1
Antes de emprender un gran viaje
es necesario
vaciar el cuenco, limpiar la mirada y el paladar.
Es conveniente viajar liviano
para traer de vuelta
las enseñanzas y objetos relevantes
que se encuentran al alcance, para ser tomados
por manos decididas y veloces.
Una extensa caminata, eso es,
a la zona blanquinegra
con la intención
de señalar algunas imágenes, algunos cruces
casuales o forzados por la voluntad.
Pero, para ser precisos, el recorrido ya comenzó
mucho antes, antes de esta partida,
en la escritura y en el dibujo se manifiesta
el primero de esos encuentros
de lo oscuro
sobre la superficie clara.
2
Sería bueno que te descalces.
Estamos acá, en este amanecer
en el que todo es blanco, el suelo arcilloso y blanco,
con algún resto de agua de lluvias anteriores,
y quizás, más abajo, enterrado,
el esqueleto de un animal inmenso
que podría devorarnos con facilidad.
Pero en el horizonte, el tono es apacible,
papel de calcar acuarelado, blanco transparentado
por la vastedad del planeta y la hora en la que transitamos
este lugar, este gran vacío de la civilización.
Parpadeá. Bien, ahora parpadeá otra vez.
¿Qué hay ahí? ¿Qué es lo que ves?
El refrán dice: “Comience por vaciarse de color,
comience por vaciar sus ojos”.
Sería bueno que dejes atrás los zapatos,
que sientas el suelo ligeramente húmedo
mientras caminás, mientras te adentrás
en la solidificación del color blanco y sus variables
en el cielo, en el entorno, en todo
lo que alcanza a reconocer la vista.
Sí, eso está bien.
Blanco y más blanco
y, más allá, más blanco.
3
El tiempo deriva en cuerpos delgados
que habitan en papel delgado,
esqueletos de sardinas opacas,
flores del libro botánico de Dickinson,
el esqueleto de los antiguos egipcios,
todos impregnados en pigmento oscuro,
en un constante perfil,
en un perfil permanente, otorgado a la posteridad.
(Un pequeño cosmos,
un pequeño sistema
de momias, peces y flores,
todo en un simple plano de papel.)
Cuerpos delgados interlaminados
en el papel delgado,
radiografías, improntas por otros medios,
a partir de otros materiales.
4
Los griegos lo llamaron aceite de rocas.
Se referían
a las toneladas de plantas aplastadas, oscurecidas, convertidas
en un caldo espeso, aceite rica en toxinas –la bebida
de la maquinaria que impulsa nuestras economías.
(Algas oscuras machacadas,
transportadas en barriles de uno a otro lado del océano
o extraídas del territorio
para la superficie de la producción.)
Vegetación oscura y liquidificada
se deshilacha en nervaduras extendidas,
se las diagrama
sobre un pizarrón brillante, oleico.
Extracto del libro «Una percepción binaria del color», editado por la Editorial Municipal de Rosario, que obtuvo una mención en el concurso nacional de poesía en el 2017.
Jonás Gómez (1977, Buenos Aires en 1977). Estudió dibujo y pintura en el Centro de Artes y Oficios CEAVAO. Participó en la antología “Si Hamlet duda le daremos muerte” (De la talita dorada, La plata, 2010) y en el proyecto Híbridos (2012), que reunió a escritores, actores y dramaturgos para una puesta de improvisación teatral. Editó “Equilibrio en las tablas” (Mansalva, 2010), primer premio Indio Rico en el género poesía, “El dios de los esquimales” (Ediciones Diatriba, Santa Fe, 2011), “Planos para construir dos ciudades” (Mancha de aceite, 2012), “No hubo un mejor tiempo que este” (plaqueta de Difusión Alterna Ediciones, 2013), “Calendario de siembra” (Barba de abejas, 2014), “Venga a nosotros el reino de las estrellas” (El ojo del mármol, 2015) y “Economías hídricas” (El ojo del mármol, 2016). En el 2017 obtuvo un mención en el Concurso de poesía de la Editorial Municipal de Rosario con su libro “Una percepción binaria del color” (EMR, 2018) y el tercer premio del Fondo Nacional de las Artes en género cuento con el libro “El poder infinito de los cuerpos” (inédito).
En el 2018 publicará en la editorial Virus (Chile) una versión ampliada de “El dios de los esquimales”.