«Focus», por Nicolás Pose

vangoghcampodecebada01

 

Try to set the night on fire

Jim Morrison

 

 

Alright, now listen, baby…  Es verano, una noche húmeda y calurosa de diciembre como muchas en Buenos Aires, que parece descansar, tal vez porque muchos reposan en sus casas, fríos y estáticos de tanto aire acondicionado. Supongo que eso explica la poca gente que circula por las calles, ¿dónde están todos? Son las 10 de la noche y, sumergido en el color ocre de la ciudad, vagabundeo, sin destino fijo, pensando en los problemas, analizando el año que ya termina y preguntándome con quién me voy a juntar para recibir el que está llegando. Muchos deben estar de vacaciones en lugares tranquilos, con ellos no podré contar. Imagino los paisajes de inmensidad que ofrece el sur, las sierras verdes de Córdoba, San Luis y el agua cristalina de los ríos, lagos y arroyos que me refrescan, en vez de tener estos zapatos apretados que hacen que mis pies se parezcan a unas empanadas después de haber recorrido unas cuadras. Algunos estarán en otros continentes, conociendo cosas nuevas o cruzando fronteras desconocidas, o algo así. No es bueno pensar tanto en las vacaciones, me digo, sobre todo porque continúo la caminata y veo que los únicos que se han quedado son los mendigos y borrachos que duermen en las calles. Entonces, agarro la cámara y voy sacando fotos. Primero, el cielo, negro y encapotado, con algunas nubes que, con lentitud dejan que se asome un pedacito de la luna. Después, retrato un mendigo, que está tirado en la vereda y detrás hay un cartel que promociona viajes a la costa y se me viene instantáneamente el último recuerdo de Mar del Plata y la muchedumbre que se derrite bajo el sol, con arena en los ojos, en esos galpones turísticos, donde se broncean uno al lado del otro como lagartos, se huelen la transpiración y se quejan de los gritos de los vendedores de churros. Trato de sacar otra foto, pero esta vez, un humo negro que se eleva sobre los grandes edificios que bloquean la visión, me distrae. Cambio el trayecto y voy hacia donde parece haber una chimenea gigante. Apenas camino una cuadra mirando el humo, que persiste, cuando, de repente, un brillante fulgor interrumpe e ilumina la noche. Especie de bengala humana, deja de moverse y cae al piso. Lo fotografío y, al mismo tiempo, siento el calor, la boca seca, y recuerdo cuando conocí por primera vez en Amsterdam el cuadro del segador que trabaja en un campo. El incandescente amarillo de la cebada y la fuerza de la estrella en el trazo de Van Gogh, logran que, el segador, sea tan difuso como si el campo de cebada se lo tragara. La luz de la pintura es tan potente con todo el color que arroja el sol, situado bien por encima de las montañas−lo que hace pensar que es mediodía−, que uno siente estar transpirando el cuerpo entero a medida que se adentra en ese paisaje incendiado y se mete en la piel del campesino.

La antorcha viviente comienza a retorcerse en el suelo mientras unos tipos con remeras, camperas y otras prendas lo golpean una y otra vez para tratar de extinguir el fuego. Noto que tengo el vello de los brazos erizado, y el cabello, seco, eléctrico, como si yo también me estuviera quemando. Just play with me and you won´t get burned. I ´ve only one desire. Let me stand next to your fire. No soporto el espectáculo y me corro, pero al llegar a la plaza, veo personas reposando sobre el pavimento, algunos tosen, otros putean, la mayoría llora, y muchos ya están alineados, parecen los cadáveres que muestran en las imágenes de los documentales de la Segunda Guerra. Intento sacar la cámara de la mochila nuevamente, pero no puedo reaccionar, como si las manos se me adormecieran, porque mientras pienso en las fotografías que podría sacar y la plata que podría ganar al venderlas, escucho los gritos, permanentemente, los gritos, sí, con bronca, furia y desesperación, las puteadas, y veo lágrimas en la mayoría de ojos que se pasean por acá. No me sale ningún gesto. Nada. Como si tuviera vida, un cigarrillo aparece entre mis labios. Puteo, porque no encuentro el encendedor. Puteo. Le pregunto a otro espectador si sería tan amable de  convidarme fuego. “¿Querés más?”, dice, con los ojos desorbitados, “¡Querés más de verdad, hijo de puta!.

Ojos pétreos, luces azules y rojas musicalizan trágicamente el lugar como flashes violentos de videoclip. Una nueva Pompeya está naciendo, mañana sabremos a cuántos les arrebató la vida la hoguera que se ve al fondo, que no para de rugir. Un verdadero infierno. Tengo la cámara en la mano, pero algo me detiene. Recuerdo a Baudelaire: “Hay que observar a la muchedumbre, estudiarla. Gozar de la muchedumbre es un arte, y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad aquél que es lo suficientemente frío y objetivo para no sensibilizarse ante el horrible espectáculo humano”. Yo no puedo, digo, yo no puedo.

Presentir es lastimarse; mirar fríamente es desgarrar al ojo estético.

Gritos y más gritos. Hombres, mujeres, niños, gritan con furia, con locura, desesperados, resignados, aturdidos por la conmoción y el escenario surreal. El choque entre la realidad y lo inimaginable es brutal. Gritan: presentir es lastimarse.

Ya molesto, por todos los ruidos infernales que van contaminando la escena, siento las palabras como nunca, estallan contra los oídos, y cobran fuerza, sonoridad por sobre las sirenas de las ambulancias, de los bomberos y de la policía. Porque las palabras no se arrastran y salen de sus labios con naturalidad, sino que explotan y la sangre chorrea de esas bocas con dientes de juventud. Me acerco a un joven que está tirado sobre la calle. Lo toco y quema. Siento que él y la noche ya son la misma cosa. Nada ha cambiado. Todo sigue igual o ha empeorado, evidentemente. Arrojo el cigarrillo contra el asfalto, saco la cámara y empiezo a recortar la realidad, sin culpa, porque ya sé  que es imposible narrar o retratar lo que se está viviendo.

You say your mum ain´t home…It ain´t my concern…Just play with me and you won´t get burned… Poco a poco, voy odiando la noche, la caminata, el verano, el calor (y hace cada vez más) y los estúpidos petardos de fin de año. El espectáculo es insoportable. Me dirijo a la plaza y vomito contra un árbol. Regreso hacia donde está la masa de gente y, luego de sortear móviles televisivos y gente de prensa, comienzo a cargar cuerpos.

 

Nicolás J. Pose (1980, Buenos Aires) Es profesor en Letras (UBA). Obtuvo el primer premio de Narrativa en el VII Certamen de Poesía y narrativa Breve organizado por la editorial De los cuatro vientos. Es autor de La Performance (De los cuatro vientos, 2005) y ha colaborado en revistas como El interpretadorNo retornable y Siamesa. Su novela Por una cabeza permanece inédita. Actualmente trabaja como docente en el GCBA.

 

 

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