«Una autobiografía de ideas», por Gonzalo León

aira

Foto: J. Martínez

Uno de los libros de ensayos de César Aira fue sobre el poeta inglés Edward Lear, sus limericks, el humor, lo popular y otras cuestiones, pero de eso pasaron diez años. Continuación de ideas diversas fue en 2014 su nuevo libro de ensayos, que publicó Ediciones Universidad Diego Portales de Chile, y a diferencia de sus otros libros –Copi, Alejandra Pizarnik y Las tres fechas, todos publicados por Beatriz Viterbo Editora– no necesita de un pretexto, es decir no necesita de la obra de otros autores para hablar de la suya, sino que es César Aira elaborando una especie de diario, de respuestas a una entrevista que nunca dio, o quizá, y ésa es la sensación que predomina, una autobiografía de ideas, porque para Aira la única autobiografía posible es a través de las ideas, y en este libro se pueden encontrar desde sus primeras influencias (las historietas de Superman de los años cincuenta y sesenta, Kafka y Borges, o incluso aquellas novelitas de western que leía su padre y que él encontraba poco refinadas), su obsesión por la forma y la novela policial, su desprecio por las biografías noveladas, la crónica, la metaliteratura y las primeras lecturas de la obra de Cortázar, pero también hay fragmentos narrativos, como un probable principio de novela, y reflexiones en apariencia menos literarias, como sobre la magia o la vida después de la muerte.

En Continuación de ideas diversas, Aira se desplaza entre el pasado y el presente, entre la literatura como arte mayor (“la superioridad de la literatura sobre las demás artes radica justamente en las demás artes”) y la literatura como cáscara vacía (“la novela de hoy”), y lo hace en fragmentos que no forman una unidad lineal, porque precisamente son ideas diversas en un continuum. Donde parece haber paradoja no la hay, es la propuesta narrativa de Aira desplegándose en el ensayo: no una idea sobre la cual parte un relato, sino varias: “El ensayista escribe sobre los distintos temas de su interés, relacionados entre sí en razón de ese interés…”. En alguna entrevista extraviada en la memoria, el escritor nacido en Pringles en 1949 dijo que en un momento le habían recomendado que, si quería meter ideas en sus novelas, mejor se guardara esas ideas para los ensayos. Bueno, quien le haya hecho aquella recomendación y leyera este libro, de seguro tendría la tentación de hacerle la recomendación inversa, es decir si quiere meter relato en un libro de ensayos, mejor se las guarde para las novelas. Pero quizá en esta retroalimentación es donde este texto cobra mayor valor. Por eso en la contratapa de este libro espléndidamente editado se encuentra la siguiente frase: “Las ideas nunca son del todo ideas, y nunca son todas las ideas. Recortadas en forma de ocurrencias, recuerdos, anécdotas, chistes y otros mil azares del discurso, material inagotable de la Asociación, como dar la vuelta al mundo del pensamiento”.

Estas ideas recortadas comienzan con el recuerdo que tuvo Hegel al ver pasar a Napoleón y continúa con una frase que empieza así: “A mi edad… He comenzado a olvidar nombres, de un modo alarmante”. Está entonces la alternativa de llevar “una libretita específica, para llevar siempre conmigo y así saber dónde tengo que acudir en busca de un nombre que ha desaparecido de mi mente” o la de escribir lo que cree que ha ido desapareciendo de su mente. Alguien podría tener la tentación de ver en esta estructura algo parecido a entradas de blog o de Facebook, pero eso remite más al deseo de ver que un escritor como él tenga un blog o un Facebook que al hecho mismo de que posea esa estructura. Aunque también podría pensarse de otro modo: imaginemos que Aira tiene un blog o un Facebook, ¿esto es lo que escribiría? Una discusión que se basa en suposiciones es material para una ficción o para un divertimento, pero no para desarrollar seriamente.

Hay desde luego en este libro un lado más pop, como cuando se refiere a los cuatros asuntos que casi nunca faltan en los culebrones clásicos latinoamericanos: “La revelación de una maternidad o paternidad, ocultada durante muchos años”, “el doble, la hermana o hermano idénticos de cuya existencia no se sabía nada hasta entonces”, “la ceguera” y “la amnesia”. Según Aira, “todos tienen que ver con la identidad. ¿Quién soy? ¿Cuál soy? No recuerdo quién soy. No puedo verme en el espejo”, y luego explica que el éxito del género, “y de cualquier género narrativo, tenga que ver con la adecuada, si es preciso obvia y brutal, tematización de un concepto central”. Lo que aquí resalta es que lo que en apariencia es pop, para el autor de Continuación de ideas diversas puede servir para una reflexión narrativa, incluso sobre su propia escritura, o la de cualquier otro.

