«Como el hamster en su ruedita», por Virginia Gallardo

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No puedo cruzar la calle. Tengo que seguir una línea sin interrumpirla. El salto al vacío podría significar la muerte. Voy tocando las paredes, rugosas, sucias, con mis manos ásperas, que alguna vez fueron delicadas. Ya ni sé por qué salgo. Será para tomar aire… Hace tiempo que ya perdí las esperanzas. Camino las mismas cuadras todos los días, doy vuelta a la manzana. Pan, queso, jamón, tomate, agua y cerveza. Para qué comprar otra cosa si es lo que me gusta. Y no da trabajo. Porque no hago nada… y estoy orgullosa de eso. Tengo que tener la cabeza libre para pensar en lo importante, en el pasado, ver los errores, aprender, usar la creatividad, y así poder hacer las cosas mejor en el futuro. Qué futuro se preguntarán algunos. A mí me enseñaron a ser optimista, a no dejarme vencer ni aún vencida, aunque mi cabeza ruede en el campo de batalla al grito de la victoria, bueno, o algo así, no me acuerdo. Algunos dicen que soy joven. Lo dicen los que tienen mi edad, claro. A veces me llaman abuela, creo que mi pelo blanco confunde a más de uno. Cuando estoy de buen humor les contesto: no recuerdo haber tenido un nieto con esa cara de tonto, y me río un rato. Yo no uso esas calzas ajustadas y remeras de leopardo que usan algunas. Si un día me libero a lo mejor me las compro y me animo a hacer un viaje, ¿por qué no? Y a volver a bailar. Sí, ya sé. Para eso tengo que mejorar mi aspecto. Parece mentira, como sólo jamón, queso, tomate, pan, y tengo estas dimensiones. No entiendo nada. Pero sé que va a llegar el momento en el que todo va a fluir. Lo que tengo que hacer es no hacerme ningún problema. Y es lo que hago, no hago nada… Algún día me voy a animar a usar esta pileta. Otros se morirían por usarla, pero yo solamente me siento a mirarla, toda verde como está, cubierta por el musgo y las ramas. Le falta poco para fundirse con la maleza del parque. Mientras tenga un rincón para apoyar mi banquito, me siento horas y horas y quedo hipnotizada espiando la profundidad del verde oscuro. A mí no me parece terrible. Una mujer el otro día me miró con horror en lo del chino, supongo que habrá estado espiando. Desde que hicieron el edificio al lado, yo sé que hay gente que me mira, pero qué le voy a hacer. Lo mejor es ignorarlos, sobre todo cuando me gritan cosas. Después paran. Ya hace tiempo que no dicen nada, se ve que dio resultado y se cansaron. A veces fantaseo con tomarme el trabajo de limpiar la pileta y arreglar el jardín. Quien dice que un día no me pongo la malla de leopardo y me tiro. ¿Por qué no? Hoy a la mañana una chica con su bebé me ayudó a cruzar. Yo estaba parada, se ve que mirando con ganas el otro lado de la vereda. No le dio asco acercarse, sé que no debo tener olor a rosas, el baño no es mi fuerte, otra cosa que da trabajo, para qué sacarme estas ropas que son tan cómodas. Lo que necesito es alguien como esa chica, que me acepte así como soy, que no pida explicaciones, que confíe en mí. Pero claro, vos todavía podés volver un día, y como si nada hubiera pasado me podés ayudar a limpiar la casa y ponerla linda, a retomar todo donde estaba. Ahí sí me compraría la malla de leopardo y no me costaría nada levantarme, cocinar, lavarme, cruzar la calle. El bebé de la chica… tenía la piel muy blanca y los ojos azules como los de Tomás. Me vinieron a la mente su olor dulzón, los hoyuelos que se le hacían en la mejilla al sonreír… Estos recuerdos de golpe y después de tanto tiempo… Pero no todo era tan idílico… ¿Se le habrán quedado los ojos azules? Los primeros meses todos los bebés tienen ojos azules. ¡Qué noticia! Parezco esas taradas que repiten lo que dice todo el mundo. Pero a los seis meses ya tienen el color de ojos definitivo. Y el carácter. ¡Qué carácter! ¡No paraba y no paraba de llorar! Por más que le diera la teta, lo zarandeara, le levantara las patas para que se tirara un pedito o lo alzara para que eructara. Era inútil, sólo berrinche. Sin pausa, sin un descanso, sin un minuto de paz. El silencio, algo que ahora me sobra, no existía para nada.

