«El fugitivo Rimbaud», por Ignacio Bosero

“Y lo han visto en desenfrenada

carrera por las calles”.

(L.Lamborguini)

“Pero, ¿cómo voy a saber lo que van a durar mis días en estas montañas?”. (Carta de Rimbaud, desde Harar, a su familia, 6 de mayo de 1883)

 

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“Se ha dicho de Rimbaud que su mayor obra de arte fue su vida, una fórmula simplista que esconde una verdad fundamental sobre su concepción del arte. La conmoción inicial de Las cartas del vidente proviene de su apasionado reconocimiento de que el desorden de los sentidos y el sufrimiento son aspectos esenciales del trayecto del artista, aunque la más profunda novedad puede ser su elevación del viaje por sobre el destino. El punto es llegar a lo desconocido, no expresarlo”. La cita pertenece al libro de Jamie James, Rimbaud en Java, El viaje perdido, que publicó La Bestia Equilátera hace unos cinco años. Lo que James indaga son sus años en Oriente, en especial Java, del que poco se sabe. Hay una especie de agujero negro imposible de rellenar desde el momento en que deserta en Salatiga, su regreso a Europa y su posterior estadía en Java, hasta su muerte, en 1891. En verdad, el libro es un hermoso documento que prefiere desmitificar cualquier idea que alimente la fantasía del héroe rimbaldiano. Uno de los temas centrales es justamente este: “el punto es llegar a lo desconocido, no expresarlo”. ¿Pero qué es lo que quiere decir esta frase? Rimbaud había expresado en su poesía lo desconocido, había llegado a escribir con sólo 21 años otra poesía quizá bajo este influjo apasionado del “desorden de los sentidos”. Como dice el mismo James, al comienzo: “La poesía de Rimbaud no es en realidad tanto una expresión artística como un experimento en una nueva manera de pensar”. Lo importante es lo que está viendo el poeta. Un vidente de los sucesos no sobrenaturales ni teóricos, sino reales, materiales. La poesía con Rimbaud, entonces, expresa lo desconocido para la misma poesía. Es decir, para esa idea de poesía que se tenía y se escribía hasta el momento, y de la que Baudelaire por ejemplo, había empezado a desprenderse, pero en cierto modo todavía permanecía anclada en el pasado, y en París. ¿Qué pasó después, entonces?

rimabud en java

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Rimbaud abandona la poesía y se embarca (literalmente) en una travesía como soldado por Oriente, de la cual desertará al poco tiempo, pero luego volverá: el aire de Europa ya no era para él, mucho menos el de Charleville. De algún modo, el enigma más recalcitrante es el porqué de liquidar su vida como poeta y comenzar la de fugitivo. Según James, desde el momento en que Rimbaud se alista como soldado para servir a los holandeses en Oriente, no sólo es un marginado que no tiene un peso y vive en la pobreza y se reúne con lo peor de lo peor en ese viaje, sino que el dinero es una tentación más que vital para cambiar de vida y destino. Por supuesto, una tentación y un medio. Esto no bastaría en principio para explicar su exilio podríamos decir, lo cierto es que a partir de ese momento empieza a vivir una vida centrada en el puro azar, en la contingencia y la aventura peligrosa, porque Rimbaud deserta al poco tiempo de llegar a su nuevo destino. No hay explicación posible ni para su deserción ni para el viaje que lo conduce de vuelta a su ciudad natal, para la navidad, en Charleville. Simplemente huye. Esa estancia de regreso no dura mucho tiempo; la calidez del hogar y su inquietud no se compatibilizan ni para volver a la poesía ni para volver a la civilización. No habrá ninguna vuelta al reposo, por así decirlo, de la escritura: su vida se había puesto en marcha y no se detendrá hasta el final. No es que el poeta francés no renegase de su errancia, incluso siendo en alguna oportunidad lo suficientemente rico como para emprender otra vida, pero es un hecho que escapaba de la ley desde hacía tiempo. Este es un aspecto que James no deja de resaltar: no es sólo que Rimbaud haya elegido ir a Oriente por su fascinación hacia este mundo islámico todavía muy vivo, sino que, además, era un fugitivo, había desertado y podía ser condenado. Se había acostumbrado a la “vida errante y libre”. La casa, esa casa muchas veces nombrada del poeta, el lenguaje, estaba cada vez más lejos para Rimbaud.

