“Hacer nada” en la niñez. Un acto filosófico en el taller de filosofía, por Javier Fernández Mouján

-¡Está perdiendo el tiempo!

-¡Que le corten la cabeza!

(Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll)

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-Bueno, les voy a dar una “no tarea” para las vacaciones de invierno.

-¡Uh, no, tarea no… Vacaciones son vacaciones!

El murmullo dura unos instantes y alguno –o alguna-, desde el fondo –que pueden ser la primera fila o una del medio también, ya que se trata de otro “fondo”- pregunta:

-¿Pero cómo “no tarea”?

-¿Qué es una “no tarea”?

-¿Puede existir una tarea que sea “no tarea”?

Se van despertando otros filosofares y otros interrogantes y cuestionamientos surgen, desde esa simple consigna, enunciada en voz alta y –a estas alturas- escrita en el pizarrón: “No hacer nada”.

“Llegué a estar aproximadamente 20 o 25 minutos. Con mis pensamientos pasó que no sabía qué pensar y con mi imaginación pasó que siempre se me ocurrían todas las cosas que podía imaginar pero no sabía qué imaginar. Descubrí que soy capaz de estar –para mí- mucho tiempo sin hacer nada.”

(Inés)

Nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas, viven –generalmente- colmados de actividades. El tiempo así llamado “libre” deja de ser tal para dar paso a todo tipo de clases, cursos, recreaciones organizadas.

No es una cuestión de poder adquisitivo, aunque claro está que la “infancia destituida” adopta diferentes formas en relación al tema del “tiempo libre”, en las que no están ausentes el trabajo ni el afán –de los adultos y del marketing- de consumo y producción, aunque sea bellamente enmascarado.

“Mientras no hacía nada no me aburrí ni me divertí. Estaba pensando, imaginando una historia, uniendo las canciones; o sea, inventaba un personaje que, según lo que decían las canciones, le pasaban diferentes cosas. Además, hubo dos días en los que estaba viajando, entonces como no tenía hada que hacer, hice el ejercicio más tiempo del necesario. La última vez que lo hice fue cuando más duró (una hora y quince minutos); me aburrí un poco pero lo soporté. Mientras no hacía nada me molestó no poder saltar ni correr ni bailar, etcétera.”

(Clara)

Están las famosas agendas sobrecargadas: Fútbol, inglés, taller de arte, circo, música, natación, cocina, reciclado, kung fu, danza, origami, taller literario, historieta, periodismo, patín…

Todo después y además de la escuela. Todo además de las “tareas”. El tiempo libre bien ocupado, todo menos libre.

María Zysman lo describe así en Ciberbullying: “Niños apurados, llenos de actividades, sin tiempo para ‘no hacer nada’. Desde que nacen, los llenamos de sonajeros, gimnasios y luces; movimiento, sillitas mecedoras, trapitos y colores. Luego, celebramos sus cumpleaños con animaciones hiperkinéticas en lugares cerrados y oscuros. Los aceleramos, estimulamos y motivamos con los festejos de los ingresos y egresos (¿desde cuándo se les tira harina a los egresaditos de preescolar?), los vestimos de teenagers a los 6 años y creemos que nuestra pequeña hija de 8 ‘tiene novio’. ¿Cuál es el apuro?”

Y todo sin mencionar a los profesionales (médicxs, odontólogxs, psicólogxs, fonoaudiólogxs, psicopedagogxs, maestrxs particulares, ¡cursos de ingreso!…).

Sin mencionar.

“Lo que me pasó fue que se me pasó muy lento, entonces llegué a los 45 minutos con música o sin. No sentí nada, lo único que sentí fueron las letras de las canciones que no podía cantar. Mis sentimientos y pensamientos no aparecieron porque mi técnica era tildarme, pero en lugares en que estuviera calmo y solo para que nadie me destildara. Descubrí que es aburrido estar quieto, pero está bueno, porque hace que te olvides de cosas que te joden y te querés olvidar… Sirve pero te aburre. Recomiendo hacerlo después de comer o antes de irte a dormir.”

(Francisco)

¿Y los adultos?

¿Sujetos a la misma realidad de las agendas llenas?

¿Trabajando –en el mejor de los casos- doce horas por día?

¿Ocupando todo nuestro tiempo ocioso en “algo”… huyendo de la ”nada”… del “vacío”…?

