie ni nada pareciese habérselo asignado. Nunca vi a nadie realizar lo que podría considerarse un acto casual».

En el cuadro de Seurat de 1890, El circo,  se ve a un acróbata con traje amarillo, parado de manos. De cerca, solo puntos inconexos. Podríamos decir que, sin dudas, la abeja es una especie puntillista, como un cuadro de Seurat: de lejos, visto en conjunto como el enjambre, cada individuo funciona y da forma y sentido al organismo. En individualidad, cada abeja es solo un punto desolado, débil e inútil. Así somos a veces,  acróbatas del instinto animal que precisamos de la humanidad para sobrevivir. El neoliberalismo individualista se equivoca de lleno.  ¿Será la abeja parte de una organización primitiva que, debido a la aniquilación de la personalidad y del capricho, y sobre todo, del instinto sexual,  ha logrado prevalecer con éxito en su forma original? ¿O es una forma evolucionada a la que  se dirige la especie humana? Si estamos en el segundo caso, ¿quiénes serán las abejas kamikazes en un futuro humano? Ah, perdón, ya las hay.

 

 

María Crista Galli (1985, Buenos Aires) no se define experta en ningún área específica salvo la inquietud. Todo se mueve menos el cambio es el lema taoísta que mejor define su forma de aprendizaje y de vida. Su pasión se extiende desde la traducción, que estudió formalmente, hacia distintas áreas artísticas y culturales, como la danza, la poesía y las artes plásticas. Actualmente cursa estudios de floricultura en la Universidad de Buenos Aires.  Su objetivo es lograr un ensamble de todas las áreas que la apasionan, principalmente de la escritura y la botánica.

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