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Deberíamos volver al punto de partida. Tal vez el tema más complejo y el que nos sobrevive luego de más de cien años. Un poco porque si hablamos de Rimbaud y su espíritu, hablamos de un tipo de sensibilidad que la poesía de él inauguró, y no sólo sus escritos, sino su vida, su forma de vivirla. La pregunta es cómo pudo Rimbaud abandonar lo que mejor sabía hacer, lo que era, en definitiva un poeta, y convertirse en un fugitivo o simplemente una persona más o menos anónima en Oriente. El viaje a Oriente, ese destino absolutamente real y peligroso, pero también muy descrito y fantaseado por los viajeros franceses como una fuente de inspiración y sexo, significaba “llegar a lo desconocido y no expresarlo”. Había llegado a expresar lo desconocido con su poesía, la experiencia teórica y estética estaba lista, simplemente parecía que ahora quedaba vivir, no escribir. Aquí la idea de James resuena otra vez en relación al viaje: “la más profunda novedad puede ser su elevación del viaje por sobre el destino”. Hacia el final del libro, puede que el autor lo resuma mucho mejor: “La principal motivación de Rimbaud podría haber sido la cualidad básica que proclamaban en sus voceos los reclutadores del ejército colonial holandés: tenía curiosidad por ver el mundo. El sueño de otro mundo, los maravillosos lugares que había visitado por medio de su poesía mística, empezaba a disiparse o ya se había desvanecido. Acababa de empezar una nueva búsqueda. En vez de quedarse cavilando sobre antiguallas poéticas rodeado de exquisitas sensibilidades, se había embarcado en una misión todavía más grandiosa: saber todo en este mundo. Llegaría a dominar las lenguas modernas de la misma manera que había dominado el latín y el griego antiguo cuando era un niño prodigio, aprendería las ciencias y las técnicas de los tiempos modernos, como si se estuviera preparando para crear de cero un mundo nuevo. Vería todo por sí mismo, tal cual era”. Sin duda, podría tratarse de un prematuro y extraño caso de bovarismo, sin pensar en el poeta como alguien soñador que abandona de un día para otro la lectura por la vida, asqueado de perder el tiempo y su juventud. Pero es arriesgado decirlo, tan cierto es que uno hace lo que quiere con Rimbaud y su mito, que se termina perdiendo en una fantasía y es uno y es todos y ninguno. La explicación siempre estará de más: “tenía curiosidad por ver el mundo”. El mundo que quería ver era otro del que había visto. Casi como pensar que el mundo que quería leer era otro del que había leído. Como no estaba en ninguna parte, lo inventó. Había dejado atrás el mundo de las apariencias. El artificio. La casa, el lenguaje y los símbolos. Los placeres intelectuales nunca lo abandonaron de todas formas; al esfuerzo de una vida fugitiva y difícil lejos de su familia y su lugar de origen, es muy probable que se le hayan sumado otros placeres de los cuales no tenemos ni tendremos ni las más remotas noticias. Es como si nos hubiera dejado dicho: yo ya dejé atrás ese mundo de la invención.

 

Ignacio Bosero (1982, Los Toldos). Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Publicó Antonio Di Benedetto: el camino sosegado (UBA, 2010), Viaje ritual  (Luciérnaga, 2013), La carne alucinante (Narrativa Punto Aparte, Chile, 2015) y Rugido (Color Pastel Poesía, 2016). Ha reseñado libros de ficción y escrito ficciones para las revistas Boca de Sapo y Polvo. Formó parte del proyecto de podcast de literatura RECITAL: Un escritor elige un cuento y lo lee (2015). Actualmente dicta el curso Cómo leer a Antonio Di Benedetto en la Universidad del Noroeste de Buenos Aires, Pergamino, y es profesor del Instituto de Formación docente 60.

 

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