“¿Qué me pasó? En los 5 minutos me sentí bien porque era muy poco, después pasé a los 25 minutos y ahí ya no me gustó, porque era mucho tiempo, pero igual lo terminé; después, los 30 minutos no me costaron porque estaba en el auto yendo a Luján, los 40 tampoco porque estaba yendo a Temaikén, los 55 minutos me costaron muuuuuucho porque me dormí… Y cuando terminé estaba muy feliz.

¿Cuánto tiempo llegué a estar sin hacer nada? Llegué a los 55 minutos pero me salteé algunos días, porque lo hacía cuando me acordaba.

¿Qué pasó con mis pensamientos, mi imaginación, etcétera, durante esos ejercicios de ‘no hacer nada’? Yo no estaba pensando en nada pero me imaginaba muchas cosas, también quería moverme porque no podía estar más quieto.

¿Qué descubrí? Descubrí que puedo estar sin moverme mucho tiempo y también que puedo estar tranquilo.”

(Matías)

En el medio –o por encima- la educación a cargo de los medios y de Internet. El poder subjetivador del marketing. Y también, o como parte de lo mismo: La ilusión del no aburrimiento como situación ideal e idealizada.

-Me aburro.

-¿No te aburrís?

-¿Estás aburrido?

-¡No seas aburrido!

-Esto es aburrido.

El prototipo de esto, o tal vez su “colmo”, son los lugares de veraneo –o en términos más amplios, los “destinos turísticos-.

“El primer día lo pude hacer, pero era muy difícil porque estamos acostumbrados a estar en movimiento todo el tiempo y cuando escuchaba la música era muy difícil no bailar ni cantar. El segundo día se me hizo más difícil. NO podía aguantar no reírme ni cantar, pero lo pude hacer. El tercer día ya no podía aguantar más la risa y me rendí.

Llegué a estar sin hacer nada 15 minutos.

Lo único que pensaba era que quería no reírme ni cantar ni bailar para poder hacer la tarea.

Descubrí que puedo estar 15 minutos escuchando música sin cantar ni bailar.”

(Malena)

Yo todavía recuerdo un mundo en el que las vacaciones nos servían para disfrutar del tiempo libre, con todos los beneficios que el tiempo libre traía –y sospecho que trae- consigo. Emparentado al famoso “dolce fare niente”.

Tumbarse bajo un árbol, en una hamaca paraguaya, tomar sol en la playa, hacer la plancha, caminar entre los médanos –viviendo miles de aventuras, con variados grados de realismo-, pasear por el bosque, recorrer callecitas, dormir la siesta, mirar el mar, treparse a los árboles, disfrutar de la puesta de sol o de la inmensidad del cielo nocturno, desayunar, leer porque sí, zambullirse en el lago o en el centro de una ola, sentir el viento en la cara, hacer un castillo de arena con todo el tiempo del mundo, hacer un fogón, tomar un trago, cabalgar, patear una pelota, jugar a la paleta, escuchar música o simplemente los sonidos de la naturaleza… olvidarse del tiempo.

¿Cuál es la diferencia entre esta lista y las interminables ofertas de entretenimientos de los lugares en donde la gente habitualmente pasa sus vacaciones?

Tentado de responder a esta pregunta, descubro que la mejor forma de responderla es no hacerlo. Que el lector o la lectora haga su intento. Y la filosofía habrá brotado… “de la nada”.

“Lo que me pasó fue algo que me cuesta mucho: Tranquilidad. Yo hice en todos los minutos lo mismo: Mirar al techo y relajarme. Fue algo que me gustó.

Llegué a estar 55 minutos sin hacer nada, lo que para mí es mucho, y tengo que admitir que me recontra aburrí. Pero en un omento no respeté la regla: Dejé de ‘hacer nada’ para ir a ver a River.

Sinceramente en mi imaginación no me pasó nada, pero me facilitó pensar, porque por ejemplo, al hacer una tarea me siento presionado en pensar y en ese momento sin hacer nada pude pensar todo con tranquilidad y tiempo.

Lo que descubrí principalmente fue la TRANQUILIDAD…”

(Rafael)

El temor al aburrimiento –propio o de nuestros hijos e hijas- es potente. Nosotros mismos estamos huyendo del aburrimiento, días y noches. De lunes a viernes y los fines de semana también. Doce meses al año.

Y nuestra cultura, tan perversa, espera agazapada para ofrecernos todas sus soluciones mágicas para que no nos pase eso tan terrible que es aburrirnos: mejor adictos de tanto consumo –de lo que sea- que aburridos.

