«Corazón porteño. Alejandro Meola y su música», entrevista por Magalí Díaz Moreno

Alejandro Meola es un cantautor y guitarrista que vive en Nueva York. Nacido en Miami, creció en la ciudad de Buenos Aires.

Su música se enmarca dentro del rock/blues, ocasionalmente mezclando elementos de varios otros estilos como el soul, jazz, reggae, tango y ritmos folclóricos latinoamericanos.

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¿Cuál fue el momento en el que decidiste hacerte músico?

Siempre tuve una vocación muy marcada. A los doce o trece años encontré una guitarra abajo de una cama y después de ahí, no la solté más. Empecé a rasguearla con una moneda de cincuenta centavos y a escribir las primeras canciones. En la secundaria, empecé a armar bandas, a salir a tocar por los bares y a hacer algunas grabaciones.

A los diecinueve años, luego de varias idas y vueltas, decidí hacerme cargo y asumir esa inclinación tan marcada hacia la música. También empecé a estudiar formalmente. Aprendí en profundidad mi instrumento, a leer y escribir en pentagrama.

Quise obtener un título más académico y a desandar el camino con esta profesión y este oficio.

¿Cuáles dirías que son tus influencias musicales siempre presentes a la hora de escribir un tema?

Para cualquier músico o artista, creo que es difícil listar influencias. Uno absorbe cosas del entorno, de la gente, de la calle, de conversaciones que tiene, de experiencias que vive, de libros que lee y de películas que ve.

 En lo estrictamente musical, la paleta es inabarcable. Me considero un músico de rock/blues. Pero, a la vez, hay una variedad de muchos estilos de los cuales me nutro a la hora de escribir.

Voy a  mencionar algunos músicos que se me vienen a la cabeza en este momento: B.B. King, Wes Montgomery, Muddy Waters, Los Rolling Stones, Los Beatles, Los Doors, La Velvet Underground, Manal, Pappo, Andrés Calamaro, Piazzolla, Fania All- Stars, Bob Marley, Bob Dylan, Ella Fitzgerald, Otis Redding, Smokey Robinson, Motown, Stax, Frank Sinatra, James Brown, Tom Waits, Leonard Cohen, Tom Petty, Oasis,  Gardel, Los Redondos, Francisco Canaro, Cerati, Fito, Charly, Spinetta, y varios otros que, por una cuestión de espacio u olvido, voy a omitir.

De todos tus trabajos discográficos, ¿tenés alguno que sea  tu favorito?

A Santos Bonaerenses le tengo mucho cariño. Es un disco de guitarras, de rock alternativo. Lo grabé a los veintitres años y conserva aun ese signo de juventud e inconformismo. Fue también mi primer LP y sin dudas, el primer disco donde sentí que había logrado un sonido propio.

Hace unos años decidiste irte a vivir a EEUU y vivir tu vida musical allá, luego de trabajar varios años acá en Buenos Aires. ¿Cómo te recibió la escena musical de ese país?

Hace poco más de cinco años compré un pasaje únicamente de ida y me mudé a Nueva York. Lo pensaba más como seis meses sabáticos. Tan así que ¡ni la guitarra me iba a llevar! Fue un amigo el que me convenció dellevarla, esa misma mañana antes de viajar. Y todavía le agradezco por eso. A la semana de llegar, contra todo pronóstico, ya estaba tocando standards de blues en un bistró italiano por East Village. Todos los martes, por un verano entero. De ahí fueron saliendo nuevas oportunidades. Conocí gente, armé una banda y antes de que me diera cuenta, estaba tocando de forma bastante regular en distintos restaurantes, bares y algunos clubes más conocidos de la escena local.

Por supuesto que después de un tiempo, ya asentado, decidí empezar a grabar y a la vez, quise  intentar construir un proyecto menos casual, más serio y con otros desafíos. Pero a ese primer capítulo, lo recuerdo como un proceso bastante natural, muy poco frecuente.

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¿Qué puertas te abrió a nivel sonoro y lírico la escena neoyorkina?

A nivel sonoro es un poco lo que decía antes con lo de las influencias. Uno absorbe cosas del entorno. Nueva York tiene una energía muy especial que, sin dudas, tuvo un impacto profundo en todo lo que es el ámbito personal. Transitivamente eso se vio reflejado en mi música al corto y mediano plazo.  Sobre todo en el EP First Impressions, que, desde un punto de vista estético, creo que rompe con todo lo que había hecho antes.