Cuando establezco que estas “ideas recortadas” parecen respuestas a una entrevista que nunca se hizo, en esa afirmación también existe una continuidad, porque Aira recuerda algunas respuestas que ha dado en entrevistas y las desarrolla. De este modo “re-presenta” (en el sentido de traer al presente) sus influencias, los elogios a sus libros de juventud que le producen “sensaciones ambivalentes”, pero quizá donde es más elocuente es cuando se refiere a la narrativa escrita en presente y la famosa respuesta que dio alguna vez, y en la que en una de sus partes señala: “Casi toda la narrativa joven en la Argentina está escrita con verbos en presente. No sé cómo los autores no se dan cuenta de hasta qué punto eso desmerece su trabajo. El relato se achata, pierde perspectiva y toma un tono oral barato”. Luego admite que cuando abre un libro y está en presente, “lo cierro y no vuelvo a abrirlo”. Sin embargo, existen excepciones, como la de Marguerite Duras, básicamente porque en casi toda su obra “está actuando el cine”, o en otras palabras el guión. Para César Aira, el periodismo o el cine pueden escribirse en presente, pero la historia y la ficción deben hacerse en pasado: lo que ocurrió no es lo mismo que lo está ocurriendo.

Pero más allá de escribir en presente, de la crónica de la que dice que su auge “coincide con la emergencia de esa figura que pulula en las ONG y otros subproductos de la globalización: el Entrometido”, de las biografías noveladas, de la metaliteratura, hay un desprecio hacia la novela realista o más precisamente hacia el realismo, culpándolo “de la posibilidad de extenderse en el relato y escribir libros de muchas páginas”. Y enseguida explica cómo debió fundarse el realismo en la literatura: cansados los escritores “de los dioses y las hadas y los héroes y las doncellas”, tuvieron la audaz idea de renunciar a la imaginación literariamente educada, “y dejar que sus argumentos y personajes y escenarios se los diera un agente externo a ellos”. Este agente externo del que se alimentarían sus ficciones de ahora en adelante sería la realidad, “en sus formaciones y desarrollos propios”.

En el prólogo de la reedición de Ema, la cautiva que escribe Sandra Contreras, tal vez la mayor especialista en César Aira, señala que “la opción originaria del artista en todo caso fue: nada que inventar, porque todo viene con la tradición, y por eso mismo, el mejor terreno, para el escritor, para inventarlo todo”. Aquí claramente se demuestra la opción por descartar el realismo y volver a la “imaginación literariamente educada” a través de lo que Arturo Carrera define como vanguardia entendida como “parodia crítica de la tradición”. En este libro Aira se refiere a las vanguardias, y coincide en un punto con la definición de Carrera al señalar que la calidad de una obra de arte “siempre se reconoce según los valores tradicionales, clásicos, las grandes convenciones seculares, que cambian tan lento que no vale la pena hacerse ilusiones de que vamos a presenciar el cambio”. Aira entendió bien que para ser vanguardia debía leer muy bien la tradición. En Plan de operaciones, Beatriz Sarlo reconoce esto: “César Aira publicó Ema, la cautiva para corregir a Borges de manera radical: corrigió una imagen de la cautiva, tanto la de Borges como la de Hernández; corrigió el paisaje pampeano, el de Echeverría y el de los ingleses; corrigió la figura del indio, de fiero a indolente. Como estrategia de comienzo, Aira, a diferencia de Puig, toma la centralidad de Borges para fisurarla por parodia”.

Continuación de ideas diversas recuerda algunos textos de la tradición argentina, como Evaristo Carriego, de Borges, y Diario (1953-1969), de Gombrowicz, ambos pueden catalogarse en la categoría de ensayo y en el de simple diario o registro, pero lo cierto es que van mucho más allá. Este libro vendría a formar parte de la tradición ensayística que intentó “innovaciones, experimentaciones, rupturas, provocaciones”, pero que “apenas si aceptó algunas tímidas modificaciones”, porque pese a todo no existe el ensayo de vanguardia. En este punto resulta inquietante que Aira, a diferencia de Borges o Gombrowicz, coloque a este género fuera de la literatura, en una función de dar cuenta, “hacia el exterior de la literatura” de las reinvenciones de ésta.

De sus “novelitas”, como les dice él mismo a su producción literaria, podrían ser vistas por algunos solamente como un modo de producción, una multiplicidad de lo breve o de la miniatura; pero no, aquí explica que el sello no es escribir novelitas que le toman más de tres o cuatro meses, en otras palabras no es la brevedad por la brevedad, sino que hay una reflexión de fondo: “En la medida en que un narrador va apartándose de formas y contenidos convencionales, sus textos van haciéndose más breves”.

Después de Continuación de ideas diversas nadie debería pedirle una entrevista a César Aira, porque aquí está todo: influencias, formas de escritura, obsesiones, desprecios, definiciones. Y lo hace con ingenio y gracia, porque también está presente su forma de narrar: no es un escritor impostando el tono académico del ensayo o el tono habitual, serio, del ensayo. De hecho, como sabiendo que se le puede juzgar seriamente por este libro, señala en una de sus partes: “Alguien dijo que el ensayo es la ‘piedra de toque’ para evaluar la calidad intelectual de un autor. En efecto, en la poesía y el relato hay demasiados subterfugios para disimular carencias, mientras que en el ensayo la inteligencia y el conocimiento y el talento del autor están al desnudo”.

Gonzalo León es escritor y periodista chileno. Ha publicado las novelas Serrano (2017), Manual para tartamudos (2016), Cocainómanos chilenos (2012), Vida y muerte del doctor Martín Gambarotta (2011) y Pendejo (2007). Desde 2011 vive y trabaja en Buenos Aires.

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