Mejor el estrés y sus síntomas que aburrirse.

Mejor las cabezas embotadas de tanto estímulo que estar aburridos.

Mejor los slogans y las chicanas que los argumentos.

Mejor el pensamiento dicotómico (todo o nada, blanco o negro) que la empatía, la capacidad de integrar, de relacionar, de relativizar, de reflexionar, de dar lugar a las diferencias y a los matices…

“Me pasó que me sentía incómodo y nervioso.

Llegué a estar 40 minutos de desesperación y nerviosismo.

Pensaba en muchísimas cosas a la vez porque como no estaba haciendo ‘nada’, ninguna actividad, me concentraba en mis pensamientos y pensaba en muchas, muchísimas cosas…

Descubrí que puedo estar aburrido durante mucho tiempo y que puedo usar mi mente para pensar demasiado en poco tiempo. También descubrí que puedo estar pensando en muchas cosas a la vez.”

(Nicolás)

-¡Estoy aburrido!

-Buenísimo. Es un estado muy enriquecedor, estimula tu creatividad, tu sensibilidad, tu conocimiento de vos mismo y del mundo…

Éste es un diálogo posible con mis hijos y, casi con certeza, con mis alumnos y alumnas del taller de filosofía.

“La verdad es que ‘hacer nada’ me inquietó, porque siempre tengo que hacer algo o tengo que moverme o cantar. Se me pasó muy largo…

Llegué a estar una hora y diez minutos.

Pensé en cosas diferentes de las que pienso todos los días.

Creo que descubrí que está bueno a veces no hacer nada porque es como que te desconectás de todo y sólo te importa no hacer nada.”

(Elena)

“A mí me pasó que me aburrí mucho; al principio no estaba tan mal pero después me empecé a incomodar y a aburrir. Se me pasaban muchas cosas al mismo tiempo y no pensaba en nada en especial. Descubrí que no puedo estar mucho tiempo sin hacer nada y que no puedo estar literalmente sin hacer nada.”

(Martina)

 

«Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado, ni a la Iglesia, que tiene otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraria a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene éste uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas.
(…) Denunciar en la mistificación esa mezcla de bajeza y de estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y sus autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hacer hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la Moral o la Religión. Combatir el resentimiento y la mala conciencia que ocupan el lugar del pensamiento. ¿Quién a excepción de la filosofía se interesa por ello? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa desmitificadora. Y, a éste respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían mucho mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impidiera ir todo lo lejos que querrían. Le prohíbe respectivamente, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe?».

Esto dice Deleuze, pensando en y desde Nietzsche, en Nietzsche y la Filosofía.

La filosofía sería un porque sí que lleva más allá del porque sí. En su ejercicio mismo nos lleva a cuestionar lo establecido, ¿más poderoso hoy que en otras épocas de la humanidad?… Probablemente. Sobre todo si, a los poderes que Deleuze enuncia (Estado, Moral, Religión)  le agregamos –dicho esto con todo respeto- el Mercado.

«Lo que me pasó fue que se me pasó muy lento, entonces llegué a los 45 minutos con música o sin. No sentí nada, lo único que sentí fueron las letras de las canciones que no podía cantar. Mis sentimientos y pensamientos no aparecieron porque mi técnica era tildarme, pero en lugares en que estuviera calmo y solo para que nadie me destildara. Descubrí que es aburrido estar quieto, pero está bueno, porque hace que te olvides de cosas que te joden y te querés olvidar… Sirve pero te aburre. Recomiendo hacerlo después de comer o antes de irte a dormir.”

(Francisco)

“Lo que me pasó es que me sentí un poco relajado pero con mezcla de rareza, ya que nunca lo había hecho. También los pensamientos me invadían, sobre todo lo que tenía que hacer y todo lo que podría estar haciendo.

Llegué a estar veinte minutos sin hacer nada.

En esos veinte minutos pensaba cosas que no quería hacer, como hacer toda la tarea que me dan para entrar al Buenos Aires. Por mi imaginación pasaba mi perro, ya que siempre estuvo al lado mío.

Descubrí que la música no me ayuda a no hacer nada, salvo que sea una canción que no me gusta.”

(Ian)

En todo esto pensaba -o tal vez en nada, tal vez simplemente disfrutaba de mi aburrimiento- hace unos años, cuando se me ocurrió “inventar” este ejercicio que llamé “no hacer nada” y al que, para enfatizar su efecto “filosófico” de ir contra la corriente, un poco con humor, un poco sin temor al riesgo, se me ocurrió que sería bueno como “no tarea” para las vacaciones de invierno. De hecho se me apareció todo junto.

