«Mōbilitās mortis», por Virginia Cano

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Tengo un cadáver lesbiano en mi placard y no sé qué hacer con él. Lleva muchos años metido ahí y cada vez ocupa más lugar. Ya ni si quiera me entran las bombachas ni los boxers. No importa cuánto lo desmiembre, o con cuanta meticulosidad separe los tejidos putrefactos de los huesos, o cuan prolija sea a la hora de apilar las tripas y los pulloveres, no consigo hacer que ocupe menos espacio. A esta altura me cuesta calcular la cantidad de masa ósea y de tejido en constante des/composición que ha inundado por completo los cajones de abajo. Las piernas, que ya son más de diez, están colgadas entre mis camisas o plegadas a mis pantalones. El cerebro se resiste a quedarse quieto y viene yirando por el placard sin un patrón aparente. Temo que en cualquier momento comience a auto-reproducirse como lo hicieron los miembros inferiores y las bolas de pelo. El resto de los órganos mutantes se distribuyeron entre los recintos superiores de la cajonera y el estante de abajo donde guardo los zapatos.

A veces tardo horas revolviendo entre mis restos tortilleros sin poder encontrar la zapatilla o el jean que me quiero poner. Y no todas las prendas resisten la viscosidad que emana de un cadáver lesbiano en proceso alienígena de putrefacción. Es rarísimo, algunos colores se han ido destiñendo y otras prendas se fueron llenando de glitter y fluorescencias. Así las cosas, hace ya demasiado que ando mal vestida y temo que la gente empieza a sospechar. Y lo peor de todo, lo más difícil, es que creo que estoy enamorada de mi cadáver mutante y que no me voy a animar nunca a contárselo a mis amigas, y mucho menos a comunicarlo en el trabajo o a mi familia. ¿Qué voy a decir? A veces me imagino que lo cuento, como gritándolo a los cuatros vientos, y que frente a la cara de desaprobación, asco o incomprensión de mi siempre renovado e imaginario auditorio, pregunto con tono burlón y cara de quiero retruco: “¿Qué? ¿Nunca probaron un cadáver exquisito tortillero? Es una delicia, no se la pierdan.” Igual, mis fantasías revolucionarias terminan cuando me acuerdo lo pacata y temerosa que es la gente para pensar sus vínculos con lxs muertrxs y con los cuerpos, y de lo cobarde que soy a veces.

La cuestión es que este asunto se está saliendo de control. Mientras tenía todos los pedacitos de mi corpus mobilis dentro del placard, me sentía más o menos tranquila. Pero ahora hay trozos inclasificables de este extraño cadáver lesbiano desperdigados por toda la casa. Y últimamente me viene pasando cada vez más seguido que me encuentro, de pronto y en cualquier lugar, inesperadamente, con un pedacito. Un dedito meñique metido en el fondo de la mochila por acá, y un ojo lesbiano incrustado en el bolsillo del pantalón por allá. Y esto ni siquiera pasa sólo dentro de la casa. Sino en todas partes. Por todos lados, pedazos de mi inquieto cadáver. El otro día, sin ir más lejos, estaba sacando la billetera para pagar en el chino y me doy cuenta que tiene, pegada como abrojos, tres uñas pintadas de rosa chicle con centro blanco. Las despegué lo más rápido que pude y puse mi mejor cara de zonza. Pero así no se puede, ando todo el tiempo inquieta, expectante, como alerta. No sabiendo cuándo va a irrumpir un fragmento de mi delicioso cuerpo en descomposición, si se va a notar o no, si va a ser grande o pequeño, reconocible o extraño.

Y no hay caso, no importa cuánto intente razonar con mi desperdigado y exquisito cadáver, el desorejado insiste en salir una y otra vez de los confines del armario, de la casa, de nuestro secreto. Y yo no estoy preparada para todo esto. Se lo digo una y otra vez, y me lo repito a mí misma como un mantra. Además, no sólo está muerto, sino que ni siquiera tiene una forma humana, y definitivamente no encaja en ninguna de las nociones de persona que encontré en internet. Si al menos tuviera cuatro -y sólo cuatro- miembros, o si tuviera algún tipo de forma reconocible; pero no, luego de autofagocitarse una mano y de fundir el resto del brazo con el dildo viejo y fuccia que me había dejado olvidado en el cajón de las medias, comenzó con la reproducción de las piernas y las variaciones en los órganos decrépitos. Hace años que los genitales se fugaron de mi cuerpo lesbiano y nunca más los volví a ver. Por suerte, se han multiplicado los fémures y las orejas.

La viscosidad a través de la cual -sospecho- opera su vivificante poder de transformación, se convirtió en mi lubricante favorito. Me encanta, deja sus huellas húmedas sobre cualquier tejido o textura con la que entra en contacto. Con un poco de saliva, se hace más y más resbaladizo, además de tener un ligero y agradable olor a metal. Me mojo sin parar cuando nos enredamos con mi desmembrado cadáver y jugamos a desafiar los umbrales entre lo vivo y lo muerto, entre su cuerpo imposible y el mío. Me deleito con la plasticidad insurrecta y ubicua de sus miembros en constante devenir. Y no puedo evitar entregarme al compulsivo deseo de penetrarlo por lugares inesperados con mis dedos escurridizos. Me gusta hacerme paso por entre sus restos móviles y dejarme invadir por las formas volátiles y provisorias que inventa para mí. Además, todas sus rótulas y junturas han devenido superficies rugosas, con la capacidad de vibrar intermitentemente. A costa de enredarnos, los orificios y recovecos se han ido multiplicando y mutando con insistencia. Otro tanto viene pasando con nuestros placeres y dolores compartidos. Una vez sentí, aunque no podría asegurarlo, cómo se derramaban chorros de lubricación por los poros extasiados de mi espalda. Jamás me había pasado antes.

Puedo decir, sin faltar a la verdad, que es la primera vez en mi vida que experimento un encuentro tan intenso y conmovedor. Lamentablemente, siempre hay algo que me regresa a mi lugar, al mundo de lxs vivxs y de las formas humanas. Algún comentario de un colega en una conversación trivial de pasillo, una nota sobre las nuevas necro-parafilias en el diario o el desconcierto perturbador que me produce la aparición de alguna inesperada mutación en mi cadáver tortillero, bastan para traerme de regreso a la realidad, a la tierra de los amores debidos, al tiempo terrenal de lo permitido y lo posible. Ahí nomás comienza la irrupción corrosiva de mis pensamientos que me dicen que esto no puede ser, que no está bien, que estoy enamorada de un cuerpo siniestro y que yo lo quiero así, muerto, que pronto mi cuerpo vivo va a comenzar a mutar y a perder su figura, que la vida no puede ser lo mismo que la muerte, que no voy a poder detenerlo, que ya no puedo con esto, que estoy enamorada de un cuerpo siniestro, que la putrefacción de mi cadáver lesbiano está viva y se apodera de mi cuerpo.

Virginia Cano (1978, Quilmes). Activista lesbiana y feminista, docente y filósofa. Doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, Profesora Adjunta de “Ética” por la misma universidad e Investigadora Asistente del CONICET. Publicó numerosos artículos en revistas y libros, tanto académicos como de difusión, en medios locales y extranjeros. Entre ellos, textos aparecidos en las revistas Estudios Nietzsche (España), Instantes y Azares. Escrituras nietzscheanas(Argentina), Gente rara. Arte, cultura y disidencia sexual (Venezuela) y Labrys. Estudos feministas (Brasil). Co-compiló (junto a M. L. Femenías y P. Torricella) Judith Butler, su filosofía a debate, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA (2013).

 

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