Como me cruzó la chica pude ver de cerca otras paredes, otras puertas y ventanas. Fue algo distinto, otros olores, otros colores, una pared de cemento verde, una cubierta con enredadera… Al rato apareció otra vez la chica y me devolvió a mi vereda, como si hubiera sabido que ya quería volver. Pero no la dejé acercarse a mi casa. Yo sé que algo está mal, y hasta ella que tiene toda la voluntad de ser una persona buena, que Dios sabe por qué se ha fijado en mí, le daría asco y saldría corriendo horrorizada. Pero a mí no me importa, yo vivo así y no me avergüenzo de eso. Algún día me entenderán todos y se darán cuenta de que están caminando en círculos, como el hamster en su ruedita. No van a ningún lado. Lavarte los dientes, cocinarte, ducharte, ¿para qué te sirve si mañana estás haciendo lo mismo? Yo llevo al mínimo todas aquellas actividades inútiles para disponer de mi tiempo. Un día producirá algún resultado todo esto. No hay que impacientarse. ¡Pero ya estoy pensando como ellos! No me puedo descuidar. La grandeza no tiene que ser demostrada. Las criaturas valemos ya por el solo hecho de existir. Producir, producir, producir, ¿para qué? ¿A quién le tengo que rendir cuentas? Ya que esta chica del bebé parecía entenderlo todo, me gustaría volver a verla y compartir mi secreto. Tal vez ella sí me comprenda. Si viniera a visitarme hasta creo que me bañaría. Y si lo supiera con tiempo, dejaría de comer tanto y sería capaz de ponerme las calzas. Pero quién dice que voy a volver a ver a esa chica y que no seguiré comiendo jamón, queso y tomate. ¿Por qué soy tonta y me creo que van a cambiar las cosas? Las cosas son así y no van a cambiar. No tienen por qué cambiar. Todo se arruinó el día que te dije que estaba embarazada. De repente empalideciste. La serenidad y la dulzura desaparecieron de tus ojos y me miraste como a una extraña. No sé… dejaste de ser vos o yo dejé de ser yo… Nos fuimos a dormir sin decirnos nada. Yo lloré la noche entera mientras me dabas la espalda. Me dormí cerca de la madrugada, cansada y sin aliento. Cuando me desperté, había sucedido lo que temía, te habías ido. Se me pegaron las paredes del estómago. Mi garganta no paraba de emitir gritos potentes de furia. Pasaron los días, los meses, hice todo lo posible por recomponerme, traté de alegrarme por la venida de Tomás. Busqué sentir el orgullo de ser madre soltera, eran tiempos de cambio, había que ser abierta. Pero estaba vacía. El bebé no dejaba de pegar alaridos mañana, tarde y noche. Me iba a llorar al cuarto de al lado. Estuve meses sin dormir, escuchando llantos todo el día. Un día se dio algo maravilloso, hubo silencio. Fue el oasis en el medio del árido desierto. El cochecito estaba al borde de la pileta. Yo recostada a un lado. El sol de la mañana me inundó de calor y suspiré aliviada. Caí en la cuenta de que me sentía liviana, sin esa angustia en el pecho que me había tomado hacía meses. ¿Volvía a ser la de antes? La tormenta parecía haber pasado. Me quedé dormida. Soñé que nadaba en el mar, que era libre y me alejaba hacia el horizonte. Me desperté en el medio de la noche, con frío. Tomás seguía sin emitir sonido… Habían pasado muchas horas. No pude acercarme… Estaba como drogada, luchaba por abrir los ojos y no podía, sentía un cansancio infinito. Volví a pensar en el mar y en las olas que me arrastraban. Me dormí otra vez. De golpe, no sé cuándo, pegué un salto y me avalancé sobre él. Seguía inmóvil. Los ojitos cerrados, los labios violeta. Lo sacudí y nada. No sabía qué hacer. Corrí a la casa y busqué una manta. Se la tiré encima. No podía quedarme quieta. Temblaba, me bajó la presión, tambaleé y nos caímos los dos a la pileta. El agua estaba helada, las piernas y los brazos se me entumecieron hasta no sentirlos pero igual lo abracé con todas mis fuerzas. No lo solté en lo que quedaba de la noche.

Cuando vinieron las lluvias y los fríos del invierno ya había adquirido la costumbre de sentarme con el banquito junto a la pileta. Con el tiempo el agua comenzó a hacerse más turbia hasta que un día dejé de ver su sombra. Igualmente no necesito verlo, lo intuyo, lo imagino, vive conmigo. Es mi conexión con el universo y con lo importante, mi salida al más allá, que pueden ser otras galaxias, otras dimensiones. Por eso la gente en la calle, la que sigue en la ruedita del hamster me da lástima porque no sabe nada. La vida es otra cosa… es oscura, turbia… profunda… impenetrable… ¿Algún día alguien más va a entender eso? Quizás vos cuando vuelvas.

 

Virginia Gallardo (1971, Buenos Aires). Escritora, productora y editora. Estudió dramaturgia con Susana Torres Molina, actuación con Adriana Ferrer, escritura creativa con Laura Yasán y Jorge Consiglio. En 2011 ganó la primera mención en el Premio Casa de las Américas por su libro de cuentos El Porvenir (Simurg, 2012). Forma parte de Clubcinco, proyecto editorial que se dedica a la reedición de literatura argentina contemporánea y publicó a Aníbal Jarkowski, Gustavo Ferreyra, Luis Gusmán y a Eduardo Muslip. Participó en varios ciclos de lectura como Alejandría, Los Mudos, Siga al Conejo Blanco y Los Fantásticos.

Es licenciada en economía por la Johannes Gutenberg Universität-Mainz, Alemania, país donde vivió diez años.

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