“El sábado hice tres minutos, no llegué a los cinco; lo intenté con música pero no pude. El domingo lo volví a intentar y pude estar los cinco minutos -¡¡sin música!!-. El lunes intenté los diez minutos y me cansé a los seis. Desde ese lunes me rendí y no lo hice más. Sentía que nunca iba a poder estar diez minutos sin hacer nada; entonces no lo seguí. Sentía que no iba a poder porque me conozco y conozco mi personalidad. En los cinco minutos pensé en lo que iba a hacer en las dos semanas de las vacaciones de invierno y con quién… ¡Descubrí que sólo puedo aguantar cinco minutos!”

(Fiamma)

“A mí me pasó que llegaba un momento en el que no sabía en qué posición ponerme y casi me quedaba dormida.

Llegué a estar una hora y diez minutos.

Me concentraba en las letras de las canciones que estaba escuchando… Hasta que pasó una canción de Calle 13 que me hizo pensar en lo que pasaba en el mundo con la violencia.

Descubrí que tengo un montón de canciones en el celular que no me gustan.”

(Miranda)

Seguramente también aportó lo suyo el libro de Roger Pol-Droit y Jean-Philippe Tennac, “Tan locos como sabios”, al que tenía muy presente, en el que los autores se dedican a narrar pequeñas –o no tan pequeñas- anécdotas de filósofos de la antigüedad, en las que se evidencia que no sólo se hace filosofía con palabras sino también con actos. En sus actos estaba implícita su filosofía o directamente eran la filosofía misma.

Buscando en internet –ya que no tengo el libro a mano en este momento- me encontré con esta breve y curiosa reseña del mismo, en la que me sorprende la mención al aburrimiento: “Este libro rescata y recrea algunas escenas perturbadoras de la filosofía antigua, como la muerte de Heráclito, las tentaciones de Diógenes, la tacañería de Platón, la busca del dolor de Aristóteles o la convicción suicida de Séneca. Los autores demuestran que la filosofía, nacida de la sorpresa y el desquicio, jamás ha sido aburrida.”

“Llegué a estar 30 minutos sin hacer nada. Cuando no hacemos nada, nuestros pensamientos y nuestra imaginación pasan a ser lo más importante: Al no hacer nada, inevitablemente pensamos, es nuestra única acción en ese momento. Buscamos y entramos dentro de nuestra mente y memoria, nuestro palacio de recuerdos e ideas, ahí tenemos todo lo que forma nuestra personalidad. Buscamos, encontramos y estudiamos atentamente cada detalle y pensamiento, cada momento que recordamos, cada uno de los elementos que nos hacen ser quienes somos.”

(Ana)

 

El ejercicio, tal como lo describo en Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, es así:

Les digo a los chicos que les voy a dar una tarea –generalmente en la última clase antes de las vacaciones de invierno-, luego aclaro que se trata de una tarea “mental”, y empiezo a dictar las consignas: “El título es No hacer nada…”; ya ahí empiezan las preguntas inquietas, divertidas, desafiantes, que no paran hasta que se hace la hora de irse. La “no tarea”[1] consiste en “no hacer nada” en algún momento durante cinco minutos el primer día de vacaciones, diez minutos el segundo, y así ir aumentando sucesivamente hasta donde lleguen. La única “actividad” que pueden llegar a hacer en simultáneo con este “no hacer nada” es escuchar música –pero no bailar ni cantar ni otra actividad relacionada con el escuchar música-.[2]

Muchas veces, por no decir siempre –pero no en todos los casos-, estas experiencias ya nos ponen en contacto con las preguntas -¡si hasta se dispararon un montón sólo al dar la consigna!-… Y éstas, por supuesto, son bienvenidas.

“Yo en realidad hice la no tarea pero no tal cual, porque no me sentaba todos los días a no hacer nada, sino que fui a la quinta de mis tíos que está en el río (una especie de orilla) y no había internet, así que estuve bastante tiempo sin hacer nada.

Mientras estuve sin hacer nada reflexioné de todo un poco. Aunque debo aclarar que a veces escuchaba música y sólo la tarareaba. Reflexioné básicamente acerca de mí y de mi vida, mis amigos y amigas, mi familia, mi futuro colegio, cómo soy yo, qué tengo que cambiar de mí, entre otras cosas…

Reflexiones:

¬ A veces siento que hago las cosas mal y no sé si es sólo que lo siento o que en serio tengo que cambiar.