A nivel lírico, fue el inglés. Ya en Buenos Aires y también un poco en Nueva York, escuché a varios opinar que el rock suena mejor en esta lengua, que es fonéticamente más accesible. Yo no estoy de acuerdo con eso. Para nada. Tenemos cincuenta años de rock grabado en castellano que suena espectacular. Pero volviendo un poco a tu pregunta, acá en Nueva York sí me encontré con mucha gente que viene de distintos lugares del mundo, con su propio idioma, y de alguna manera el inglés se convierte en un vehículo para comunicarse cotidianamente. Ya sea  para darle indicaciones a un taxista de Bangladesh, como para ordenar comida en un restaurante etíope o para decirle ‘te quiero’ a una chica de Estambul o para compartir una birra con un grupo de suecos y alemanes. Sin mencionar, además, la cantidad de norteamericanos angloparlantes que también conviven en el ecosistema. Es por eso, el español  es mi lengua madre y va a seguir siendo un lugar de confort. Es cierto también que el inglés me está resultando cada vez menos ajeno a la hora de escribir.

Estoy  pudiendo encontrar formas de expresión para lo que necesite decir.  Hoy en día, siento que puedo usar uno u otro idioma indistintamente dependiendo de mi estado de ánimo.

¿Cambió en algo el proceso de composición y grabado de las canciones luego de mudarte?

No tanto en relación al cambio de ciudad, sino más bien con respecto a que estoy más grande, con más temporadas encima y más experiencias vividas. Me encuentro escribiendo canciones más seguido, ya sea caminando por la calle, sin guitarra o ningún otro instrumento más que un tarareo o un silbido, que es cuando trato de atajar oportunamente mi celular. Lo mismo pasa con algún verso que me pueda venir a la cabeza. Y así tal vez pueden pasar 2 meses, en los que esté trabajando y arreglando varias canciones o bocetos en simultáneo, usando baterías, líneas de bajo, armonías, solos, letras, etc. También se puede dar mientras viajo en subte o tomando un café. Recién  cuando tengo algo más definido y con una idea clara, es cuando me siento en casa con la guitarra y grabo una primera maqueta más tradicional.

¿Cómo te sentís al hacer tours visitando y haciendo llegar tu música al público estadounidense?

A veces, tengo la sensación de que Nueva York es un poco una república paralela. Como si tuviera  una dinámica propia, aparte de lo que pueda ser el resto del país.

En estos años he tenido la oportunidad de ir a tocar a Boston, Rhode Island, Connecticut, Filadelfia, Baltimore, Washington DC y algunas otras ciudades que están dentro del estado de Nueva York pero más al Norte, casi en la frontera con Canadá.

Estuvo buenísimo. En ese sentido, cuando hago estos viajes, siento que de algún modo me interiorizo con lo que es Estados Unidos en sí mismo. A todos los lugares adonde fui, me recibieron  muy bien. Fue una experiencia inolvidable y planeo volver a hacerlo, sumando nuevas ciudades en cada gira.

Quizás no esté de más agregar que, últimamente  la comunidad latina en Norteamérica creció bastante y se ha hecho parte de la cultura local. Quiero decir, hace algunas décadas,  tal vez, haya sido un poco hostil. Pero hoy en día un ‘Alejandro’ tocando en Cincinnati, no resulta algo formidablemente exótico.

¿Qué diferencias notás, de haber alguna, al grabar canciones en inglés?

Un poco lo que decía antes, de la forma en la que este idioma funciona como vehículo para comunicarse cotidianamente. Luego de varios años viviendo acá, he ganado en vocabulario, recursos y me ha dejado de resultar ajeno. Lo entiendo como una herramienta más a la hora de escribir.

¿Qué nos podés decir sobre tu último sencillo, Million-Dollar Cab Ride? 

Es una historia mínima, de amor,  optimista. Conviene escucharla de noche, preferentemente en un taxi. Es la letra más lograda, en comparación a los primeros sencillos en inglés que grabé. Un rocanrol clásico, de corte americano.

Pero, que es, principalmente, ¡el primero de muchos!

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Y, por último: ¿Qué te gustaría alcanzar como artista?

De momento, me gustaría grabar todas estas canciones inéditas. Desde un punto de vista estrictamente egoísta y catártico, más allá de que mucha o poca gente las llegue a escuchar. Es como tirar una botella al mar, con un rollito de papel adentro. Quizás alguien la encuentre, quizás no. Lo único importante, sería sacármelas de adentro.

Por lo demás, tendría ganas de seguir viajando y durante los próximos años poder conocer y tocar en las principales ciudades de este país, como también  en Europa y Latinoamérica. Veremos cómo resulta eso.

La música de Alejando Meola está disponible en Spotify y Apple Music. 

Magali Díaz Moreno (1985, Buenos Aires) Desde muy temprana edad, tuvo avidez y fascinación por la lectura. A los seis años descubrió el animé japonés, el humor inglés, las predicciones de Horangel y la mitología griega. Es comunicadora social, Correctora literaria y Licenciada en Letras. Actualmente se encuentra haciendo la carrera de astrología en Proyecto Trenkehué y perfeccionándose en el Tarot y otras terapias holísticas.

Recita poesía en diferentes ciclos culturales y escribe sobre astrología y moda para el diario Clarín en la sección Entre mujeres y sobre astrología y  mitología nórdica para Valhöll, tienda vikinga. Es la coordinadora del ciclo Cabaret del Deseo, sesiones de poesía, arte y música erótica.

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