¬ ??????????????, estuve organizándome un poco; cuándo y dónde hacer las tareas, cómo, cuándo y dónde estudiar, entre otras cosas.

¬ Estuve medio preocupada porque rendí un parcial para el Pellegrini con fiebre y faringitis, no creo que me haya ido muy bien. Y después soñé que me sacaba un 68. Pensé acerca de las consecuencias.

¬ Creo que soy bastante celosa con algunas cosas u tengo que cambiarlo.

¬ Reflexioné acerca de QUÉ VOY A HACER EL AÑO QUE VIENE SIN 7º… Si tanto los extraño en las vacaciones, el año que viene no voy a saber qué hacer, sí o sí nos vamos a tener que juntar.

¬ Reflexioné acerca de que no vale la pena pelear por pavadas.

¬ Reflexioné sobre otras cosas que no quiero escribir o no me acuerdo.

Descubrí muchas respuestas acerca de dudas sobre mí o sobre mi vida.”

(Mora)

La tarea no hacer nada también fue adaptada al formato primer grado, y su principal diferencia fue hacerla en clase –con lo que además se transformó en un “no hacer nada grupal”– y sólo unos pocos minutos. Lo más llamativo fue “lo que generó el no hacer nada, en silencio, durante un rato… hubo una imperiosa necesidad de ruido apenas terminó el momento de silencio, y después comentaron lo que habían pensado y sentido durante ese rato”.

(Javier Fernández Mouján: Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, Capítulo 8: El futuro llegó, Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013)

“Duró 1 hora y 30 minutos.

Al principio me costó, pero me acostumbré y estuve unas tres canciones ‘haciendo nada’, hasta que empecé a sentir una presión en todos los músculos, sobre todo en las pestañas. Pasado un rato me olvidé de la presión y me quedé dormido por unos cinco minutos y después me desperté. Escuché una playlist de 19 canciones de 4 minutos cada una. Pensé muchas cosas, todas inútiles. Reflexioné sobre varias cosas que juegan pequeños papeles en la vida. Cuando terminé el ejercicio corrí un poco para liberar presiones…”

(Ramiro)

“Me quedé sentado en un cómodo sillón de cuero y reflexioné sobre las cosas que me pasan a mí en la vida. Llegué a estar aproximadamente setenta y cinco minutos sin hacer nada. Descubrí que con este ejercicio la filosofía es como un cuarto de papel al que lo llenan de dibujos y pensamientos.”

(Joaquín)

[1] Así la llamamos cariñosa y humorísticamente la última vez.

[2] La preguntas y comentarios que brotan espontánea y entusiastamente son como éstas: “¿pero cómo no hacer nada?, no se puede, siempre estamos haciendo algo”, “¿se puede respirar?”, “¿cómo te vas a enterar si la hicimos, si es una tarea mental?”, “¿puedo ver televisión?”, “¿con los ojos abiertos o cerrados?”, etcétera.

Citas bibliográficas:

  • Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas.
  • María Zysman: Ciberbullying, Paidós, Buenos Aires, 2017.
  • Gilles Deleuze: Nietzsche y la Filosofía, Editorial Anagrama, Barcelona, 2006.
  • Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac: Tan locos como sabios. Vivir como filósofos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004.
  • https://www.libro-e.org/2016/10/descarga-libro-tan-locos-como-sabios-pdf-de-droit-roger-pol-y-de-tonnac-jean-philippe/
  • Javier Fernández Mouján: Hacer filosofía con filósofos en edad escolar. Compartiendo una experiencia y sus huellas, Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013.

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Javier Fernández Mouján Es psicólogo con intereses y mirada amplia y docente con una nutrida y variada experiencia –en cuanto a edades (de preescolares hasta adultos), instituciones (Escuela Del Sol, Universidad de Belgrano, Universidad Maimónides, etcétera) y temas (de psicología, filosofía, taller literario)-, es también poeta, amante de la música, de la literatura, del cine, del buen vino, de la comida, del fútbol, de los amigos, de la vida. Ha escrito y publicado numerosos artículos sobre psicología, poesías, y un libro sobre sus clases de filosofía con niños y adolescentes, llamado «Hacer filosofía con filósofos en edad escolar Compartiendo una experiencia y sus huellas» (Ediciones del Banquete, Buenos Aires, 2013).

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